sábado, 27 de junio de 2020

La modernidad espectral de ‘Personal Shopper’ y el retrato del duelo de Olivier Assayas


Olivier Assayas es uno de los directores más representativos de las últimas cuatro décadas del cine francés. Assayas ha construido toda una filmografía alrededor de las relaciones profundas de la sociedad francesa más urbana y cosmopolita. Esa mirada ha servido para observar la transformación humana e incluso espiritual del primer mundo, que a fin de cuentas impregna muchas otras latitudes. Una de las películas más importantes de los últimos años en la filmografía de Assayas es ‘Personal Shopper’(2016), con la cual se llevó el premio a la Mejor Dirección en Cannes. ‘Personal Shopper’ nos planta en la mirada de Maureen (Kristen Stewart), la joven asistente personal y de moda de Kyra (Nora von Waldstätten) una socialité parisina que necesita de alguien que haga esas cosas que todos hacen pero ella no tiene tiempo ni intención de hacer. Maureen no soporta su trabajo, pero no quiere dejar la ciudad hasta contactar a su fallecido hermano mellizo y médium espiritista, quien prometió contactarla de alguna forma sobrenatural. La nebulosidad de esas señales van a sacudir a la errante Maureen.

Assayas, desde la mirada casi exclusiva de Maureen, nos permite transitar sin peso encima por un mundo contemporáneo en el que la realidad también es ligera, en las que los límites de lo real y lo virtual se parecen a los límites entre lo natural y lo sobrenatural. Maureen es como una Audrey Hepburn de los recientes todavía frescos años diez, que luce modelos sobre su cuerpo que absorbe cualquier moda, mientras flota como sedada por el miedo de París a Londres y de Londres a Omán. Como ‘Las Criadas’, de Genet, se pone las ropas de su jefa, impulsada por el control espectral que parece leer su mente llena de sueños de luces y placer. Como la Hepburn en ‘Roman Holiday’ (1953), también recorre en motocicleta las calles europeas, mientras soporta sobre los hombros el duelo bucólico de la muerte temprana de su hermano como si hubiera perdido una parte de ella misma. La soledad de Maureen parece romper sus barreras y al menos las puertas virtuales las abre con facilidad, mientras la sombra fantasmagórica de su hermano se cierne sobre ella con interferencia como de WiFi. Cabe destacar el aporte de François-Renaud Labarthe en el diseño de producción, que no solo tiene modelitos encantadores para vestir a esta Audrey readaptada, sino que también la pone en escenarios tan acogedores como congelados. Esa gelidez que todos conocemos de las tardes grises y melancólicas que apenas atraviesan las ventanas se deben a Yorick Le Saux en la fotografía, que hace un trabajo fiel a esa sensación tan reconocible. Kristen Stewart sabe darle las pinceladas precisas a una mujer de estos tiempos, que es capaz de moverse en varios mundos ya con total naturalidad, igual que cuando cruza de una habitación a otra, ya se trate de ciudades, de países, de vidas o de muertes. Es un mundo que ha sabido hacerse mucho más fluido, ágil y eficiente, pero que no ha podido abrazar a los seres humanos todavía. En donde la soledad ahora tiene smartphone con chats que de todas formas siguen dejándola sola. Constantemente, en ‘Personal Shopper’ la sensación es la de tocar a la puerta y no obtener respuesta, la del teléfono que suena y nadie contesta, la de llegar y que no haya nadie. Entonces para Maureen no queda nadie más que ella misma y la presencia de quienes antes sí fueron compañía, o tal vez calor humano. Es difícil escapar cuando se escapa de sí mismo. Parece que nadie se puede quedar, que todos tienen que irse, que hay una prisa nueva, que lo breve se impone a permanente. Otra vez se trata de Assayas dándonos conciencia que escasea.

