sábado, 26 de enero de 2019

El cine afropolítico de Spike Lee y el Blaxploitation renovado en ‘Blakkklansman’

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Spike Lee es una de las figuras más importantes en la oleada del cine independiente estadounidense, en la segunda mitad de los años 80. Su célebre cine político afroamericano tuvo un lugar muy especial en los años ochenta, en medio del apogeo máximo de los blockbusters, reviviendo de forma especial la importante presencia del cine culturalmente afro en los años setenta, especialmente con el potente y musical blaxploitation. El cine de Lee también abreva de esa fuente y además agrega el fundamental contenido de una reivindicación sociopolítica histórica durante el siglo pasado. Películas como ‘She’s gotta have it’ (1986), ‘Malcolm X’ (1990) y, sobre todo, la contundente y clásica ‘Do the right thing’ (1989) han representado todo un legado de identidad y cohesión para las más recientes generaciones afroamericanas, y en general progresistas, en los Estados Unidos. La más reciente película de Spike Lee, ‘Blackklansman’ (2018), ha conseguido seis nominaciones a los premios Óscar, incluyendo mejor película y mejor director, tras haber conseguido el Premio del Jurado en el más reciente Festival de Cannes. ‘Blakkklansman’ cuenta la historia real de la infiltración del policía negro Ron Stalworth (John David Washington) en el Ku Klux Klan, complementado por su compañero judío Flip Zimmerman (Adam Driver), mientras simultáneamente mantiene una relación con Patrice (Laura Harrier), líder de las Panteras Negras. Como se puede suponer, el planteamiento es todo un cóctel explosivo.

‘Blackkklansman’ tiene como características fundamentales su situación histórica en los años setenta y la preponderancia de la comedia siempre presente en el cine de Spike Lee. Esto se establece en el trasfondo formal de una consistente película de Blaxploitation, renovada en estos tiempos. Esto implica que siempre está presente una poderosa banda sonora enmarcada en los géneros de la música negra estadounidense, con una banda sonora portentosa compuesta por el prolífico Terence Blanchard, llena de funk, blues, soul y más. Inclusive, son constantes las referencias al Blaxploitation, especialmente de los que son probablemente sus más grandes clásicos: ‘Shaft’ (1971) de Gordon Parks y ‘Superfly’ (1972), de Gordon Parks Jr. Sobre este escenario formal, Lee desarrolla la experiencia de una compenetración profunda entre las perspectivas raciales afroamericanas y las caucásicas, llevadas al extremo, en el momento histórico en el que se ubica. Lo que resulta especialmente interesante es la extensión de esa situación que se hace a los años 1917 y 2017 para comprender que el conflicto subsiste, que el racismo pervive dolorosamente. Los rostros afroamericanos se exponen poética y casi nostálgicamente al discurso agresivo de su propia reivindicación en escenas contundentes de las Panteras Negras. También podemos contemplar la ritualidad con la que los extremistas blancos asumen su presencia en el tristemente célebre Klan. La película de Lee no corta la relación entre los dos grupos, sino que por el contrario los fusiona, los integra, precisamente como a fin de cuentas se da en la sociedad de estos tiempos, con todo y los radicalismos violentos que han resurgido. Este ejercicio le permite administrar a Spike Lee de forma muy eficiente el ritmo narrativo de la película, los suspensos y las sorpresas, en un contexto que sabemos muy bien como espectadores que el potencialmente explosivo. 

El retorno de un director emblemático siempre es alentador para la actualidad del cine. No es la excepción con el caso de Spike Lee, quien con mejor humor que nunca, nos sitúa en la reflexión profunda sobre un impactante estancamiento social. Nos plantea la perspectiva de un humanismo evolucionado, integral, que incluso se ha perfeccionado en relación con el discurso histórico de sus causas. Esa confrontación entre la evolución del discurso, de la filosofía misma, se contrapone con el crecimiento preocupante de lo reaccionario, no solamente en Estados Unidos sino en todo el mundo. Al final, Lee consigue exponer de nuevo la exuberancia placentera de su cultura e incubar una reflexión especial en el espectador con respecto a la sociedad en la que vive. Aunque no sea la gringa. 

