El cine de Agnès Varda tiene ya más de sesenta años y diferentes vertientes, todas ellas históricas. Ha desarrollado un cine alternativo, experimental, con una gran influencia en el documental y en lo que antes solía llamarse el video arte. Por supuesto, su condición de mujer siempre se ha visto reflejada en sus películas, siendo ella misma una de las referencias fundamentales en lo que se refiere al cine hecho por mujeres. Por supuesto, su cercanía con la Nouvelle Vague es una de las facetas más importantes de su vida, con vínculos especialmente cercanos con Jacques Demy, que además fue su esposo. Por su parte, JR es uno de los fotógrafos más reconocidos de estos tiempos, destacado especialmente por las impresiones gigantescas de sus fotografías especialmente humanas en espacios usualmente urbanos. Estas dos figuras del pasado y el presente de la memoria visual francesa se han unido para crear un documental emblemático, que sin duda se posiciona desde ya entre las películas más importantes que ha dado la cuna del cine en lo que va de este siglo. ‘Rostros y lugares’ es un documental en el que se genera una simbiosis particular entre estas dos miradas profundas, en un viaje a las profundidades de la provincia francesa, en una road movie documental soñada entre dos personajes característicos, de sexos opuestos y con más de cincuenta años de diferencia. Agnès y JR exploran los paisajes y encuentran a los seres humanos que reflejan el presente y la huella del pasado de un país vibrante, resaltando la particularidad que todos tienen en medio del colectivo, aportando cada uno de estos artistas su experiencia para crear un álbum gigantesco en el terreno que finalmente devela sus propias esencias como seres humanos.
Una de las grandes virtudes de esta película es el montaje. Todo en esta película es montar, en todas las acepciones del término. En general, se trata de ensamblar la obra de dos artistas, después de llevar a cabo una travesía que implica el montaje de fotos gigantescas que le dan rostro a los espacios, porque los lugares tienen significado gracias a quienes los ocupan. Agnès y JR nos abren los ojos, hacen visible lo que está ahí latente y que para nosotros es invisible. Nos exponen la verdad, la esencia de cada historia que van recolectando para luego plantarle una imagen inexpugnable, heroica, con la naturalidad y la belleza de quien siembra una flor, dándole valor a quienes tejen las tramas de la sociedad en medio del vasto campo de la provincia. Como todos los viajes épicos, este también tiene un eco especial en el alma de estos viajeros. Agnès recoge sus propios pasos por estos lugares que recorrió en su ya extensa vida, rememorando lo que han visto sus ojos, en el lugar exacto donde lo vieron y volviendo a percibir la emoción propia de aquel pasado y su nostalgia especialmente adorable, con la comprensión de quien tiene el don de tocar las fibras de los demás. Mientras tanto, la acompaña JR, con su especial combinación de ser único y ser genérico, con su sombrero y sus lentes oscuros, recorriendo el campo junto a su abuela, viéndola con una dignidad apasionante y ejemplar para estos tiempos, sin reparar en su edad, ni en su género, ni en su lugar en la historia del cine, bebiendo de su sabiduría y dándole la naturalidad que ella siempre espera. Así avanzan como dos semidioses flotando por los campos, con su vehículo pintado de cámara, retozando por ahí como animales mitológicos y entregando dicha y asombro a la gente.
‘Rostros y lugares’ es una película para conservar en un buen lugar en cada casa, como quien tiene un botiquín. Es una película para aliviar el alma, para respirar, para sentirse abrazado por una mujer entrañable, pacífica y con la mirada de la verdad, por un hombre inquieto, lúdico y expresivo. ‘Rostros y lugares’ nos abre los ojos justo ahora frente al mundo que aún sigue ahí esperando por nosotros para que lo toquemos, para que tengamos el contacto real y pensemos en nuestro propio lugar en el mundo.