sábado, 20 de junio de 2020

La autenticidad difusa de ‘Monos’ y el instinto observador de Alejandro Landes


El cine colombiano pareciera haber superado una serie de obstáculos históricos que siempre representaron una perspectiva incompleta sobre la cultura propia del país. El aumento en la producción y el desarrollo tecnológico han permitido que ese aumento en la cantidad repercuta en que puedan darse más intentos en la búsqueda de esa identidad que impulse por fin de forma extensa esa voz siempre desarticulada y variopinta del cine colombiano. Probablemente, la película más importante  y destacada de los últimos años es ‘Monos’(2019) , del colombo-ecuatoriano Alejandro Landes, quien ya había llamado poderosamente la atención con ‘Porfirio’ (2011), su primera ficción. ‘Monos’ (2019) nos adentra en las profundidades naturales e instintivas de una célula armada ilegal, conformada por ocho adolescentes, en las profundidades naturales deslumbrantes de los páramos y selvas colombianas. El grupo tiene la tarea de cuidar a la Dra. Sara Watson (Julianne Nicholson), una ciudadana estadounidense  que mantienen secuestrada. ‘El mensajero’ (Wilson Salazar) es el encargado de vigilar al grupo con visitas espontáneas.

 

Landes, como lo había demostrado en ‘Porfirio’, su película anterior, exhibe un gran instinto para una observación aguda, capaz de captar la poesía de unos escenarios verídicos que sin duda respaldan sus intenciones estéticas. El holandés Jasper Wolf  en la fotografía es un buen aliado en esas intenciones. Landes saca a la pista a un grupo de actores naturales liderados por Moisés Arias (en el papel de Patagrande), para que representen la vertiginosidad instintiva de la adolescencia, embriagada por el entorno imponente y envenenada en el contexto de la guerra. Esta correlación recuerda inevitablemente la adaptación de ‘El señor de las moscas’ (1990), dirigida por Harry Hook, en donde se captura con crudeza esa instauración de la violenta autoridad infantil y adolescente, justo como sucede en ‘Monos’. La película pretende traer al escenario del conflicto colombiano al menos la sensación ritual trascendente de ‘Apocalypse Now’ (1979), el clásico arrasador de Francis Ford Coppola y traza una línea dramática que procura representar el viaje Vietnam adentro del clásico setentero. Probablemente es más cercana la experiencia incisiva y traumática de aquel ‘Ven y mira’ (1985), de Elem Klimov, que gira también en torno de la tragedia bélica infantil y adolescente. Pero precisamente las aproximaciones que rayan en la imitación son las que desconectan a la película de emociones que perduren más allá de su correspondiente visionado. No solamente en el cine, sino en todo el arte, es escasa la construcción de una identidad colombiana alrededor del conflicto armado. Se pueden mencionar muy destacadamente las conmovedoras y esas sí emocionantes e inagotables fotografías de Jesús Abad Colorado. Esa escasa excavación en pos de encontrar con claridad la autenticidad cultural de la guerra en Colombia, le pasa factura a ‘Monos’, que tiene la gran virtud de mantenerse en esa histórica y acertadísima decisión de instalarse en los escenarios naturales transversales e insuperables del territorio colombiano, como muchas películas de los últimos diez años del cine colombiano, pero con un afán inocultable por representar un estilo y unas dinámicas que, al menos, resultan incomprobables. Además de la fotografía de Wolf y de la mirada innata y privilegiada de Landes, el sonido de la cubana Lena Esquenazi también está lleno de prodigios técnicos y expresivos que construyen sin duda una experiencia total. Sin embargo, en medio de todo ese esplendor considerablemente cinematográfico en sus formas, es difícil asirse de una voz que se perciba como sinceramente colombiana, como verdaderamente surgida de los estertores de una guerra fratricida que ha cruzado generaciones. Tal vez la película se aferre a la experiencia humana tan pura y esencial como sea posible, pero ese desarraigo a la colombianidad hace que flote por el río y se pierda en la distancia. Al trazar una línea en la filmografía de Landes, entre ‘Porfirio’ y ‘Monos’, bien se podría concluir que en la primera sabe de qué habla y en la segunda no sabemos si sabe.

sábado, 13 de junio de 2020

La voz reivindicativa de Spike Lee y las heridas abiertas de ‘Da 5 Bloods’


Da 5 Bloods' Review: Spike Lee's Vietnam Saga, Heist Thriller ...


