viernes, 30 de marzo de 2018

La presencia transparente de Ai Weiwei y la urgencia lacerante de ‘Human Flow’

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Ai Weiwei es uno de los artistas más polifacéticos y versátiles del mundo entero. El prolífico artista chino ha transitado de forma destacada los terrenos de la pintura, la escultura, la instalación, la fotografía, la arquitectura y por supuesto el cine, específicamente en el terreno del documental, que le ha servido notablemente para su conocida faceta como activista, que incluso le ha valido conflictos célebres con el autoritario gobierno chino. Sin duda, su obra más destacada en el campo del cine ha sido ‘Human Flow’, su más reciente película, que ha cosechado una gran cantidad de premios y elogios en la prestigiosa Bienale de Venecia, el año pasado. ‘Human Flow’ describe de forma profunda y extensa la situación de los refugiados, desplazados, exiliados y proscritos a lo largo y ancho del planeta, desde las regiones del tercer mundo cruzando las fronteras en un éxodo trágico hacia el mundo desarrollado, escapando de la guerra, la violencia, la pobreza y un nuevo monstruo: el cambio climático.

Ai Weiwei se hace presente en el escenario, se planta en medio del colectivo humano lleno de desgracias y convive con ellos directamente, sin intermediarios, al mismo tiempo que retrata en todos los niveles este acontecimiento que luce casi biológico, con estas masas inmensas recubiertas por la pobreza que recorren kilómetros sin fin, con niños y ancianos, enfermos y pobres, sin alternativas. El artista chino logra ir al fondo, a la individualidad, absolutamente transparente, y también expone la institucionalidad que lucha contra estos males, con datos aterradores que han crecido en la magnitud de esta explosión migratoria aguda, que avanza por los caminos entre Asia y Europa, por el mar entre África y Europa, por la infinita frontera entre México y Estados Unidos. La humanidad resulta vinculante, con casos específicos que resultan conmovedores y que son puestos para nosotros con una honestidad especial por Ai Weiwei. Es una situación, sin embargo, que ofrece poco tiempo para la lamentación porque la urgencia es angustiante, ineludible. Todo está puesto al límite.

Ai Weiwei transita constantemente de la generalidad a la particularidad, de ida y vuelta, con impresionantes planos panorámicos que muestran la magnitud de la situación, con pueblos enteros que se mueven desde sus lugares de origen y tapizan los caminos más verdes de Europa. Pero en cada elemento de ese grupo descomunal vive una historia, entre hermanos, padres e hijos, abuelos y nietos, todos cargando con su vida escasa y dolorosa en los hombros. Weiwei logra integrar de forma muy eficaz los elementos objetivos y subjetivos de este drama, conjugando un retrato especialmente completo de la situación. Podemos comprender que esto se está dando en este momento y la situación va desde lo gubernamental hasta lo individual, cruzando dramáticamente la dignidad misma de cada pueblo, de cada ser humano que está empujado a esta situación crítica. La distancia que toma el director chino es casi cósmica, para luego acercarse a las entrañas mismas de la devastación humana, hasta los traumas y las heridas abiertas.

Por supuesto, las emociones son diversas para el espectador y por supuesto pensamos en el mundo contemporáneo. Las migraciones son cada vez más grandes y más frecuentes. Las acciones de Estados Unidos y Europa en Asia, África y Latinoamérica parecen haber creado una auténtica marea humana, como bien titula Ai Weiwei su documental. Es como si una gigantesca factura le pasara cuenta a las potencias de Occidente y parece incontrolable. La brecha social y económica está reventando y la situación es insostenible. El cine parece un medio idóneo para crear este retrato estremecedor, con todo su don de ubicuidad, con su capacidad para mirar desde cualquier lugar posible y entrar de forma especial en los espacios y ponernos frente a una víctima desposeída que se para frente a nosotros y hace imposible que veamos hacia otra parte. El conflicto humano crece y tocará a la puerta de todos.

