sábado, 25 de abril de 2020

El retrato en relieve de ‘Miles Davis: Birth of the Cool’ y la admiración reflexiva de Stanley Nelson


La relación entre el cine y la música afro ha sido especialmente extensa y trascendente. No solamente se ha limitado a la música compuesta específicamente para las películas o la música que se utiliza constantemente para ser incluida en la cinta, sino que los músicos afro también han desarrollado una faceta como actores y, por supuesto, también han sido el centro de grandes películas, en la ficción y en el documental. Recientemente, han podido disfrutarse en salas y plataformas de streaming diversos documentales biográficos alrededor de músicos trascendentes de la cultura afroestadounidense que transformaron la música popular en el mundo, como John Coltrane (‘Chasing Trane’, 2016), Lee Morgan (‘I Called Him Morgan’, 2016), Sam Cooke (‘The Two Killings of Sam Cooke’, 2019) y Nina Simone (‘What Happened, Miss Simone’, 2015), entre otros. El turno es para el legendario Miles Davis y el documental es ‘Miles Davis: Birth of the Cool’ (2019), dirigida por el experimentado documentalista afroamericano Stanley Nelson, destacado por su extraordinario documental sobre los Derechos Civiles, ‘Freedom Riders’ (2010) y más atrás ganador del Premio Especial del Jurado en el Festival de Sundance, con su excelente capitulo ‘The Murder of Emmett Till’ (2003), parte de la serie ‘American Experience’ (de 1988), en el que cuenta los acontecimientos de un crimen racial a mediados de los cincuenta en Mississippi. En ‘Miles Davis: Birth of the Cool’, Nelson nos narra la historia del surgimiento y ascenso legendario del trascendental trompetista y compositor de Alton, Illinois, que marcó toda la historia del jazz desde los años cuarenta hasta los ochenta.

Nelson se ha caracterizado por durante toda su carrera por tener una perspectiva profunda alrededor de la cultura afroamericana, especialmente en el aspecto histórico que ha sido especialmente conmocionado en los Estados Unidos. Esta perspectiva también está presente en su revisión biográfica de Miles Davis. El histórico músico de jazz, que como pocos cruzó las décadas y se adaptó como protagonista de cada época, sirve como eje central para ver de fondo la transformación misma de la sociedad estadounidense, desde el resplandor embriagante de los años cuarenta hasta el destello sintético de los ochenta. La voz convencional del narrador es la voz de Davis, pero interpretada por el actor Carl Lumbly. Ese pequeño recurso de ficción en el documental nos permite abrir el estado de percepción de la evocación para adentrarnos más íntimamente en las palabras, todas ellas verídicas, de un hombre atribulado, atormentado y especialmente sensible, que concebía la música como todo un lenguaje idóneo para expresar sus emociones más profundas, usualmente inviables en su vida más personal. Los testimonios de grandes protagonistas de cada una de esas etapas, desde músicos hasta relativos a la intimidad de Davis, dan cuenta de la trascendencia de una personalidad que definía auténticamente la vanguardia, con la mirada siempre en el presente y el futuro, aún con logros extraordinarios que se acumulaban atrás en su vida y en la historia del jazz. Este hombre turbulento y en constante ruptura llevó de la mano al jazz por un tiempo que representó todo un reto para todos los géneros musicales. Le dio vigencia y lo innovó constantemente. Puede vérsele en todas las fotografías históricas, al lado de Charlie Parker y Dizzy Gillespie, al lado de John Coltrane y Gil Evans, haciendo en vivo la música del clásico ‘Ascensor al cadalzo’ (1958), de Louis Malle, en quinteto con Ron Carter, Herbie Hancock, Wayne Shorter y Tonny Williams, en los terrenos de la contracultura, del funk y el rock con Dave Holland, John McLaughlin y Chick Corea, incluyendo su descenso al submundo de las drogas duras, y en el auge del jazz fusión y como toda una superestrella con músicos como Marcus Miller, John Scofield y Darryl Jones. Miles, de mirada profunda, inquieta e incluso violenta, siempre estuvo sacudiendo el agua y condujo a la cultura estadounidense entera durante un lapso en el que el mundo se transformó en una medida que antes le costó siglos.

