sábado, 1 de mayo de 2021

El asombro triste de ‘El eclipse’ y el naufragio modernista de Michelangelo Antonioni















Para cerrar la ‘Trilogía de la incomunicación’, Antonioni puso la vista en el futuro que se vislumbraba gradualmente, en la sociedad que crecía aceleradamente cuando despuntaba la segunda mitad del siglo XX. Tras la melancolía errante de ‘La aventura’ y el hedonismo infructuoso de ‘La noche’, Antonioni abordó la incomunicación y el distanciamiento como sustancia de una sociedad cada vez más individualista, en la que el cauce de tiempos marcados por el materialismo arrasaban con cualquier posibilidad de encontrarse en el romance y la espiritualidad. En ‘El eclipse’, Vittoria (Monica Vitti), una joven traductora, transita la fatigosa ruptura con Riccardo (Francisco Rabal), quien insistente procura retenerla con todas sus fuerzas, sin poder evitar lo inevitable. Vittoria visita la sede de la bolsa de valores, en busca de su madre quien vigila sus inversiones, y ahí conoce a Piero (Alain Delon), un enérgico corredor de bolsa que exuberante se mueve por los inmensos salones repletos de gritos y ansiedades desbordadas. El magnetismo entre ambos es incontrolable, pero la frustración se alzará sobre la pareja, con el sino de tiempos impacientes y demandantes, que persiguen la vida entera de las personas. 

Expulsada de la tormenta, Vittoria erra por el mundo, deambula sin rumbo fijo por el devenir de su propia vida, después, de ser liberada de la asfixia de una relación agobiante. Sumergida en el foso de la voracidad bursátil, elaborado por Antonioni como un fresco renacentista de dimensiones inabarcables, en medio de la monstruosidad de decenas de cabezas y manos que se agitan, se encuentran dos por la obra única de una atracción sexual incontenible, que emerge como el grito primitivo de la humanidad que se retuerce en los infiernos del materialismo naciente. Piero, como una bestia incontenible, acompaña vitalmente a Monicca en los nuevos trasegares de su cortejo. Se esconden en la sombra, juguetean libidinosos y atraviesan de punta a punta los escenarios semidesérticos que se abren para darle paso a su necesidad de encontrarse. A diferencia de las dos películas precedentes en la trilogía, Monica Vitti aquí no acompaña ni espera, aquí es la guía que arrastra al hombre sediento que necesita de su belleza para reencontrarse con la naturaleza que se esfuma en el auge incesante de su materialismo. Pero ella misma es quien es víctima de una frustración misteriosa que se interpone en la realización del encuentro definitivo. Alain Delon tiene la capacidad para encarnar la energía eléctrica del ejecutivo exitoso que empezaba a construirse con un molde irrompible, que logra ver los vestigios de la humanidad a través del deseo lacerante por una mujer que se instala desde las alturas de su espontaneidad para hacer notar su fragilidad. La incomunicación definitiva en la “trilogía de la incomunicación” es para Antonioni la que proviene de los motores encendidos del capitalismo en el mundo y a partir de entonces, la defensa de esa naturaleza humana corría por cuenta de cada quien. Así como los transeúntes se cruzan hipnotizados en el camino de los amantes. Los inmensos planos panorámicos de Antonioni, que plantan la arquitectura modernista como los nuevas ruinas del mundo, son también el escenario que buscan con afán los que necesitan bajar la guardia y resguardarse el uno del otro, para luego habitar los escondrijos en los que se puede jugar, bailar, disfrazarse, pintarse, reírse a carcajadas y entregarse al ocio reparador. Antonioni atravesaba por completo la existencia del ser humano en el mundo, desde su intimidad embriagadora y frágil hasta las fronteras pétreas de una sociedad implacable. El legado consistente en esa observación extensa de la incomunicación resuena todavía en la modernidad, cuando los estragos de la aceleración individualista después de décadas nos obligan a mirarnos de nuevo el ombligo, tras el agotamiento progresivo de la comodidad y el placer. 


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