viernes, 23 de marzo de 2018

El misterio perverso de Roman Polanski y la ficción delirante de ‘Basada en hechos reales’

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Roman Polanski no se detiene en la creación cinematográfica. El octogenario cineasta francés sigue alimentando su legado desde Europa, en su país natal. Polanski, como es bien sabido, es una de las figuras más importantes en los últimos cincuenta años del cine a nivel mundial, con una serie de clásicos muy bien conocidos que han marcado diferentes décadas. Polanski no tiene ya nada que demostrar, pero sigue ahondando en las fascinantes oscuridades de la condición humana. Su más reciente película es ‘Basada en hechos reales’, escrita a cuatro manos con su notable coterráneo Olivier Assayas, adaptación de novela homónima de la escritora también francesa Delphine de Vigan, una de las figuras más importantes de este siglo en la literatura gala. ‘Basada en hechos reales’ cuenta la historia de Delphine Dayrieux (interpretada por la esposa de Polanski, Emmanuelle Seigner), una escritora muy exitosa que se encuentra con una admiradora especialmente atrayente, Elle (Eva Green), quien logra llamar particularmente la atención de Delphine y gradualmente se va introduciendo en su vida hasta instancias insospechadas.

En este punto, queda planteada la situación característica de una larga lista de películas de Polanski, en donde la condición humana queda a la deriva de su lado más oscuro, de su perversidad propia, de las pulsiones sexuales extendidas en una relación extensa, en donde se destacan obras como ‘El bebé de Rosemary’, ‘Chinatown’, ‘El inquilino’, ‘Luna amarga’, ‘La muerte y la doncella’ y más recientemente ‘El escritor oculto’. El mecanismo de Polanski para desarrollar este misterio exquisito, tan clásico de él, es el thriller psicológico, donde sin duda es una de las figuras más importantes, con mejores resultados a lo largo de la historia. Aquí empieza a construirse una codependencia incisiva, que se extiende poco a poco, con una escritura especialmente destacada y transiciones hacia el sueño que resultan novedosas en Polanski, especialmente atractivas en escenarios bien construidos, con un aura terrorífica. El problema en este caso en particular es que la construcción del vínculo delirante entre los dos personajes es lento, no especialmente convincente y con inconsistencias, con espacios para la incredulidad frente al desarrollo de la situación. Probablemente carece de un hecho específico que justifique esa vinculación entre los dos personajes, que sirva de plataforma de lanzamiento para las pasiones obsesivas que Polanski domina con absoluta exquisitez, en un perfil fascinante de su filmografía.

Afortunadamente, cuando se desenvuelve el misterio, cuando el thriller llega al punto álgido, podemos ver al menos unos cuarenta minutos del mejor Roman Polanski, del más atractivo. La muerte se asoma por la ventana en escenarios intangibles propios del terror, como sucede muy particularmente con ‘El inquilino’, también con visos contundentes de terror psicológico, con voces ahogadas, cuerpos temblorosos y sudorosos, afectados, expuestos al delirio obsesivo, dentro de un vacío especialmente atmosférico, como si las pesadillas se hayan tomado la realidad. La vorágine emocional es intensa y va hasta las últimas consecuencias, de tal forma que después del suspenso intensivo llega la sorpresa tan referente a ‘El inquilino’, una de las películas más hermosas de Polanski, que la nostalgia no puede controlarse en quien puede construir esa asociación. Por fortuna, las debilidades de la película se dan en un momento “propicio”, si es que eso se puede considerar. Los fallos se dan en donde menos daño causan y permiten una trayectoria ascendente que nos deja satisfechos al salir del cine.

