En los años recientes, las películas que reconstruyen hechos históricos han servido como instrumento para señalar problemáticas sociales que parecen reaparecer en el panorama social y político del mundo. Por supuesto, el contexto de cierta crisis creativa funciona para echar mano de historias ya establecidas que ofrecen material fresco para la creatividad. El cine europeo, por fuera de las grandes e históricas cinematografías siempre ha ofrecido alternativas especialmente notables. Una de las mejores películas que se pueden disfrutar actualmente en la cartelera latinoamericana es ‘El atentado del siglo: Utoya’, de Erik Poppe. Se trata de una película que reconstruye libremente, con base en diversos testimonios de sobrevivientes de la masacre terrorista del campamento de Utoya, sucedida en julio de 2011, en donde un extremista de derecha específicamente cazó a cientos de jóvenes en un campamento de verano. Poppe no se basa en una idea en particular, sino que se apoya en una gran cantidad de referencias testimoniales para construir un relato de ficción documentada a fondo. Por supuesto, lo más destacado es la forma, el concepto creativo al que ha recurrido el director para describir la situación.
Poppe nos presenta una película con duración de 1 hora y 33 minutos: el tiempo que duró la masacre. Lo hace sin presentarnos un solo corte. Es decir, un plano-secuencia de más de una hora y media. Por supuesto, este esfuerzo se complementa necesariamente con una puesta en cámara y en escena específica, precisa, puntual. Kaja (Andrea Berntzen) es la joven que recoge el horror de la compilación de testimonios que forman esta nueva vida emblemática en la ficción. Una joven con todo el futuro posible, con capacidad de encabezar grandes causas, de mover grupos, de ponerse al frente de lo que demanda cada momento. La propuesta de Poppe va directamente en el camino del cine como experiencia y recuerda sin duda la incisiva y perturbadora ‘Masacre: ven y mira’ (1985), de Elem Klimov. Se trata de estar ahí, como el Sancho Panza expuesto de esta aventurera en medio del horror. La película se diferencia así de otros experimentos de plano secuencia como la célebre ‘Rope’ (1948), de Hitchcock. Aquí de lo que se trata es de comprender de forma directa lo que implica física y emocionalmente la violencia, específicamente la terrorista, la violencia asesina. Esto le otorga a la película muchos niveles de interpretación, que van desde la experiencia misma, sensorial, lo que implica emocionalmente como espectador asistir a la eventualidad que ha sido diseñada. Pero también existe la reflexión con respecto a la inminencia de la muerte y a la fragilidad frente a radicalismos que cada vez se hacen más presentes, especialmente en Europa.
La película además es estacionaria, como sucede con las películas de aventuras, con las clásicas tragicomedias. Kaja va cayendo en pequeñas islas en donde se encuentra con diferentes personajes con situaciones diferentes, y en cada uno de esos espacios su emocionalidad se va transformando, el trauma se va abriendo más espacio en su cuerpo y en su mente, la va distanciando cada vez más de la cordura necesaria para su esfuerzo de supervivencia. Los ingredientes del horror así cada vez surten más efecto, con este monstruo potente que apenas aparece por unos segundos, pero que es implacable, que avanza como un manto mortuorio cubriendo un lugar que apenas unos segundos antes era una comunidad plenamente juvenil. Mientras el monstruo crece, la víctima mengua, decae, lo cual simultáneamente fortalece la intensidad dramática de la situación. ‘El atentado del siglo: Utoya’ utiliza de forma didáctica la potencia del cine para poner en contexto el efecto devastador de la violencia. Es una película que abandona la retórica para hacer tangible la capacidad destructora para la humanidad de una violencia desatada sin contemplaciones. Esto resulta fundamental en una época en la cual el distanciamiento sistemático tiene efectos indiscutibles en la sensibilidad, en la empatía.
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