viernes, 16 de marzo de 2018

La confrontación humana de Aki Kaurismaki y la integración popular de ‘El otro lado de la esperanza’

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Aki Kaurismaki sin duda alguna es uno de los cineastas más importantes del panorama cinematográfico europeo durante los últimos cuarenta años. Con un estilo certero, de estética bien definida, siempre alrededor del mundo obrero finlandés, con reminiscencias de la vanguardia soviética y el llamado Nuevo Cine Alemán. El proyecto actual de Kaurismaki consiste en una trilogía portuaria que empezó con ‘Le Havre’ (2011) en donde toca el álgido y contemporáneo tema de la migración desde África y Medio Oriente hacia Europa. La segunda entrega de esta trilogía es la más reciente película del director finlandés, ‘El otro lado de la esperanza’ (2017), nos cuenta las historias cruzadas de Khaled (Sherwan Haji), un emigrante sirio procedente de Aleppo y arriba al puerto de Helsinki, y Wikstrom (Sakari Kuosmanen), un comerciante que toma la decisión,  a una edad especialmente madura, de cambiar su vida de forma drástica. A partir de este punto se tejen los acontecimientos de una historia en la cual el pueblo nuevamente es el protagonista, donde el tejido social es el sostén verdadero para los seres humanos.

‘El otro lado de la esperanza’ es una película acogedora, como suele serlo el cine de Kaurismaki, que tiene la facultad de ser cálido en contextos absolutamente dramáticos. La estilización formal del director finlandés y su característico humor cáustico nos ponen frente a una identificación plena frente a los personajes, a la situación, siempre en los medios populares, donde existen todas las condiciones para que nos identifiquemos, donde siempre hay un espacio incluyente en el que potencialmente como espectadores tenemos cabida. Khaled es un inmigrante absolutamente libre de estigmas, que se aleja notablemente de la imagen convencional de quien tiene que emigrar para salvar su vida. Kaurismaki hábilmente identifica esta problemática migratoria como un terreno fértil para sus temas convencionales, siempre anclados a la vida práctica, a la convivencia, a los entornos obreros, con una perspectiva especialmente aguda, con retratos humanos completos, llenos de matices diversos que describen y narran simultáneamente, con planos llenos de contenido, una música potente, siempre integrada al contexto de forma auténtica y unos vínculos especialmente asépticos desde lo estético y escépticos desde lo filosófico.

Las acciones que se desarrollan son especialmente potentes, simples y llenas de una poesía implícita que descubre la humanidad, la fragilidad en todo su esplendor, así que no existen obstáculos para nuestra sensibilidad con respecto a lo que presenciamos, porque la humanidad está expuesta, Kaurismaki nos confronta a esa condición de forma explícita, sin miramientos y sin filtros que lo tergiversen. La tipicidad de sus personajes resulta entrañable, podemos identificarla en un contexto social del trabajo, en los vínculos que establecemos cotidianamente. Esta camaradería se presenta además como el verdadero refugio frente a un Estado desobligado, que procura comprensiblemente el bienestar, pero que en ese esfuerzo debe seleccionar paradójicamente quiénes serán específicamente los beneficiarios de ese bienestar. Kaurismaki nos ha hablado de estos asuntos por décadas y resulta especialmente interesante que la actualidad encaje tan bien en su cine, como si en realidad la vida siguiera siendo la misma, con otros protagonistas, pero con los mismos problemas, incluyendo la violencia latente, la melancolía nórdica tradicional y la necesidad universal y humana de vincularse de cerca, de acercarse para protegerse.

Aki Kaurismaki tiene una relación especial con la verdad. ‘El otro lado de la esperanza’ vuelve a plantearnos en una reflexión que tiene muchos niveles, desde la situación específica de la migración de Medio Oriente a Europa hasta el debate mismo que implica enfrentarse a los avatares de la existencia cuando se hace parte de la población mayoritaria, aquella que sobrevive día a día.

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