Durante esta década que está terminando, el cine latinoamericano ha prestado una atención especial a las mujeres, especialmente a aquellas que han sido tradicional y sistemáticamente distanciadas del protagonismo, aquellas cuyas historias se multiplican y terminan por convertirse de forma particular en base esencial de las sociedades. Se trata de mujeres diferentes y normales al mismo tiempo, de aquellas que no precisamente encajan con los cánones arbitrarios de belleza, en un entorno absolutamente patriarcal. La perspectiva no ha sido precisamente la de las mujeres, sino la de cineastas hombres que han encontrado en este universo femenino toda una veta de creatividad. El chileno Sebastián Lelio se ha destacado con sus exploraciones particulares en ‘Gloria’ (2013) la oscarizada ‘Una mujer fantástica’ (2017). De Paraguay surgió una de las películas más importantes en el panorama del cine sudamericano el año pasado. Se trata de ‘Las herederas’, del director Marcelo Martinessi, quien con su primer largometraje de ficción consiguió destacarse en la Berlinale de 2018 en donde se llevó el premio de la crítica y el premio a la mejor actriz para Ana Braun. ‘Las herederas’ nos describe un universo plenamente femenino, en donde dos mujeres herederas de grandes fortunas conviven para compartir los legados que han recibido, pero no pueden eludir las dificultades económicas y hacendarias a tal punto que una de ellas, Chiquita (Margarita Irun), termina en la cárcel. Chela (Ana Brun) se convierte entonces en conductora de mujeres mayores acaudaladas para sumar más ingresos ante la necesidad, mientras se resuelve el asunto legal de su amiga. En ese trabajo, Chela conoce a Angy (Ana Ivanova), una mujer más joven, madura, liberal, que genera en Chela un replanteamiento absoluto de su condición femenina y humana en general, en cuerpo y alma.
‘Las herederas’ es una película naturalista, que nos pone de frente a personajes directos, en un entorno de completa verdad, más que de realidad inclusive. En ese sentido, recuerda con claridad al gran Abbas Kiarostami, quien tenía también la capacidad de convertir en entrañable la realidad, como lo hace aquí Martinessi. También viene a la memoria la extensa obra de Rainer Werner Fassbinder vinculada estrechamente con el universo femenino, especialmente con todas esas relaciones que han sido proscritas en la sociedad mayoritariamente. Martinessi sigue con su cámara a los personajes de forma sencilla, amable, acercándonos como espectadores a la calidez misma de ese universo femenino que todos podemos relacionar en nuestra propia vida. La película se abarca de forma mucho más extensa y profunda si se piensa desde el costado de la humanidad, más allá de la sexualidad, si se considera desde lo que implica encontrarse a cierta edad con una necesidad potente y visceral de renacer, de encontrarse con la auténtica libertad. De esa forma, más allá de la especificada del género, de la edad y de la preferencia sexual que se expone en la película, podemos comprender el proceso humano, podemos pensar en las barreras sociales que se ponen frente a nosotros.
Martinessi nos invita a una experiencia cinematográfica repleta de verdad, con los matices humanos de Chela, una mujer con pasiones, con belleza intensa, llena de amor por la música, que subía el volumen de Tchaikovski en su automóvil, que se compenetraba con el mundo, que anhelaba sentir en realidad. Es una reflexión pertinente en un mundo en donde las distancias se hacen cada vez más abismales, en donde el encuentro con el otro se hace cada vez más difícil, más excepcional desde la peor perspectiva. Se trata de un cine necesario, y es todo un alivio y una alegría que provenga de Latinoamérica. Que podamos estar de cerca frente a la condición humana, superando las limitaciones sociales de fondo. Es una perspectiva especialmente interesante para el cine, para el arte en el contexto actual. Resulta fundamental un cine que vuelva la materia, a la esencia pura, al contacto humano.
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