La historia del cine independiente estadounidense no podría comprenderse sin la presencia original de Spike Lee. El director de Atlanta es tal vez la figura más singular de aquella generación de independientes que se forjaron en los años ochenta, bajo el fuego de las primeras franquicias de blockbusters, junto a otros históricos como Jarmusch, los Coen y Tarantino. Lee se paró sobre la descomunal y diversa cultura urbana afrodescendiente de los Estados Unidos para discutir todos los niveles de la vida de los negros en la potencia planetaria, desde lo más individualmente íntimo hasta lo más colectivamente político. Parado sobre los hombros del potente blaxploitation, pero también en la poesía de cineastas como Charles Burnett y, como todos los de su generación en la independencia contracultural surgida en los sesenta, Lee se ha consolidado como todo un referente cultural para comprender la trascendencia de la comunidad afroamericana de los Estados Unidos. Con una carrera extensa y llena de brillo, apenas el año pasado Spike Lee recibió su primer premio Oscar, y lo consiguió por el guion de su muy disfrutable ‘BlacKkKlansman’ (2018). Esta semana estrenó en Netflix su nueva película, justo cuando nuevamente se agitan las manifestaciones de la comunidad afroestadounidense por otro crimen racista de la policía, como lo fue en el caso de George Floyd. La película se titula ‘Da 5 Bloods’ y nos relata el viaje de cuatro veteranos negros de la Guerra de Vietnam, Paul (Delroy Lindo), David (Jonathan Majors), Otis (Clark Peters) y Eddie (Norm Lewis), quienes regresan esa tierra llena de memorias dolorosas para reencontrar los restos de Stormin’ Norman (Chadwick Boseman), el quinto de ‘Los Sangres’ y además todo un tesoro que está enterrado con él.

 

‘Da 5 Bloods’ es una pieza ejemplar del cine de Spike Lee. Tiene la capacidad de moverse con gran naturalidad desde el humor más espontáneo hasta la trascendencia espiritual de todo un pueblo y su historia. La película narra acciones paralelas sobre el mismo espacio, que se diferencia por una transformación de color y la relación de aspecto de imagen. Spike decidió no utilizar actores jóvenes para los acontecimientos de la guerra y eso le da un aura místico al personaje de Stormin’ Norman, representando claramente la prevalencia de los traumas en aquellos veteranos. Spike también acompaña la ficción con valioso y pertinente material de archivo que le da un impulso vital y emocional a todo el drama que reposa en el fondo de una comedia encantadora. Por supuesto, el viaje en busca del horror rememora inevitablemente el ‘Apocalypse Now’ (1979), de Coppola y el grupo fraterno y lleno de vicios y debilidades recuerda la gigantesca ‘Los siete samuráis’ (1954), de Kurosawa. A fin de cuentas, nuevamente se trata de la inmersión profunda hacia los temores, hacia los dolores, hacia las heridas aún sangrantes. La voz de Marvin Gaye pareciera ser el canal trascendente que sirve para llegar hasta el fondo de ese mar que siempre lució abrumador por ser una fuente inagotable de dolor. Por supuesto, es indispensable, como siempre, la mirada de Lee sobre la historia de su propia comunidad negra en relación con todo Estados Unidos como Estado completo. Una historia de oprobio que parece no terminar nunca, que se renueva precisamente como las penas. Esa exhibición plena de las injusticias es además generosa, porque incluye también a los vietnamitas y reivindica a quienes después de tanto tiempo siguen tratando de devolverle la dignidad a quienes se la arrebataron. Lo mejor de todo es que la observación de Spike Lee es intensa y diversa, sin ser excluyente, apostándole con valentía a pensar en las causas dolorosas de la lamentable presencia de Trump en la Casa Blanca, sin ningún tipo de resquemor y por el contrario siempre invitando a la colectividad como medio de auténtica salvación.