Polanski es un personaje necesario para el cine en estos tiempos. Es un tipo polémico, con una historia individual que por sí sola es una aventura de la condición humana. Todo eso se refleja en su cine y las reflexiones que se derivan de la apreciación de su cine es nutritiva, importante, necesaria para los momentos que vive el mundo. La provocación es vital y Polanski siempre ha sido un gran abanderado.

viernes, 16 de marzo de 2018

La confrontación humana de Aki Kaurismaki y la integración popular de ‘El otro lado de la esperanza’

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Aki Kaurismaki sin duda alguna es uno de los cineastas más importantes del panorama cinematográfico europeo durante los últimos cuarenta años. Con un estilo certero, de estética bien definida, siempre alrededor del mundo obrero finlandés, con reminiscencias de la vanguardia soviética y el llamado Nuevo Cine Alemán. El proyecto actual de Kaurismaki consiste en una trilogía portuaria que empezó con ‘Le Havre’ (2011) en donde toca el álgido y contemporáneo tema de la migración desde África y Medio Oriente hacia Europa. La segunda entrega de esta trilogía es la más reciente película del director finlandés, ‘El otro lado de la esperanza’ (2017), nos cuenta las historias cruzadas de Khaled (Sherwan Haji), un emigrante sirio procedente de Aleppo y arriba al puerto de Helsinki, y Wikstrom (Sakari Kuosmanen), un comerciante que toma la decisión,  a una edad especialmente madura, de cambiar su vida de forma drástica. A partir de este punto se tejen los acontecimientos de una historia en la cual el pueblo nuevamente es el protagonista, donde el tejido social es el sostén verdadero para los seres humanos.

‘El otro lado de la esperanza’ es una película acogedora, como suele serlo el cine de Kaurismaki, que tiene la facultad de ser cálido en contextos absolutamente dramáticos. La estilización formal del director finlandés y su característico humor cáustico nos ponen frente a una identificación plena frente a los personajes, a la situación, siempre en los medios populares, donde existen todas las condiciones para que nos identifiquemos, donde siempre hay un espacio incluyente en el que potencialmente como espectadores tenemos cabida. Khaled es un inmigrante absolutamente libre de estigmas, que se aleja notablemente de la imagen convencional de quien tiene que emigrar para salvar su vida. Kaurismaki hábilmente identifica esta problemática migratoria como un terreno fértil para sus temas convencionales, siempre anclados a la vida práctica, a la convivencia, a los entornos obreros, con una perspectiva especialmente aguda, con retratos humanos completos, llenos de matices diversos que describen y narran simultáneamente, con planos llenos de contenido, una música potente, siempre integrada al contexto de forma auténtica y unos vínculos especialmente asépticos desde lo estético y escépticos desde lo filosófico.

Las acciones que se desarrollan son especialmente potentes, simples y llenas de una poesía implícita que descubre la humanidad, la fragilidad en todo su esplendor, así que no existen obstáculos para nuestra sensibilidad con respecto a lo que presenciamos, porque la humanidad está expuesta, Kaurismaki nos confronta a esa condición de forma explícita, sin miramientos y sin filtros que lo tergiversen. La tipicidad de sus personajes resulta entrañable, podemos identificarla en un contexto social del trabajo, en los vínculos que establecemos cotidianamente. Esta camaradería se presenta además como el verdadero refugio frente a un Estado desobligado, que procura comprensiblemente el bienestar, pero que en ese esfuerzo debe seleccionar paradójicamente quiénes serán específicamente los beneficiarios de ese bienestar. Kaurismaki nos ha hablado de estos asuntos por décadas y resulta especialmente interesante que la actualidad encaje tan bien en su cine, como si en realidad la vida siguiera siendo la misma, con otros protagonistas, pero con los mismos problemas, incluyendo la violencia latente, la melancolía nórdica tradicional y la necesidad universal y humana de vincularse de cerca, de acercarse para protegerse.