sábado, 18 de abril de 2020

La ruptura realista de ‘La pasión según Berenice’ y la intensidad romántica de Jaime Humberto Hermosillo

La Pasión según Berenice - CONARTE : CONARTE

En los años setenta y ochenta, a pesar del contexto político adverso, especialmente conservador y represivo, como sucedía en toda Latinoamérica en el contexto de la Guerra Fría, cuando proliferaban las dictaduras y las revoluciones, el cine mexicano tuvo una época brillante en la que despuntó la carrera de grandes cineastas que marcaron toda una época, que tuvieron influencia de los grandes autores del Cine de Oro, con una particular y extraordinaria conciencia política y social que no solamente retrataba la cultura mexicana real, sino que además le daba voz a muchos que nunca la habían tenido. Cineastas como Felipe Cazals, Arturo Ripstein, Carlos Taboada, Jorge Fons, Luis Alcoriza y Jaime Humberto Hermosillo. Este último, declarado abiertamente gay, y fallecido recientemente, construyó una filmografía especialmente crítica con la clase media que sirve como referencia para el comportamiento de una clase mayoritaria no solo en México sino en toda la región latinoamericana. Una de las películas más importantes de Hermosillo es ‘La pasión según Berenice’ (1976), con la cual se llevó el Ariel de Oro al mejor director por primera vez. Berenice (Martha Navarro) es una mujer viuda que se encarga de cuidar a su vieja y pudiente madrina Josefina (Emma Roldán). El médico de la anciana ha fallecido y desde la Ciudad de México llega su hijo Rodrigo (Pedro Armendáriz Jr.), un hombre apuesto y liberal que conquista a Berenice, con quien empiezan un romance al que no pueden resistirse. El pasado de Berenice es oscuro y tormentoso, lo cual se expresa en una cicatriz en el costado izquierdo de su rostro.

Hermosillo utiliza todos los elementos convencionales del melodrama televisivo, extendida y profundamente popular en México y en toda Latinoamérica. El personaje de la princesa encantadora y la villana seductora se sintetizan en Berenice, con la oscuridad pendiendo sobre ella y también sometida a la injusta tarea asignada a las mujeres de cuidar a los más viejos, con el agregado de una deuda casi imposible de pagar. Por otra parte, Rodrigo es el príncipe de familia prestante que viene de la ciudad al pueblo, pero no en busca de una princesa sino de la mujer que se ajuste a su pensamiento liberal y moderno. Berenice se muestra abierta a la sexualidad, propositiva, intensa, como una mujer que desea, lo cual era algo absolutamente infrecuente en sociedades conservadoras de aquella época, mucho más en la provincia. Es una mujer sometida al estigma, pero que encuentra en Rodrigo no solamente el espacio para expresarse sexualmente sino para más intensamente ser ella misma. El guion del mismo Hermosillo tiene la gran virtud de darnos un mensaje especialmente crítico sobre un modelo muy bien conocido que por consiguiente se convierte en un canal mucho más eficiente para enviar cualquier mensaje. Esta combinación del modelo tradicional del melodrama televisivo, integrado a la cultura más real y verificable de la provincia mexicana, con esa perspectiva sumamente crítica sobre las clases medias e incluso sobre la vanidad del liberalismo masculino, permiten que Hermosillo desarrolle una película que se aferra a una identidad nacional y simultáneamente propone un discurso que no es excluyente pero tampoco superficial, que no es condescendiente pero tampoco instigador. Lo que tenemos al final es una observación artística completa sobre una sociedad provinciana en la que los roles están marcados a fuego, especialmente para las mujeres. Esa apropiación cultural para referirse a problemas estructurales de la sociedad tiene un valor inconmensurable y puede compararse fácilmente y de fondo con el cine independiente estadounidense, contemporáneo al de estos grandes directores mexicanos. Cineastas como Coppola, Scorsese, Robert Altman o Woody Allen también readaptaron los géneros para observar a su propia sociedad muy de fondo. El cine de Hermosillo sirve también para comprender a la sociedad profunda sobre la que se construyó el México contemporáneo.

sábado, 11 de abril de 2020

La elusión liberadora de ‘Confesión a Laura’ y la observación cultural de Jaime Osorio

Colectivo audiovisual Zerkalo: Intimismo y sensibilidad de lo ...

