sábado, 29 de septiembre de 2018

El suspenso estrangulador de Alfred Hitchcock y el misterio incestuoso de ‘Shadow of a doubt’

Shadow of a Doubt (1943) – Journeys in Classic Film

Dentro del grupo de quienes suelen ser considerados los más grandes cineastas de la historia, Alfred Hitchcock es uno de los que tiene una filmografía más extensa, dejando clásicos desde el mismo contexto de las vanguardias en el cine silente de los veinte hasta los pasionales años setenta. Durante los años cuarenta, fue uno de los autores fundamentales de la edad de oro en Hollywood y entregó películas emblemáticas como ‘Rebecca’ (1940), ‘Notorious’ (1946) y ‘Rope’ (1948). Una de sus mejores películas en esta etapa fue ‘Shadow of a doubt’, protagonizada por Teresa Wright y Joseph Cotten. La película nos cuenta la visita de Charlie (Joseph Cotten) a la casa de su hermana Emma (Patricia Collinge). El hombre resulta ser prácticamente un héroe para la familia, especialmente para su hija Charlotte (Teresa Wright), quien siempre decepcionada de la vida monótona de su pequeño pueblo se alegra particularmente con la visita de su tío, quien incluso inspiró su propio nombre. Durante la película, a los dos se les llamará siempre Charlie. El escenario familiar especialmente acogedor,  es complementado por Joseph (Henry Travers), el cuñado del visitante, y Herbie (Hume Cronyn), su mejor amigo, quienes se entretienen pensando en cómo se asesinarían uno al otro, además de los dos niños pequeños de la casa, Anna y Roger, inquietos intelectualmente y especialmente agudos. La situación se torna sorpresivamente tenebrosa cuando reciben la visita de dos hombres que se presentan como encuestadores, pero Jack, uno de ellos, confiesa a la joven Charlie que están en busca de un asesino serial de viudas y su tío tocayo es uno de los principales sospechosos.
La película va siendo inundada por una atmósfera inquietante, por una sensación que asfixia al espectador. Nos ponemos gradualmente en la perspectiva de una joven y vivaz mujer que descubre la oscuridad del mundo de un momento a otro, y empieza a ser acorralada, a perder tiempo y espacio, mientras un hombre maduro la reduce, la arrincona, la amenaza con tanta sutileza que simultáneamente parece construir un juego de seducción fundamentado en un complejo de Electra tan elocuente como elegante. El padre de la casa es un hombre mayor, entrañable, pero que nunca llegó presentarse como una figura de gran autoridad masculina. Algo que la esposa poco valora, mientras que la hija admira casi con ternura. El peligro cada vez se percibe más en acciones claras por parte de Joseph, un demente escondido en el disfraz de un galán. Un asesino despiadado que caza a su presa. Hitchcock nos inquieta con escenas brillantes, en donde el crimen está en el aire, con un dominio fundamental del suspenso, reforzado por un sarcasmo delicioso que se presenta en los momentos más álgidos de la trama. El secreto es latente y solamente la postura social parece impedir que este hombre físicamente fuerte y potente destroce con sus manos a una joven y frágil mujer. La tensión sexual resulta especialmente inquietante para quienes observan. Los niños y los adultos infantilizados caminan por la situación como si estuvieran sobre un campo minado. La aterrada y ligera Charlie casi corre por las calles al borde de sufrir un accidente mientras la persigue con determinación, desde la oscuridad, un asesino serial poderoso, eficiente y sumamente encantador. Escapa del acecho sujetando a quienes se encuentra, tratando de tomarse del brazo de cualquiera que la salve. Incluso en su propia casa, con la inmensa desventaja de contar con infinitamente menor credibilidad que él, debe protegerse de las dentelladas de todo un depredador. La sombra de la duda parece disiparse, pero para hacer visible a la muerte misma. Es una silueta que se define a medida que se acerca, pero es la de alguien que quiere romperle el cuello con las manos. La atracción sexual y la muerte, dos de los temas frecuentes en el cine de Hitchcock, habitan el misterio y el suspenso que venía afilando con maestría en las décadas anteriores y aquí empezaban a rendirle los mejores frutos de su obra, para deleite de quienes disfrutamos de la incorrección de su perversidad, contemplando los sinuosos caminos de su alma.

