sábado, 23 de febrero de 2019

La furia melancólica de ‘Cafarnaúm’ y el hiperrealismo lacerante de Nadine Labaki


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La búsqueda de la experiencia en el cine contemporáneo toma cada vez matices más diversos. El cine hecho por mujeres ha logrado una particular visibilidad que ha permitido que un amplio sector del público a nivel global. Esto se ha extendido a geografías diversas que incluyen cinematografías alternativas de Europa, desarrollos destacados en cinematografías sólidas de Latinoamérica y por supuesto el prolífico cine del Medio Oriente que siempre ha sido una veta de auténticas maravillas fílmicas. Durante los más recientes quince años, la figura de la actriz libanesa Nadine Labaki se ha destacado particularmente en el adverso contexto del Medio Oriente para las mujeres. Simultáneamente a su carrera como actriz, ha conseguido desarrollar gradualmente una interesante filmografía como directora, abordando la feminidad desde perspectivas diversas, en donde destacan películas de buena acogida en la crítica como ‘Caramel’ (2007) y ‘¿A dónde vamos ahora?’ (2011), ejerciendo también el rol protagónico en ambas. Su más reciente entrega como directora es ‘Cafárnaum’ (2018) en donde, sin dejar de lado el asunto femenino, cede el protagonismo a la infancia, en una película de realismo social contundente que consiguió el Premio del Jurado en la más reciente edición del Festival de Cannes y también una nominación a la Mejor Película Extranjera en los Oscar.

‘Cafarnaúm’ cuenta la historia de la ruptura familiar violenta de Zain (Zain al Rafeea), de apenas doce años, quien lleno de una conmovedora furia melancólica y una madurez aprendida a golpes, decide embarcarse en las profundidades de una ciudad miserable y extremadamente peligrosa. La perspectiva que tendremos será la de la memoria que surge el relato en el juicio por negligencia que el pequeño entabla contra sus propios padres. La justicia es un entorno que siempre ha estado presente en el cine del Medio Oriente y no basta escudriñar demasiado para encontrar las referencias. El juicio documental y documentado es una de las columnas vertebrales de la legendaria ‘Close Up’ (1990), del emblemático Abbas Kiarostami. También es el punto de partida de la ya clásica ‘Nader y Sim: una separación’ (2011), de Asghar Farhadi. De la misma forma, la infancia ha sido protagónica con frecuencia en estas cinematografías, como en las entrañables películas de Majid Majidi, ‘Días de cielo’ (1997) y ‘El color del paraíso’ (1999), en el contexto de una pobreza más bucólica y menos citadina. Pero también ha explorado el contexto violento de ‘Las tortugas pueden volar’ (2004), de Bahman Ghobadi y por supuesto la célebre ‘Persépolis’ (2007), del francés Vincent Paronnaud sobre la novela gráfica de Marjan Satrapi. ‘Cafarnaúm’ bebe de esas fuentes pero se adentra con determinación en la violencia y monstruosidad de la gran ciudad del tercer mundo, lo cual nos recuerda ineludiblemente a ‘Los olvidados’ (1950) del descomunal Luis Buñuel, la colombiana ‘La vendedora de rosas’ (1997), de Víctor Gaviria, y muy específicamente por sus elecciones temáticas y de personajes a la inolvidable película brasilera ‘Pixote’, de Hector Babenco.

Labaki nos toma de la mano y nos pone de frente con todos los nervios frente a la exposición de los niños a la más lacerante miseria, a los peligros de una auténtica jungla llena de lo más perverso de la condición humana. Zain se interna en las profundidades y pronto queda expuesto, de una forma peor de lo esperado, con mucha más carga y con mucho más riesgo. Todo siempre está al borde del horror. La película apela a fórmulas melodramáticas que por momentos se delatan, especialmente una música que termina por condimentar de más, pero la contención violenta, furiosa y con el corazón hecho mil pedazos de Zain lo sacan definitivamente del papel de víctima y dignifica la representación social del personaje. Zain nos sostiene como espectadores a medida que él mismo se sostiene en la realidad, con ese movimiento constante y esa exposición drástica que ha preparado Nadine Labaki para él.

