En la actualidad, no solamente en el cine sino en el mundo, emergen a la superficie todos los dramas que siempre fueron considerados secundarios y que son producto de una cultura que siempre ha sido profundamente violenta y discriminatoria. En ese contexto, el cine tiene la capacidad de recrear un relato reivindicador y de denuncia, que traiga al frente historias que se mantienen ocultas o que incluso se dejan en el olvido. La violencia contra las mujeres es uno de los asuntos más relevantes en el contexto de una notable y fundamental nueva oleada del feminismo en todo el mundo. El feminicidio es la expresión más cruenta de esa cultura machista, y las historias tristemente abundan. Liz Garbus es una experimentada documentalista que cuenta con una filmografía de casi cuarenta años en el cine y la televisión. Garbus se dedica a un documental incisivo, de denuncia, muy cercano al periodismo. Ha sido nominada dos veces al premio al mejor documental de los premios Oscar, con ‘Tha Farm: Angola, USA’ (1998, por la cual se llevó también el premio del jurado en Sundance) y ‘What Happened, Miss Simone?’ (2015). Ya se puede ver en Netflix la primera ficción de Garbus, el largometraje ‘Lost Girls’ (2020), basado en el libro del periodista de investigación Robert Kolker. Garbus se centra en el caso de Shannan Gilbert, víctima de una serie de asesinatos a de jóvenes mujeres en Long Island, todas con los mismos métodos y en las mismas circunstancias. En el caso de Shannan, fue evidente la inoperancia, negligencia y discriminación por parte de los medios y la policía.
Liz Garbus nos presenta una película ampliamente testimonial y construida rigurosamente con base en la reconstrucción al detalle del caso de Shannan, en un thriller expositivo en el que Mari Gilbert (Amy Ryan), la madre de Shannan, ejerce como el personaje encargado de ir al fondo del misterio para desentrañarlo. Garbus nos presenta un personaje con serias limitaciones emocionales, pero con una furia y un dolor contenidos que la convierten en el vehículo perfecto para aspirar al menos a la objetividad teórica del documental, pero que también sirve para que la película no tienda a determinar cuál debe ser la reacción del espectador ante revelaciones atroces que esconden profundamente el estigma social más cruel. La película no pretende innovaciones con respecto al género del thriller y apenas apela a algunos recursos bien conocidos como el flashbak. Pero puede percibirse un instinto para comprender las imágenes que solo puede conseguirse a través del documental. Esa aparición en medio de la oscuridad, con los rostros compungidos en medio de las luces que buscan explicaciones. No se trata de una película que pretenda aportar decididamente en la forma o incluso en el fondo, sino que se trata de acercar un caso emblemático con respecto a un fenómeno devastador, que ejemplifica la normalización de la discriminación más criminal posible, aquella que viene de quienes estructuralmente tienen la tarea de ofrecer verdad y justicia, como lo son los medios y la justicia. De paso, por si fuera poco, también habla del grave resquebrajamiento de una sociedad abandonada en las profundidades de un país gigantesco como lo es Estados Unidos, en donde los vínculos familiares son frágiles ante el abandono social y son absolutamente arrasados por tragedias como esta. Garbus nos plantea una ficción documentalista y documentada que elabora un modelo mediante el cual podemos tener un panorama profundo y extenso de una realidad lacerante, en donde el derecho a la vida no es prioritario y el feminicidio no tiene la urgencia necesaria para ser investigado, porque implícita y criminalmente se asume que la primera culpable es la misma víctima.
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