Aki Kaurismaki tiene una relación especial con la verdad. ‘El otro lado de la esperanza’ vuelve a plantearnos en una reflexión que tiene muchos niveles, desde la situación específica de la migración de Medio Oriente a Europa hasta el debate mismo que implica enfrentarse a los avatares de la existencia cuando se hace parte de la población mayoritaria, aquella que sobrevive día a día.

viernes, 9 de marzo de 2018

La contenida aventura de ‘Una mujer fantástica’ y la extendida feminidad de Sebastián Lelio

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El cine del Cono Sur del continente americano ha estado muy activo durante lo que lleva transcurrido este siglo. Esa actividad ha tenido excelentes resultados por supuesto en Argentina, pero también en países como Uruguay y Chile. En este último, es notable el avance que ha tenido la cinematografía, seguramente de la mano con el crecimiento económico y del país en general en relación con la región. Uno de los cineastas chilenos más destacados durante ese lapso es Sebastián Lelio, especialmente en lo que llevamos de esta década. Lelio se ha destacado notablemente para el mundo en el panorama del cine latinoamericano, recorriendo con gran éxito los festivales y premios más importantes del mundo, con películas especialmente destacas como ‘La Sagrada Familia’ (2005), ‘Gloria’ (2013) y más recientemente ‘Una mujer fantástica’ (2017), que acaba de valerle el Óscar a mejor película extranjera y el segundo Óscar para Chile en tres años, después de obtener el de mejor corto de animación para ‘Historia de un oso’ (2014) en 2016. ‘Una mujer fantástica’ nos cuenta la situación que debe vivir Marina Vidal (Daniela Vega), joven mujer transexual, tras enfrentarse a la fatalidad con su pareja, Orlando (Francisco Reyes), haciendo activa toda la discriminación latente hasta ese punto.

El planteamiento de ‘Una mujer fantástica’ es inmejorable. De forma muy hábil nos han introducido como espectadores en una relación entre un hombre maduro y una mujer joven transexual, que sin duda alguna nos llama, tiene nuestra atención, nos contagia. La acción se dispara de forma intensa, emocionante, nos ponen frente a una auténtica víctima que conmovedoramente tiene de repente en sus manos la más dura fatalidad y tiene de cara al mundo mismo, a una sociedad discriminatoria, cruda, que la pone contra la pared de forma inmediata. Lamentablemente, los hechos que se han apropiado legítimamente de toda nuestra atención, poco a poco se van diluyendo en palabras de las cuales ya conocemos su existencia, de contenciones cómodas, limitadas, a veces hasta lugares comunes no especialmente interesantes. Como espectadores empezamos al borde del asiento y terminamos desparramados en la silla de la sala de cine, sorbiendo nuestra bebida.

A pesar de un tratamiento cinematográfico atractivo, centrado en el movimiento como motor del ritmo mismo de la película, el criterio es difuso, los espacios no son significativos, no se percibe claramente hacia donde van las cosas y eso está lejos del misterio y más bien cercano a un devenir extendido deliberadamente con intenciones estéticas. La presencia de la fantasía luce desarticulada, con entes flotantes, que miran pero no expresan, que hablan pero no dicen. Se extraña que el guion, bien direccionado de por sí, sirva para plantear acciones que funcionen como catalizador para expresarnos la situación, que nos muestre al personaje en una situación que sin duda es potente, pero que parece servir solo para que notemos su individualidad, en donde incluso se percibe una falta de matices que derivan en un melodrama más bien gris. La ciudad está presente, la aventura está planteada, pero se queda en obra negra, se desperdicia en un trasegar interno que tampoco contagia, y no tiene que ver eso con la particularidad del personaje principal.

Sin embargo, lo más interesante resulta ser la extensión de la feminidad que plantea Lelio, no solo en esta película sino en otras obras de su filmografía, como ya lo había expresado en ‘Gloria’. El reconocimiento de lo femenino es sin duda valioso, más allá del género mismo. No es precisamente un tema nuevo, pero es importante en los tiempos que vivimos. La feminidad es mucho más extensa de lo que convencionalmente se ha construido para esa condición y Leilo hace énfasis en ello con acierto. Lamentablemente, todo naufraga en una corrección política inane. ‘Una mujer fantástica’ será un referente más en el cine latinoamericano, pero no especialmente en la discusión social contemporánea.

viernes, 2 de marzo de 2018

La poesía orgánica de Paul Thomas Anderson y el misterio exuberante de ‘Phantom Thread’



