sábado, 16 de febrero de 2019

El viaje acogedor de Green Book y la fábula light de Peter Farrelly




















Peter Farrelly es uno de los directores más representativos de la comedia ligera en Hollywood desde hace unos veinticinco años. Películas como ‘Dumb and Dumber’ (1994), ‘There’s something about Mary’ (1998) y ‘Me, Myself and Irene’ (2000), se han convertido en referentes generacionales y en todo un nuevo desarrollo para la comedia de pastelazo. Su más reciente película, ‘Green Book’, ha sido nominada a cinco premios Oscar, aunque no está entre esas nominaciones la de dirección. ‘Green Book’ está basada en hechos reales y cuenta la historia de cómo se forjó la amistad, en los inicios de los años sesenta, entre Tony Lip (Vigo Mortensen), un italoamericano hogareño del Bronx  y Dr. Don Sherley (Mahershala Ali), un refinado pianista clásico afroamericano. Sherley contrata a Tony para que sea su conductor y protector en la primera gira que hará por estados sureños de la Unión Americana, en donde el racismo es persistente. Tony está precedido por un prestigio especial “arreglando problemas” en un contexto donde domina la mafia en diferentes presentaciones. El refinado hombre negro evidentemente necesita de esa experiencia para adentrarse en regiones donde su raza no es muy aceptada.

La película se sustenta en diferentes elementos que hacen que el visionado sea siempre acogedor, como para un buen rato. La recreación característica de aquella transición entre los cincuenta y sesenta, con una fotografía llena de esa nostalgia. La música negra, especialmente el soul, conforma todo un compendio sin duda disfrutable para quien conoce ese legado, con participaciones de Aretha Franklin, Chubby Checker, Sam Cooke y otras leyendas. Sobre este fondo lleno de color y calidez, destacan especialmente las actuaciones de Vigo Mortensen y Mahershala Ali, cuyas calidades están más que comprobadas. La interacción entre Tony y el Dr. Sherley se convertirá en el sustento ideal para esta road movie, soportada por supuesto en un guion tradicional que tiene las dosis estándar de humor y emotividad como para ser aceptado por una amplia variedad de público. Los obstáculos para que los personajes se acerquen sinceramente se derriban bastante pronto y todo se convierte en una armonía que no causa ningún conflicto el aceptarla, especialmente para quien solo quiere pasar poco más de dos horas en el cine. Por supuesto, una referencia importante resulta ser la bien conocida ‘Driving Miss Daisy’ (1989), de Bruce Beresford, también en el entorno sureño estadounidense y con éxito en los Oscar por aquel entonces, protagonizada por Jessica Tandy y Morgan Freeman, quienes también representan a dos personajes que se presentan como totalmente incompatibles, como en este caso.

‘Green Book’ no parece tener altas pretensiones cinematográficas en general, aunque seguramente sea la apuesta más elevada de su director hasta el momento. Fundamentalmente, consiste en el retrato de un encuentro entre dos personajes bien diferenciados, marcados claramente con características bien identificables que alimentarán la comedia, como el apetito voraz de Tim, el italoamericano y la corrección dignificada de Shirley, el afroamericano. Sin embargo, cuando se piensa en el auge del supremacismo blanco en Estados Unidos, en la violencia implícita que en la cruda realidad significaba la situación por sí misma, surge entonces el dilema de si tomarse tan relajadamente estos asuntos es lo más recomendable y no termina siendo incluso contraproducente para causas de este tipo. Puede argumentarse con toda validez que estas películas aproximan mucho más a una mayor cantidad de gente a ciertos valores que resultan imprescindibles para combatir el racismo, pero seguramente otros pensarán que es un asunto más serio. Mientras tanto, Peter Farrelly nos plantea un simple divertimento, que con certeza desembocará en una película propicia para las tardes domingueras. La experiencia es disfrutable, sin duda, pero no debe tomarse con un referente con respecto a la reivindicación de las minorías en el siempre complejo escenario social estadounidense.

