Si se piensa en directores generacionales, uno de los primeros nombres que aparecen en la memoria es el de Tim Burton. El director californiano se instaló en una posición intermedia entre el nacimiento de los grandes blockbusters encabezados por monstruos de la industria como Spielberg, Lucas y Zemeckis y la muy atractiva oleada de cineastas independientes liderada por Jarmusch, los Coen, Tarantino y otros. Burton logró convertirse en una figura particular, con su estética oscura, apoyada en la extensa tradición del terror y en la estética decimonónica con el aroma de Poe siempre presente. La filmografía de este emblemático autor marcó a un par de generaciones al menos durante veinte años de títulos destacados, desde ‘Pee-wee’s Big Adventure’ (1985) hasta ‘Sweeney Todd’ (2007), pasando por diversos géneros, incluyendo siempre su terror juguetón, pero también el melodrama, las aventuras, la comedia, la fantasía, la ciencia ficción y más. Durante los últimos diez años aproximadamente, el cine de Tim Burton parece haber entrado en un limbo. A duras penas se ha destacado la concreción como largometraje de uno de sus primeros cortometrajes ‘Frankenweenie’ (2012) y por lo demás toda una colección de fallos. Uno de los estrenos más prometedores de este año era ‘Dumbo’, la adaptación de Burton a la historia del entrañable elefante de orejas inmensas que Disney convirtió en un hito del cine de animación. La combinación Dumbo – Tim Burton resultaba más que atractiva. Los dos elementos tienen en común esa melancolía del siglo XIX.
Burton toma algunas decisiones especialmente inteligentes al abordar la película. Decide distanciarse suficientemente del clásico de Disney, que sin duda alguna es imbatible en la memoria colectiva, y acercarse lo más posible a su distintiva estética, aprovechando el contexto decimonónico en el cual se desarrolla la historia. Desde esa perspectiva, el diseño de producción es impecable, para todos los personajes, para todos los escenarios, pasando por los vestuarios, los efectos visuales y por supuesto el mismo Dumbo, que está construido de forma particular para integrarse en la perspectiva actual. La distancia que toma Burton tiene que ver también con la trama. Holt Farrier (Colin Farrell), amaestrador de caballos, regresa de la guerra a su hogar en el circo, sin un brazo, y se reencuentra con sus dos hijos pequeños, Milly Farrier (Nico Parker) y Joe Farrier (Finley Hobbins), quienes han quedado huérfanos tras la muerte de su madre, la esposa de Holt. Max Medici le ofrece un puesto de quinta atendiendo a los elefantes, pero con el carácter especial de atender a su nueva adquisición, la gran elefanta Jumbo, preñada y a punto de dar a luz. La cría resulta ser un elefante de orejas descomunales que es rechazado, pero que en la privacidad, frente a los niños, demostrará dotes fantásticas. Por supuesto, viene el melodrama tradicional, con un eco especial en el animalismo que está tan bien posicionado en estos tiempos.
La disposición de los elementos parece idónea para que Tim Burton regrese por fin del extravío. Para que su carrera se vuelva a encarrilar con todo un clásico generacional que lo ponga en la memoria de esta generación. Pero no sucede así. La oportunidad se ha desperdiciado. De forma increíble, Burton deja que la luz exasperante de la corrección política arruine su perspectiva oscura y la de sus personajes. Sus protagónicos nunca tienen ese matiz oscuro y melancólico de los freaks que convirtió en paradigmas. Sus villanos se diluyen en medio de un marasmo de mediocridad y nunca adquieren esa deliciosa tonalidad de niños caprichosos y berrinchudos que siempre tuvieron. Ni siquiera contando con Michael Keaton y Danny DeVito, los polos boreales de su excelente ‘Batman Returns’ (1992), puede encontrar el punto exacto de su pócima encantadora. Por momentos se perciben sus encantadores monstruos y fenómenos de caravana victoriana, pero son solo sombras y se evaporan tristemente. A fin de cuentas, aunque trató de eludir el clásico de Disney, el Dumbo del 41 es más melancólico y oscuro.