El cine colombiano podría considerarse como una de las cinematografías más heterogéneas de Latinoamérica, con una cantidad de películas considerable con respecto a la de otros países, especialmente por las medidas progresivas en torno a la producción de cine (no tanto en torno a la exhibición). Una de las películas más importantes justo en la entrada de una fase del auge en la producción, en la entrada de los años noventa, fue ‘Confesión a Laura’ (1990), la primera y célebre primera ficción como director, de Jaime Osorio, predominantemente productor destacado en la primera década del siglo. ‘Confesión a Laura’ se remonta al definitivo y fatídico 9 de abril de 1948, el día del llamado ‘Bogotazo’, cuando fue asesinado el muy popular candidato liberal Jorge Eliecer Gaitán, muy seguramente destinado a ser el presidente de Colombia y a transformar la tradición política del país, más bien conservadora. La película nos lleva en el tiempo hasta el apartamento de una pareja madura sin hijos que termina atrapada en medio de los violentos disturbios en la ciudad. Santiago (Gustavo Londoño) es un hombre tímido y modesto, de edad madura, que vive con su esposa Josefina (María Cristina Gálvez), una mujer conservadora que lleva las riendas de la casa y ejerce cierta presión sobre Santiago. Es el cumpleaños de Laura (Vicky Hernández), la vecina del edificio del frente, profesora soltera y contemporánea de ellos. Josefina envía a Santiago a casa de Laura con un pastel de cumpleaños como obsequio, pero la amenaza violenta justo en la calle afuera del edificio lo deja ahí atrapado. Entonces empiezan a salir a la superficie las verdaderas esencias de los tres personajes.

‘Confesión a Laura’ nos habla de la increíble contención de la verdad en la vida de las personas. Santiago es un hombre con sueños, con expectativas, que ha tenido que someterse, no a su esposa, sino a los convencionalismos tradicionalistas de una sociedad especialmente conservadora, a la cual tiene que esconderle incluso sus inclinaciones políticas, mucho más sus emociones más auténticas. Por su parte, Laura es una mujer que ha debido soportar el tremendo e histórico estigma que deben soportar las mujeres solteras, especialmente las más adultas, aquellas que se han resistido a la institución matrimonial, a tal punto que ha tenido que acogerse en gran medida a esa carga social. Mientras Josefina, quien ha entregado toda su vida a ese convencionalismo dispuesto para las mujeres, no tiene más remedio que ver por la ventana con el temor de sufrir una infidelidad, Santiago y Laura poco a poco van emergiendo a la superficie con toda la honestidad de su verdadera identidad. Jaime Osorio nos muestra conmovedoramente el encuentro de dos personas que necesitan simplemente del reconocimiento del otro, de la mirada como hombres y mujeres, de una observación humana extensa, en la que pueda caber toda su identidad, desde lo social hasta lo sexual, pasando por lo político e incluyendo el valor de su propia existencia como seres con emociones que nacen de sus propias pasiones. El guion de Alexandra Cardona nos involucra en ese proceso de liberación de los personajes y nos encierra en la intimidad gustosa de ese descubrimiento mutuo. La cámara con sus emplazamientos tiene la capacidad de narrarnos por sí misma, dando testimonio del rodeo constante del formalismo en el proceso arduo de romper el hielo. En ese esfuerzo, la fotografía de Adriano Moreno tiene la virtud de ser intimista en el momento preciso, cuando la historia lo requiere. ‘Confesión a Laura’ es una película que parte de un contexto histórico fundamental para comprender a la Colombia y la Bogotá de nuestros tiempos, pero se extiende desde ese punto de partida para hablar de la poco expresada crueldad con la cual los convencionalismos sociales y la moral pública han llegado a estrangular nuestra verdadera identidad. La necesidad cada vez más urgente de ser nosotros mismos por fuera de los modelos que se han impuesto sistemáticamente.

sábado, 4 de abril de 2020

La denuncia documental de ‘Lost Girls’ y la mirada cortante de Liz Garbus

Chicas perdidas y el triste final de la madre que buscó a su hija ...

