En los años ochenta, cuando Hollywood se robustecía en las mieles del corporativismo, con blockbusters que devoraban todo a su paso, un grupo de valiosos cineastas independientes surgió en Estados Unidos, con la inspiración de aquella generación histórica surgida de la contracultura sesentera y ellos mismos alimentados por una nueva contracultura que surgía en los fondos de las grandes capitales. Dentro de ese grupo, apareció una mancuerna de hermanos que, como sus contemporáneos, como sus antecesores en la independencia setentera y como muchos próceres del Hollywood de oro, abrevaron de las profundidades de un país multicultural y se refirieron a la vida de todos aquellos que no precisamente brillaban en sociedad, de aquellos separados de los reflectores que se multiplicaban a lo largo y ancho del territorio estadounidense. Los hermanos Ethan y Joel Coen han revaluado el escenario de esos personajes y a muchos los han convertido en auténtica mitología cinematográfica de la modernidad. Hace diez años, en el terreno del western, donde son peces en el agua, entregaron ‘True Grit’ (2010), remake del clásico del género con el mismo nombre, dirigido por Henry Hathaway y protagonizado por un John Wayne crepuscular y siempre icónico. El remake de los Coen se llevó diez nominaciones a los premios Óscar. ‘True Grit’ nos cuenta la aventura de la adolescente Mattie Ross (Hailee Steinfeld), quien está decidida a hacer justicia por el asesinato de su padre a manos de Tom Chaney (Josh Brolin), un vulgar forajido errante de la región. Decide contratar los servicios Rooster Cogburn (Jeff Bridges), un cazarrecompensas tan famoso por su eficiencia como por sus vicios. Aparece también LeBeouf (Matt Damon), un ranger de Texas que están en busca de Chaney por asesinar a un senador en esa ciudad.
Pocos cineastas en el mundo tienen la destreza para bordar personajes y trama simultáneamente como lo hacen los Coen y aquí con el eje en Mattie, quien va despuntando sobre los hombros de una rebeldía cada vez más valiente, van instalándose Cogburn (con una interpretación espectacular de Bridges) y Lebouf, hasta que se presenta después este monstruo de tres cabezas disímiles que se enfrenta a la legendaria supervivencia violenta del salvaje oeste. La fotografía de Roger Deakins construye constantemente el fondo de un escenario silvestre sobre el cual se plasma cada escena, cruzando la noche, los ríos y las extensiones nevadas. El diseño sonoro de Craig Berkey explora con gran virtuosismo ese encuentro constante entre el pueblo y el campo, espacios concentrados y liberados alternativamente. La exploración profunda en el encuentro sumamente frecuente de diversas soledades es todo un tema en la filmografía de los Coen, en grandes películas como ‘Raising Arizona’ (1987), ‘Fargo’ (1996), ‘The Big Lebowski’ (1998) y varias más. Ese encuentro de individualidades, ese respaldo implícito sirve para sobrellevar la vida, para subsistir en medio de un contexto enajenante, de aislamiento, en donde la desconfianza es un mecanismo de verdadera autofagia. Cogburn ha construido con esmero su impiedad, su fama de animal asesino, y solamente Mattie tiene la facultad de convertirse en la razón de ser para que se transforme en personaje épico, en héroe para la memoria firme de una futura mujer curtida por esa adversidad. Y en medio LeBouf, erigido como el catalizador de diferentes odios en diferente etapa de crecimiento, con un pie puesto en la practicidad necesaria para salir vivo y el otro en la lealtad crucial par ano resultar muerto. Ethan y Joel Coen saben muy bien recabar en la sustancia del western para limpiar del polvo esa solidaridad que puede ser corta pero definitiva, esa concordia que ayuda a cruzar el río turbulento, que tal vez sirva solo para escapar, pero que también sirve para conseguir razones para ponerse de pie.
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