sábado, 22 de septiembre de 2018

El concepto de Pixar, la proyección de 'Inside Out' y el ingenio de Pete Docter

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Pixar ha sido un faro en el panorama del cine mundial durante los últimos veinte años, desde su celebrada primera entrega de Toy Story, que transformó por completo la animación. A pesar de muchos altibajos, siempre han mantenido unos estándares especiales de calidad, marcados profundamente por una habilidad excepcional para crear conexiones emocionales con un público masivo, diverso, que le ha otorgado éxitos constantes de crítica y taquilla, logrando crear verdaderos clásicos que han sobrepasado a la animación misma.
Una de las más recientes películas de los estudios Pixar se ha titulado como ‘Intensa-mente’ en Latinoamérica, con título original ‘Inside Out’. Después de no haber lanzado largometrajes en 2014, Pixar regresó con esta película dirigida por Pete Docter (Monsters Inc, Up), uno de sus grandes genios. Y el regreso fue apoteósico.

‘Inside Out’ es una película supremamente inteligente, vivaz, emotiva y original, en la cual se logra explicar algo muy complejo de una forma muy simple y didáctica, lo cual, de por sí, ya es un logro muy importante. Nos adentramos en el cerebro de la pequeña Riley y entonces podemos comprender desde un punto de vista particular cómo las emociones se integran a nuestra existencia y logran darnos lo que necesitamos en el momento preciso, especialmente cuando nuestro sistema de emociones está conectado armónicamente con nuestra vida.  Lo que sucede básicamente en ‘Intensa-mente’ no es un asunto tan simple, ni mucho menos común en una película que muchos considerarían de corte infantil. Es la exposición detallada, minuciosa e iluminada de una gran depresión, en la cual la furia, el temor y el desagrado quedan al mando, mientras que la tristeza y la alegría caen incluso hasta el subconsciente. Es una situación que está efectivamente al borde de convertirse en una tragedia, pero en Pixar nos lo muestran con una brillantez efervescente, que nos hace reír, llorar y emocionarnos como si fuéramos al parque de atracciones.

Pixar deslumbra con su dominio absoluto del cine. Desde el guión, hasta el montaje, da una cátedra, en la que demuestra claramente las inmensas posibilidades que existen para quien conoce y domina el lenguaje cinematográfico en su totalidad. Con ‘Inside Out’, nos entrega un manual de las posibilidades de entretenimiento, educación, cultura y ciencia que puede tener el séptimo arte, mucho más allá de lo que cualquiera podría normalmente lograr. Es supremamente acertada la característica simbólica de la película, ya que cada situación, cada acción que transcurre, tiene una doble lectura para el espectador atento, porque, al enseñarnos muy pedagógicamente los códigos del universo de la película (que son los mismos del cerebro, la mente, el pensamiento), podemos y debemos realizar la debida interpretación de todo lo que sucede. Así pues, nos damos cuenta de que el pensamiento no funciona con la ira, de que nuestras islas son las pasiones, de que la tristeza también tiene un papel fundamental en nuestra vida emocional y de que los sueños son los estudios cinematográficos de nuestra mente.

‘Intensa-mente’ es una película que perdurará y la reflexión que genera seguirá siendo larga y muy importante para cada uno de nosotros como seres de carne y hueso, con un cerebro que está siempre trabajando, aunque nosotros estemos durmiendo. Está maravillosa y genial película se convierte, sin ninguna duda, en uno de nuestros recuerdos permanentes… y quienes la hayan visto, sabrán de que estoy hablando.

sábado, 8 de septiembre de 2018

La oscuridad pedagógica de ‘Ana y Bruno’ y la introspección revelada de Carlos Carrera
