 

sábado, 6 de junio de 2020

El western fraterno de los hermanos Coen y el encuentro de soledades de ‘True Grit’


En los años ochenta, cuando Hollywood se robustecía en las mieles del corporativismo, con blockbusters que devoraban todo a su paso, un grupo de valiosos cineastas independientes surgió en Estados Unidos, con la inspiración de aquella generación histórica surgida de la contracultura sesentera y ellos mismos alimentados por una nueva contracultura que surgía en los fondos de las grandes capitales. Dentro de ese grupo, apareció una mancuerna de hermanos que, como sus contemporáneos, como sus antecesores en la independencia setentera y como muchos próceres del Hollywood de oro, abrevaron de las profundidades de un país multicultural y se refirieron a la vida de todos aquellos que no precisamente brillaban en sociedad, de aquellos separados de los reflectores que se multiplicaban a lo largo y ancho del territorio estadounidense. Los hermanos Ethan y Joel Coen han revaluado el escenario de esos personajes y a muchos los han convertido en auténtica mitología cinematográfica de la modernidad. Hace diez años, en el terreno del western, donde son peces en el agua, entregaron ‘True Grit’ (2010), remake del clásico del género con el mismo nombre, dirigido por Henry Hathaway y protagonizado por un John Wayne crepuscular y siempre icónico. El remake de los Coen se llevó diez nominaciones a los premios Óscar. ‘True Grit’ nos cuenta la aventura de la adolescente Mattie Ross (Hailee Steinfeld), quien está decidida a hacer justicia por el asesinato de su padre a manos de Tom Chaney (Josh Brolin), un vulgar forajido errante de la región. Decide contratar los servicios Rooster Cogburn (Jeff Bridges), un cazarrecompensas tan famoso por su eficiencia como por sus vicios. Aparece también LeBeouf (Matt Damon), un ranger de Texas que están en busca de Chaney por asesinar a un senador en esa ciudad.

 

Pocos cineastas en el mundo tienen la destreza para bordar personajes y trama simultáneamente como lo hacen los Coen y aquí con el eje en Mattie, quien va despuntando sobre los hombros de una rebeldía cada vez más valiente, van instalándose Cogburn (con una interpretación espectacular de Bridges) y Lebouf, hasta que se presenta después este monstruo de tres cabezas disímiles que se enfrenta a la legendaria supervivencia violenta del salvaje oeste. La fotografía de Roger Deakins construye constantemente el fondo de un escenario silvestre sobre el cual se plasma cada escena, cruzando la noche, los ríos y las extensiones nevadas. El diseño sonoro de Craig Berkey explora con gran virtuosismo ese encuentro constante entre el pueblo y el campo, espacios concentrados y liberados alternativamente. La exploración profunda en el encuentro sumamente frecuente de diversas soledades es todo un tema en la filmografía de los Coen, en grandes películas como ‘Raising Arizona’ (1987), ‘Fargo’ (1996), ‘The Big Lebowski’ (1998) y varias más. Ese encuentro de individualidades, ese respaldo implícito sirve para sobrellevar la vida, para subsistir en medio de un contexto enajenante, de aislamiento, en donde la desconfianza es un mecanismo de verdadera autofagia. Cogburn ha construido con esmero su impiedad, su fama de animal asesino, y solamente Mattie tiene la facultad de convertirse en la razón de ser para que se transforme en personaje épico, en héroe para la memoria firme de una futura mujer curtida por esa adversidad. Y en medio LeBouf, erigido como el catalizador de diferentes odios en diferente etapa de crecimiento, con un pie puesto en la practicidad necesaria para salir vivo y el otro en la lealtad crucial par ano resultar muerto. Ethan y Joel Coen saben muy bien recabar en la sustancia del western para limpiar del polvo esa solidaridad que puede ser corta pero definitiva, esa concordia que ayuda a cruzar el río turbulento, que tal vez sirva solo para escapar, pero que también sirve para conseguir razones para ponerse de pie.