En la actualidad, no solamente en el cine sino en el mundo, emergen a la superficie todos los dramas que siempre fueron considerados secundarios y que son producto de una cultura que siempre ha sido profundamente violenta y discriminatoria. En ese contexto, el cine tiene la capacidad de recrear un relato reivindicador y de denuncia, que traiga al frente historias que se mantienen ocultas o que incluso se dejan en el olvido. La violencia contra las mujeres es uno de los asuntos más relevantes en el contexto de una notable y fundamental nueva oleada del feminismo en todo el mundo. El feminicidio es la expresión más cruenta de esa cultura machista, y las historias tristemente abundan. Liz Garbus es una experimentada documentalista que cuenta con una filmografía de casi cuarenta años en el cine y la televisión. Garbus se dedica a un documental incisivo, de denuncia, muy cercano al periodismo. Ha sido nominada dos veces al premio al mejor documental de los premios Oscar, con ‘Tha Farm: Angola, USA’ (1998, por la cual se llevó también el premio del jurado en Sundance) y ‘What Happened, Miss Simone?’ (2015). Ya se puede ver en Netflix la primera ficción de Garbus, el largometraje ‘Lost Girls’ (2020), basado en el libro del periodista de investigación Robert Kolker. Garbus se centra en el caso de Shannan Gilbert, víctima de una serie de asesinatos a de jóvenes mujeres en Long Island, todas con los mismos métodos y en las mismas circunstancias. En el caso de Shannan, fue evidente la inoperancia, negligencia y discriminación por parte de los medios y la policía.

Liz Garbus nos presenta una película ampliamente testimonial y construida rigurosamente con base en la reconstrucción al detalle del caso de Shannan, en un thriller expositivo en el que Mari Gilbert (Amy Ryan), la madre de Shannan, ejerce como el personaje encargado de ir al fondo del misterio para desentrañarlo. Garbus nos presenta un personaje con serias limitaciones emocionales, pero con una furia y un dolor contenidos que la convierten en el vehículo perfecto para aspirar al menos a la objetividad teórica del documental, pero que también sirve para que la película no tienda a determinar cuál debe ser la reacción del espectador ante revelaciones atroces que esconden profundamente el estigma social más cruel. La película no pretende innovaciones con respecto al género del thriller y apenas apela a algunos recursos bien conocidos como el flashbak. Pero puede percibirse un instinto para comprender las imágenes que solo puede conseguirse a través del documental. Esa aparición en medio de la oscuridad, con los rostros compungidos en medio de las luces que buscan explicaciones. No se trata de una película que pretenda aportar decididamente en la forma o incluso en el fondo, sino que se trata de acercar un caso emblemático con respecto a un fenómeno devastador, que ejemplifica la normalización de la discriminación más criminal posible, aquella que viene de quienes estructuralmente tienen la tarea de ofrecer verdad y justicia, como lo son los medios y la justicia. De paso, por si fuera poco, también habla del grave resquebrajamiento de una sociedad abandonada en las profundidades de un país gigantesco como lo es Estados Unidos, en donde los vínculos familiares son frágiles ante el abandono social y son absolutamente arrasados por tragedias como esta. Garbus nos plantea una ficción documentalista y documentada que elabora un modelo mediante el cual podemos tener un panorama profundo y extenso de una realidad lacerante, en donde el derecho a la vida no es prioritario y el feminicidio no tiene la urgencia necesaria para ser investigado, porque implícita y criminalmente se asume que la primera culpable es la misma víctima.