sábado, 19 de enero de 2019

La constancia espasmódica de ‘Suspiria’ y la elegancia clásica de Luca Guadagnino

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El terror ha sido uno de los géneros cinematográficos que ha pasado por más etapas diversas en la historia del cine. De la misma forma, es el que más subgéneros tiene. Suele ser un género que se alimenta constantemente de las culturas locales y de las tradiciones mismas. Uno de los grandes autores en la historia del terror es Dario Argento. El célebre director romano se ha convertido en un director de culto con películas como ‘Rojo Profundo’, ‘Inferno’, ‘Opera’ y por supuesto ‘Suspiria’, un auténtico clásico del terror. Su compatriota de Palermo, Luca Guadagnino, celebrado recientemente por su obra clasicista ‘Call me by your name’, se embarcó en hacer un remake de ‘Suspiria’, sin duda alguna una tarea especialmente riesgosa. La versión de Guadagnino se centra en el mismo guión de Argento y Daria Nicoladi, asociada por largo tiempo de Argento. La joven y talentosa Susie Bannion (Dakota Johnson) se desplaza a Berlín para ocupar una plaza en el célebre ballet de la renombrada coreógrafa Madame Blanc (Tilda Swinton). Simultáneamente, el Dr. Joseph Klemperer (también Tilda Swinton) investiga el caso de una joven paciente, Patricia (Chloë Grace Moretz), quien presenta síntomas que parecen esquizofrénicos pero especialmente coherentes. Las historias se encontrarán de forma intensa en el transcurso de la integración de Susie en el ballet y el avance de Klemperer en su investigación.

Guadagnino ya había dado muestras de su habilidad para generar emociones con su cine, en sus anteriores películas, con temáticas y géneros muy diferentes. En ‘Suspiria’ se mete a fondo en el escenario que magistralmente planteó Argento. Esta exploración se da de la mano de un trabajo específico en la edición, con cortes constantes que están en función de cortar el aire lo más posible, de recrear esa inquietud constante de la angustia, del miedo vivo. Walter Fasano es el editor encargado de esta tarea que sostiene todo el concepto de la película. El diseño de producción de Inbal Weinberg y la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom funcionan muy bien para fusionar de forma armónica el estilo clasista de Guadagnino y el espíritu esteticista de la obra de Argento. Todo esto se alimenta de la crudeza del embrujo, de lo descarnado de un terror violento pero sumamente elegante. Por supuesto, la música de Thom Yorke, líder de Radiohead, fortalece de forma aguda la estridencia esperpéntica que se requiere, en sincronía con un sonido siempre inquietante. La película avanza con este ritmo espasmódico y va golpeando de forma contundente al espectador con entregas programadas de horror físico, vinculado especialmente con la disciplina férrea del ballet.

La maquinaria que ha creado Gudagnino, soportada en el legado de Argento, funciona bien, emociona, pero gradualmente va a extendiéndose hasta perder interés. Es como si después de llegar al punto idóneo se hubiera cocido de más para terminarse quemando en el horno terrorífico de su final. Es como si los espasmos se hubieran convertido en estertores mortuorios. La sofisticación del concepto termina con una fuga que hace que se escape el sentido general de la película y entonces solo queda la experiencia espasmódica del horror, que sin bien es eficiente, resulta a fin de cuentas intrascendente con el tiempo. La saturación termina por desdibujar igual que si se despintará algo. El trasfondo histórico de la película, en la segunda posguerra alemana, no resulta suficiente para darle trascendencia. Tampoco alcanza con los afortunados avistamientos cómicos del grupo femenino de brujas que se reúne felizmente, recordando por momentos aquel ‘Distant Voices Still Lives’, de Terence Davies. La remembranza del ‘Black Swan’ de Arronofsky también es inevitable por el tema, pero todo resulta marchitarse como en el otoño, después de la sobreexplotación de los frutos que llegan a conseguirse de forma clara. El clímax lleno de color, ritmo, fuerza y musicalidad, termina diluyéndose. Tal vez la lección consiste en comprender que en el cine el ritmo, el timing, también tiene que ver con saber dónde terminar. Tiene que ver con marcar el final tanto como con marcar el inicio.