Paul Thomas Anderson es uno de los cineastas más importantes de los últimos veinticinco años, con películas tan importantes y destacadas como ‘Boogie Nights’ (1997), ‘Magnolia’ (1999), ‘There Will Be Blood’ (2007) y ‘The Master’ (2012). Con ‘There Will Be Blood’, logró una de las grandes obras cinematográficas en la primera década de este siglo. Gran parte de ese éxito consistió en la colaboración entre Anderson y Daniel Day-Lewis, uno de los mejores actores de su generación. Esta dupla actor-director ha regresado con ‘Phantom Thread’ que ha conseguido seis nominaciones por parte de la Academia para los premios Oscar de este año. ‘Phantom Thread’ nos cuenta la historia de amor entre Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un modisto millonario en la Londres de los cincuenta, y Alma (Vicky Krieps) una joven que se presenta como su asistente y decididamente en su musa. Con este planteamiento en realidad sencillo, da inicio todo un misterio exuberante, toda una degustación.

Paul Thomas Anderson cuenta entre sus virtudes más identificables con una destreza asombrosa para conjugar hechizos, para construir escenarios absolutos, en sentidos diferentes, con personajes muy bien interrelacionados y aprovechando al máximo los recursos cinematográficos. En ‘Phantom Thread’ nos sumerge en un mundo de auténtico ensueño, con una fotografía de grandes magnitudes, espléndida, que recrea atmósferas, a cargo del mismo Paul Thomas Anderson. El arte es absolutamente plástico, pictórico, lleno de formas colores que transitan entre la luz y la oscuridad con total naturalidad, además de un vestuario especialmente desarrollado, obviamente por las exigencias del tema mismo de la película. No se puede dejar de mencionar la música, que envuelve esta atmósfera de ensueño, volviéndose cada vez más presente, como si fuera un manto que se extendiera elegantemente sobre toda la película. Mientras tanto, las pasiones, el misterio y la humanidad se vierten en este contexto.

Anderson abreva de fuentes contundentes para crear esta experiencia. Por supuesto, viene a la memoria el Bergman más elaborado el de ‘Gritos y Susurros’, el de ‘Fanny y Alexander’, con entornos de época elegantes, donde se escenifican pasiones intensas, con la fantasía rondando. También surge el recuerdo de ‘Rebecca’, de Hitchcock, una de las cintas más interesantes del “maestro del suspenso”, especialmente por la hermana de Reynolds, Cyril (Leslie Manville), que sin duda trae al presente a la histórica ama de llaves de aquella gran película clásica de ‘Hitch’. También se percibe de forma clara un cierto misterio buñueliano, lleno de contradicciones humanas bien representadas en situaciones específicas que derivan en la obsesión, como sucede en ‘Él’, ‘Ese Obscuro Objeto del Deseo’, ‘Ensayo de un Crimen’ o incluso ‘El Ángel Exterminador’. La sexualidad sadomasoquista está presente, más allá del acto sexual mismo, reflejada en la cotidianidad, en la convivencia, en la intensidad de una codependencia irresistible.

Por supuesto, un párrafo aparte merece el trabajo de Daniel Day-Lewis, quien ha anunciado que esta es su última película. El gran actor inglés por sí mismo es un espectáculo en esta película. La encarnación de este modisto lleno de caprichos, intenso y construido como un príncipe, es simplemente magistral. La corporalidad de Day-Lewis es asombrosa como siempre, desde la extensión del estilo glamoroso de este personaje, hasta el recogimiento de sus dolores. La forma casi mágica en la cual pronuncia las palabras, con una voz construida de forma específica y la mirada constante en medio de los silencios, en escenas especialmente tonales, en las cuales la joven Vicky Krieps responde a la altura y nos entregan contrapuntos exquisitos, conmovedores. Nuevamente podemos ver a un personaje que transita por una gama genuina de emociones, como lo vimos en ‘There Will Be Blood’ con esta misma dupla actor-director. Esta es una película para revisitar siempre y la experiencia siempre será exquisita.