Roman Polanski no se detiene en la creación cinematográfica. El octogenario cineasta francés sigue alimentando su legado desde Europa, en su país natal. Polanski, como es bien sabido, es una de las figuras más importantes en los últimos cincuenta años del cine a nivel mundial, con una serie de clásicos muy bien conocidos que han marcado diferentes décadas. Polanski no tiene ya nada que demostrar, pero sigue ahondando en las fascinantes oscuridades de la condición humana. Su más reciente película es ‘Basada en hechos reales’, escrita a cuatro manos con su notable coterráneo Olivier Assayas, adaptación de novela homónima de la escritora también francesa Delphine de Vigan, una de las figuras más importantes de este siglo en la literatura gala. ‘Basada en hechos reales’ cuenta la historia de Delphine Dayrieux (interpretada por la esposa de Polanski, Emmanuelle Seigner), una escritora muy exitosa que se encuentra con una admiradora especialmente atrayente, Elle (Eva Green), quien logra llamar particularmente la atención de Delphine y gradualmente se va introduciendo en su vida hasta instancias insospechadas.
En este punto, queda planteada la situación característica de una larga lista de películas de Polanski, en donde la condición humana queda a la deriva de su lado más oscuro, de su perversidad propia, de las pulsiones sexuales extendidas en una relación extensa, en donde se destacan obras como ‘El bebé de Rosemary’, ‘Chinatown’, ‘El inquilino’, ‘Luna amarga’, ‘La muerte y la doncella’ y más recientemente ‘El escritor oculto’. El mecanismo de Polanski para desarrollar este misterio exquisito, tan clásico de él, es el thriller psicológico, donde sin duda es una de las figuras más importantes, con mejores resultados a lo largo de la historia. Aquí empieza a construirse una codependencia incisiva, que se extiende poco a poco, con una escritura especialmente destacada y transiciones hacia el sueño que resultan novedosas en Polanski, especialmente atractivas en escenarios bien construidos, con un aura terrorífica. El problema en este caso en particular es que la construcción del vínculo delirante entre los dos personajes es lento, no especialmente convincente y con inconsistencias, con espacios para la incredulidad frente al desarrollo de la situación. Probablemente carece de un hecho específico que justifique esa vinculación entre los dos personajes, que sirva de plataforma de lanzamiento para las pasiones obsesivas que Polanski domina con absoluta exquisitez, en un perfil fascinante de su filmografía.
Afortunadamente, cuando se desenvuelve el misterio, cuando el thriller llega al punto álgido, podemos ver al menos unos cuarenta minutos del mejor Roman Polanski, del más atractivo. La muerte se asoma por la ventana en escenarios intangibles propios del terror, como sucede muy particularmente con ‘El inquilino’, también con visos contundentes de terror psicológico, con voces ahogadas, cuerpos temblorosos y sudorosos, afectados, expuestos al delirio obsesivo, dentro de un vacío especialmente atmosférico, como si las pesadillas se hayan tomado la realidad. La vorágine emocional es intensa y va hasta las últimas consecuencias, de tal forma que después del suspenso intensivo llega la sorpresa tan referente a ‘El inquilino’, una de las películas más hermosas de Polanski, que la nostalgia no puede controlarse en quien puede construir esa asociación. Por fortuna, las debilidades de la película se dan en un momento “propicio”, si es que eso se puede considerar. Los fallos se dan en donde menos daño causan y permiten una trayectoria ascendente que nos deja satisfechos al salir del cine.
Polanski es un personaje necesario para el cine en estos tiempos. Es un tipo polémico, con una historia individual que por sí sola es una aventura de la condición humana. Todo eso se refleja en su cine y las reflexiones que se derivan de la apreciación de su cine es nutritiva, importante, necesaria para los momentos que vive el mundo. La provocación es vital y Polanski siempre ha sido un gran abanderado.
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