sábado, 9 de febrero de 2019

La sátira histórica de ‘Vice’ y la elaboración discursiva de Adam McKay

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Adam McKay siempre ha estado dentro de la institucionalidad pública y privada de los Estados Unidos. Su escuela fundamental fue Saturday Night Live, el histórico show de televisión estadounidense que derivó en toda una escuela de la comedia y especialmente la sátira en diversos medios, incluido el cine, para directores, actores, guionistas y más profesionales. McKay ya había llamado la atención de la Academia en 2015 con ‘The Big Short’ (2015) que le valió un Oscar a la mejor edición. En ‘The Big Short’, describía la relación perversa entre privados y gobierno que derivó en la gigantesca crisis económica de 2008 con origen en el sector inmobiliario. En esta ocasión, McKay vuelve a la denuncia contra los grandes poderes, con ‘Vice’, centrándose en la biografía del vicepresidente de George W. Bush, Dick Cheney, para construir el proceso de creación de enemigos, falsedades y mentiras que aparentemente justificaron la invasión de Irak y Afganistán tras el atentado a las Torres Gemelas.

‘Vice’, en el mismo sentido de su antecesora, ‘The Big Short’, se enfoca en la construcción de un discurso fundamentado en un guion firme y una edición flexible. En este caso, el personaje de Cheney sirve exclusivamente como el eje para conducir la película, con el soporte de un narrador directo, Kurt (Jesse Plemons), que rompe la cuarta pared y está posicionado en el escenario del espectador y de la clase media. La película transita en su propio tono cómico a través de diferentes estados mentales y emocionales de los personajes, que pasan por sus propios recuerdos, fantasías e incluso alucinaciones. De fondo está la parodia de la película de superhéroes, presentando a los personajes uno a uno, con esa música triunfal característica en el subgénero de moda. Ahí están los responsables de la construcción social de enemigo en el comienzo del siglo, en una generación más de esa tradición usualmente republicana: los Bush (Sam Rockwell como el errante George W.), Rumsfeld (Steve Carrell), Condoleezza, Colin Powell (visto con condescendencia) y por supuesto Cheney (Christian Bale) y su esposa Lynne (Amy Adams). Constantemente podemos apreciar, con la claridad característica de la farsa, la perversión exacerbada de estos personajes, con el criterio exclusivo del poder político y económico infinito. Surge siempre la terrorífica conciencia de que el mundo está en manos de auténticos dementes.

Probablemente, la película de McKay no tiene la contextura más sólida de ‘The Big Short’, pero sirve para crear el mapa criminal de las decisiones cupulares estadounidenses. Sobre todo el mundo. De cómo la más absoluta impunidad se pasea a sus anchas por el mundo, frente a la evidencia extendidamente conocida de la mentira. Lo más aterrador es que el comportamiento sigue siendo el mismo en la actualidad, con otro presidente republicano aún más extremista que los de aquel entonces. ‘Vice’ consigue con la sopa que nos prepara que comprendamos la vileza bajo la cual estamos todos. Lo hace de una forma en la que nos queda una certeza indefinible pero certera. Es como una nube churrigueresca que se posa sobre nuestra mente y que a pesar de su complejidad estética, con una edición punzante y muy libre, consigue transmitirnos esa sensación que deriva en la carcajada sardónica, en la ironía con rastros de melancolía, pero después en la devastación consciente de comprender cómo es el poder real en la máxima potencia del planeta.

Por supuesto, los lenguajes y formas televisivas y del videoclip, en los cuales McKay es avezado, sirven para hacer una película que funciona en su intención didáctica y que también divierte, especialmente a ese espectador que se ha desarrollado desde los años ochenta hasta nuestros días, que se alimenta de diversos medios audiovisuales, especialmente en la actualidad. Desde esa perspectiva, la película adquiere un valor particular como documento informativo, más allá de sus características como pieza cinematográfica. Son reconstrucciones muy útiles en la actualidad.

sábado, 2 de febrero de 2019

La cúpula perversa de ‘The Favourite’ y la perspectiva cruenta de Yorgos Lanthimos