Carlos Carrera ha sido un cineasta particularmente destacado en el medio cinematográfico mexicano. Durante cerca de treinta años, ha logrado sacar adelante películas que han sido influyentes en el desarrollo del cine en este país. Películas como ‘La mujer de Benjamín’, ‘Sin remitente’, ‘Un embrujo’, ‘El crimen del Padre Amaro’ y ‘El traspatio’, son bien recordadas en el contexto de una cinematografía sin duda amplia y diversas. Por supuesto, una de las vertientes fundamentales en el trabajo de Carrera ha sido la animación, especialmente con su cortometraje ‘El héroe’, que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes en 1994. Durante varios años, el director mexicano estuvo luchando por sacar adelante un proyecto de largometraje de animación, titulado ‘Ana y Bruno’, que felizmente ha podido ver la luz este año en las salas del país, después de superar innumerables obstáculos durante unos siete años. ‘Ana y Bruno’ cuenta la historia de la pequeña Ana (Galia Mayer), quien en medio de una época en México que ha sido retratada desde otras perspectivas, es llevada junto a su madre a un retiro junto al mar, en donde descubre seres fantásticos que gradualmente le van revelando una verdad que resulta ser una auténtica conmoción, pero que le impulsa a la aventura para rescatarse a su madre y a sí misma.

Carrera nos cuenta una historia poética que se va sumergiendo gradualmente en una oscuridad profunda que resulta por supuesto especial desde la mirada de una niña muy pequeña. Lo que surge como un entramado fantástico e incluso lleno de poesía, poco a poco va revelándose con una oscuridad intensa que al mismo tiempo resulta ser pedagógica para los más pequeños con respecto a temas especialmente trascendentes en el desarrollo del ser humano, que trastocan para siempre su sensibilidad frente al mundo, como lo son la muerte y la locura. La película tiene todos los elementos para una pieza de horror especialmente intensa, pero la adaptación que hace Flavio González Mello sobre la novela de Daniel Emil logra establecerse casi como un manual lúdico para tratar estos temas con los niños. Como lo mandan los cánones del thriller, los espectadores tienen un trabajo que hacer y, en este caso, los padres que visitan la sala con sus hijos pequeños tendrán que construir junto a él ese camino, mientras va tocando temas que resultan especialmente sensibles. Bruno (con la voz de Silverio Palacios) es el personaje encargado de catalizar los momentos más álgidos de la película para la emocionalidad de los pequeños, con un humor punzante, directo y que logra hacer que todo se normalice de forma especialmente sana, incluso la revelación de la muerte misma.

Nuevamente en ‘Ana y Bruno’, como en otras películas de Carlos Carrera, la introspección profunda de los personajes resulta abrirse paso de forma muy natural para presentarse como una reflexión muy tangible de la naturaleza humana. Al final de la película, logramos vislumbrar la situación verdadera que ha sucedido, la realidad de los acontecimientos que permanentemente hemos estado observando desde la perspectiva de la fantasía y por momentos del horror. Comprender finalmente ese camino transcurrido resulta especialmente conmovedor, como si nos dejaran una nueva revelación que nos asaltará emocionalmente después de terminada la historia. Ese ejercicio le da un gran valor a la película desde el punto de vista autoral puesto que habla muy bien de las capacidades del guionista y del director. La animación resulta ser suficientemente eficiente para retratar las conmociones de esta historia que a fin de cuentas es una radiografía del devenir propio de quienes descubren la crudeza de la verdad de la condición humana. El diseño de los personajes nos recuerda el sello gráfico de Carrera, el que vimos desde el héroe y el tema sabemos que siempre ha estado dentro de sus intereses. Esto nos dice claramente que estamos frente a un autor, con un estilo identificable, con un mundo particular. ‘Ana y Bruno’, en específico, resultará útil en la revisión de su filmografía y también para quienes tienen la tarea de ser padres, de quienes se enfrentan a la necesidad de acompañar a sus hijos en la revelación de la verdad.

sábado, 1 de septiembre de 2018

La poética existencial de Wim Wenders y la expansión anticlimática de ‘Submergence’