sábado, 12 de enero de 2019

La densidad aguada de ‘Aquaman’ y la asignación mediana de James Wan

Aquaman 2' greenlit for 2022 as we update our DC movies calendar | EW.com

El imperio de los superhéroes en el terreno de los blockbuster no se detiene y DC continúa en su carrera por recortar la ventaja que le ha tomado Marvel en los taquillazos generacionales. En el esfuerzo por completar las películas individuales de los héroes que conforman la Liga de la Justicia, el turno es para Aquaman, que se ha tomado las salas de cine del mundo en este cambio de año. La tarea se le encargó a James Wan, director malayo que ha sumado a su filmografía películas de buena recordación entre el público joven amante del terror, como ‘Saw’ (2004), ‘Insidious’ (2010) y ‘The Conjuring’ (2013). La historia de ‘Aquaman’ se refiere fundamentalmente al mito fundacional del cómic, desde el nacimiento del héroe, hijo de padre humano y madre atlantiana, hasta su ascensión como rey de la Atlántida. Por supuesto, el cómic tuvo que pasar por varias entregas para recorrer esa distancia que la película intenta resolver en 2 horas y 23 minutos de embutido. Por supuesto, las consecuencias son ineludibles.

La película utiliza recursos de transición en la edición de forma apresurada, tratando de hilar de forma sumamente artificial un relato que podría tener connotaciones interesantes que evidentemente se pierden. Aquaman es interpretado por Jason Momoa, quien ya había hecho su aparición en la escasa Liga de la Justicia y había surgido antes en ‘Game of Thrones’. Usualmente, se le encargan papeles en los cuales no se requiere más que dotar a sus personajes de sus características físicas, con un aditamento en su voz tontarrona y sus gestos infantiles. La verdad es que es casi tan artificial y superfluo como las cantidades industriales de efectos visuales que se le agregan a la película. En este caso, la complejidad narrativa del surgimiento del héroe, hace que la película siempre esté en una atmósfera caótica, que casi todos los cabos de la trama estén sueltos y que a fin de cuentas se le deje todo por completo a la espectacularidad efectista del CGI. Todo aquí es atropello, primero en la resolución mediana de un asunto con muchas aristas y luego en la entrega de un mar envenenado de impureza para un público que igual se lo bebe entero. Ni siquiera las actuaciones de Nicole Kidman y Willem Dafoe, actores sin duda alguna de calidad comprobada puede sostener la agitación insostenible que se mueve sobre sus cabezas.

Probablemente, las virtudes de ritmo y medida sean el mejor legado que el terror le haya dejado a James Wan, pero aquí es absolutamente imposible que haga uso de esas herramientas debido al atiborramiento de acontecimientos que se da en la película. El trabajo de Wan apenas puede mantenerse en pie para sostener una película que simplemente necesitaba de alguien con la capacidad técnica que dirigirla como se dirige el estacionamiento de un avión. La idea solamente consistía en posicionar ‘Aquaman’ pronto para perfilar rápidamente ‘La Liga de la Justicia’, en donde supuestamente entregarán su mayor apuesta cinematográfica. De forma más bien literal, se trata de conseguir un ingeniero que lleve a cabo la implosión de un edificio. Puede decirse que se trata de derrumbar la respetable y muy valiosa construcción de personajes que han recorrido generaciones en los cómics y que se crearon en un entorno absolutamente distinto, casi opuesto al actual, para un medio radicalmente diferente, con entregas periódicas que permitían comprender de mejor forma la vastedad de todo un universo. ‘Aquaman’ de James Wan es el tipo de película que, en su adaptación arbitraria, desgarra por completo la esencia original del asunto dramático, de la obra como tal. ¿Qué va a suceder con el legado de los cómics cuando su humanidad es reducida a cero y su trasfondo es prácticamente amputado para dejar a la vista solamente un personaje transformado en marca multimillonaria? Por lo pronto, se pierde progresivamente la textura mágica del superhéroe de cómic original. La asimilación de ese personaje en conflicto está cada vez más perdida en la vorágine destructiva de estos blockbuster.