La favorita » Espora


Yorgos Lanthimos es uno de los directores destacados en el panorama del cine mundial. Durante los años más recientes de esta década, el director griego ha entregado piezas de su filmografía que han conquistado a la crítica de forma global y ha sacudido las emociones de un público diverso. Su más reciente película, ‘The Favourite’ (2018), ha conseguido nada más y nada menos que diez nominaciones para la próxima entrega de los premios Oscar. Todo esto tras haber tenido un paso exitoso por el más reciente Festival de Venecia. The Favourite se sitúa en los albores del siglo XVIII en Inglaterra, en donde gobierna la frágil Reina Ana (Olivia Colman), con gran influencia de su muy cercana amiga Lady Sarah (Rachel Weisz). Arriba entonces al palacio Abigail (Emma Stone), una sirvienta de origen noble quien gradualmente conquista el cariño y la confianza de la reina, desembocando inexorablemente en un enfrentamiento con Lady Sarah. Los clásicos entramados perversos de las cortes dan entonces rienda suelta.

Lanthimos se ha caracterizado por desarrollar un cine envolvente, con atmósferas elegantes y potentes, en contextos sofisticados por diferentes vías. Los espacios frecuentemente son extensos y exclusivos, como escenarios luminosos en donde se devela lo más oscuro de la condición humana, usualmente con visos de crueldad. En ‘The Favourite’, Lanthimos accede a un presupuesto mucho más alto para recrear una época desbordante en lo estético y esto le permite llevar al máximo su recreación de estos mundos embriagadores y fantásticos. La fantasía también se percibe en ‘The Favourite’, sin necesidad de adentrarse en el género fantástico como tal, como lo hizo en sus dos anteriores películas ‘The Killing of a sacred deer’ (2017) y ‘The lobster’ (2015). Las cortes europeas del pasado son sin duda un espacio fructífero para que los temas de Lanthimos se desarrollen a sus anchas. Como siempre, la influencia de Kubrick es notoria, especialmente en esta película que sin duda bebe de las fuentes de la colosal ‘Barry Lyndon’ (1975). Lanthimos hace uso constante aquí de lentes angulares que incluso libremente distorsionan la imagen, probablemente representando la misma perversión del entorno humano. La cámara sigue a los personajes en el espacio majestuoso como si lo hiciera en el laberinto de sus propias pasiones. Por supuesto, la construcción de los mundos de Lanthimos requieren de un trabajo excelente de fotografía y arte, que en este caso nuevamente es exitoso. La foto de Robbie Ryan transita con ductilidad de los amplios exteriores difusos a ciertos cálidos y siniestros interiores. El arte de Fiona Crombie estimula planos preciosistas, llenos de detalle, recordando por momentos ‘Gritos y susurros’ (1972), de Bergman, una referencia que se extiende también en lo temático. La música de Alexis Bennett recrea el contexto y funciona como aditamento emocional con vivaces clavecines y otras cuerdas clásicas. Simultáneamente, transita a lo experimental, con espasmos intensos que recuerdan el trabajo de Krzysztof Penderecki en ‘The Exorcist’ (1973).

Uno de los elementos más destacados en ‘The Favourite’, como es usual en la filmografía más reciente de Lanthimos, es el trabajo de escritura. Las películas situadas en estos contextos históricos suelen ser adaptaciones, pero aquí se trata de un brillante guion original a cargo de Deborah Davis y Tony McNamara. La trama se sostiene con seguridad sobre la firmeza del triángulo que conforman las tres protagonistas (interpretadas de forma notable por Stone, Weisz y Colman). Poco a poco la trayectoria de las tres mujeres nos va cambiando el matiz de su personalidad, como si giraran frente al sol difuso de Inglaterra, mostrándonos una complejidad interesante. Gradualmente, lo que se presenta ante el espectador va girando en una maquinaria dramática aceitada por la destreza cinematográfica de Lanthimos. Por supuesto, la perspectiva es oscura, depredadora y brutalmente honesta con respecto a la condición humana. Yorgos Lanthimos nos plantea la indestructibilidad del vicio en cualquier relación.