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Wim Wenders es una de las figuras emblemáticas del cine europeo durante la segunda mitad del siglo XX. Como parte del intenso y conmovedor Nuevo Cine Alemán, junto a otras figuras de ese país como Werner Herzog y Rainer Werner Fassbinder, entre otros, Wenders logró construir, especialmente en las tres últimas décadas del siglo, todo un imaginario para el cine independiente, siendo siempre de suma influencia para realizadores posteriores en todo el mundo, con películas como ‘Alicia en las ciudades’, ‘El miedo del portero ante el penalti’, ‘El amigo americano’, ‘Historias de Lisboa’, ‘Las alas del deseo’ y, por supuesto, la inolvidable ‘París Texas’. La década actual ha servido para volver a poner su nombre en las mejores consideraciones de la crítica, especialmente en el documental, con títulos como ‘Pina’, en 3D sobre la legendaria coreógrafa alemana Pina Baucsh y  ‘La sal de la tierra’, sobre el fotógrafo brasilero Sebastião Salgado. Su filmografía documental siempre ha sido especialmente interesante, pero nunca ha abandonado la ficción, aunque el éxito no ha sido el mismo, pero siempre abordando los temas derivados del paso del ser humano por la vida, de los encuentros con otros seres humanos, de las huellas propias de ese tránsito. Su más reciente película de ficción, se titula ‘Submergence’ y es una adaptación de la novela homónima del británico J.M. Ledgard. Cuenta la historia de James More (James McAvoy), un ingeniero hidráulico que es secuestrado por terroristas yihadistas en Somalia, y Danielle Flinders (Alicia Vikander), quien trabaja como biomatemática en un proyecto de inmersión en lo más profundo del océano. Un año antes tuvieron un encuentro amoroso que los flechó de por vida y los mantiene unidos, a pesar de que ninguno sabe nada del otro.

Wenders nos introduce en un asunto que evidentemente está en el fondo de las inquietudes que siempre ha tenido como artista, relacionados con el azar, con la existencia, con los encuentros que terminan transformándonos, y algo más reciente que tiene que ver con el paso del tiempo y con un interés casi biológico en la vida, con especial asombro, como lo retrató en ‘La sal de la tierra’, donde los mismos temas de esta película son tratados como documental y como mucho más acierto desde el punto de vista dramático. El guionista Eric Dingham no logra cohesionar con solidez el desarrollo del thriller geopolítico y ambiental con las disertaciones visuales de los personajes dentro de estos espacios cerrados y abiertos que sin duda los ponen en un debate existencial intenso. Wenders parece dedicarse de forma exclusiva a explorar sus inquietudes artísticas con respecto a estos temas y entonces podemos apreciar imágenes sin duda repletas de poesía, pero desvinculadas de una ficción sólida que las sostenga. Probablemente, si las intenciones originales de la película no fueran en la dirección del thriller romántico y político, tan convencionalmente, en la línea del cine estadounidense más comercial, hubiéramos tenido una película memorable donde Wenders hubiera tenido plena libertad para expresar la situación sin duda profunda que plantea la historia original. Tal vez algo similar a lo que desarrolla actualmente Malick y que llegó a su punto más alto con la emblemática ‘The tree of life’, tal vez la mejor película de la década. Las referencias de Malick, desde ‘Badlands’ hasta ‘The thin red line’, resultarían también ilustrativas de lo que se puede conseguir cuando se encuentran armónicamente la ficción y la poesía, como se pretendió en este película de Wenders.

Sin embargo, la película es aprovechable justamente para apreciar los intereses estéticos de Wenders, siempre en torno a temas que se expanden cada vez más desde la propia experiencia humana, sin perder ese centro, y ahora llegando a asuntos cada vez más globales e incluso existenciales, biológicos a gran escala. En ese contexto del análisis, cabe destacar el cuidadoso y sensible trabajo del cinefotógrafo Benoit Debie, de cabecera para Gaspar Noé, el trabajo del español Fernando Velázquez en la música. Lastimosamente, la película no estuvo abocada a la expresión, sino a un drama anticlimático.