sábado, 8 de mayo de 2021

La desinhibición suprema de ‘Una ronda más’ y la purga vital de Thomas Vinterberg













Cuando se apagaba el siglo veinte, mediando la década de los noventa, en la siempre fértil cinematografía escandinava, Thomas Vinterberg, mediando los veinte, junto a un tal Lars von Trier, promulgaban ‘Dogma 95’, un movimiento de esencia bressoniana que procuraba volver al cine en estado puro, en busca de la naturaleza soportada en las actuaciones, las historias y los temas. Los dogmáticos rompieron cada vez más su propio dogma, hasta que el movimiento dejó de tener sentido en la ejecución, pero plantó una voz reconocible para la observación cultural de la cultura danesa en los últimos treinta años, construyendo un discurso con la capacidad de excavar a fondo en la esencia profunda de una mina filosófica profunda y con sustento en el existencialismo. El molde se ha roto tantas veces que Thomas Vinterberg ha sido nominado a los premios Oscar como mejor director y se ha llevado el premio a la mejor película extranjera con su reciente ‘Una ronda más’ (2020). Vinterberg nos cuenta la la historia de Martin (Mads Mikkelsen), profesor de historia en un colegio en Copenhague, lucha contra el tedio abrumador de su vida y con otros tres profesores del colegio, amigos y compañeros suyos, deciden probar la teoría de un psiquiatra que plantea que la sensación de felicidad se consigue con 0.05% de alcohol en la sangre. Los cuatro amigos emprenden el experimento y los efectos en su vida les abren entonces todo un horizonte que nunca antes habían visto.

El escenario es el de la crisis propia de la esencia reposada de la vida, en la inercia, en la alteración que se ha apropiado progresivamente de los ánimos y que estira los lazos hasta romperlos. La cohibición propia de la formalidad escolar funciona como punto de partida para contrastar los efectos lúdicos de una desinhibición que propenda al gozo, al disfrute, a una euforia pequeña pero constante, en la búsqueda de un letargo permanente de satisfacción. El marco temático de la dicha es amplio para Vinterberg y le permite tocar con facilidad la comedia hasta cruzar al esperpento, además de atravesar los terrenos de la tragedia, valiéndose incluso de recursos expositivos frecuentes en las obras más recientes de su viejo compañero explorador, Lars Von Trier. Así es como vemos a varios líderes mundiales del siglo XX empapados por la ebriedad de su torre de cristal. En el ‘Club de Toby’ del aburrimiento, Vinterberg encuentra el terreno para cultivar una reflexión profunda sobre la resistencia, sobre la defensa de la alegría, del bienestar, en la expectativa de las heridas lacerantes del amor e incluso en la deriva azarosa de la tragedia punzante. Los comulgantes bergmanianos de Vinterberg se refugian en el templo de su amistad mientras los atraviesa la duda, la incertidumbre y la sombra extensa de una realidad que les llama al orden, de una realidad que necesita de ellos en la conciencia. Parten de la oscuridad apenas tocada por la luz necesaria para después sacar la cabeza en la vida pública, en donde por momentos queda expuesta su naturaleza siempre ansiosa de satisfacción a flor de piel. Mads Mikkelsen canaliza un centro de energía pura para la película, alrededor de cuya interpretación gira la agitación de los acontecimientos tan patéticos como furiosamente humorísticos que arrastran a a la cofradía de amigotes por una experiencia de auténtica purga vital que no necesariamente implica la supervivencia, sino la transición a un espacio por fin abierto, sin límites, en donde se pueden estirar las piernas y los brazos hasta aflojar las coyunturas. En ‘Una ronda más’, resulta fundamental mover las aguas para soportar el mundo, lanzarse al experimento para encontrar un camino nuevo, en donde pueda existir un espacio para sentirse bien, sin mayor expectativa que esa, en un mundo crítico y abrumador.  


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