Centroamérica bien podría considerarse una de las regiones más injustamente olvidadas del mundo y quienes tienen el más mínimo conocimiento de esta región saben muy bien que su trascendencia cultural resulta esencial en el contexto latinoamericano, desde las culturas prehispánicas hasta la historia política. Guatemala es uno de los países que más tiene para aportarle a esta idea y en su cine existe un ejemplo consistente de cine latinoamericano que auténticamente refleja la esencia de una sociedad caracterizada por la tensión cultural propia del colonialismo, la pobreza y la resistencia de culturas fundamentales frente a un racismo extendido. En los años más recientes del cine guatemalteco se ha destacado muy especialmente la llamada “trilogía del desprecio”, de Jayro Bustamante, quien ha construido su tríptico en la disección de los tres insultos más comunes en la sociedad guatemalteca: “indio”, “hueco” (homosexual) y “comunista”. En esa disertación cinematográfica, no solamente consigue desentrañar la esencia misma del odio y la intolerancia, sino que establece una obra extendida sobre el efecto de dolores profundos en América Latina. La primera de las películas en la trilogía, la que se centra en el insulto “indio”, se titula ‘Ixcanul’ (2015), que en kaqchikel, una de las tantas lenguas mayas, significa “volcán”. Cuenta la historia de María (María Mercedes Coroy) una doncella indígena con gran curiosidad por la vida en su propio territorio, quien se debate entre el obligado vínculo matrimonial que le organizan sus padres con un hombre mayor, ya acomodado materialmente en esa comunidad, y el descubrimiento autónomo de su sexualidad con un joven y errático recolector de café de su comunidad, quien quiere migrar a Estados Unidos. La película es la primera hablada en una de las lenguas mayas y la primera guatemalteca que compitió en la prestigiosa Berlinale, el histórico festival de cine en Alemania.
‘Ixcanul’ libera desde su primer fotograma un aire místico que todo lo cubre, un espíritu trascendente que nos involucra inmediatamente en el espacio cultural y geográfico. El viento, los animales y la presencia del volcán que parece abrazar a la comunidad es consistente en toda la película, mientras que la humanidad se debate en pasiones intensas con emociones que no mantenerse en la contención dejan de lado la violencia. Lo que se desarrolla es una historia mítica que también explica un fenómeno, como lo hace todo mito: la adversidad sistemática que se sufre al ser una mujer indígena. María, la heroína convulsionada y y febril de esta historia, es sacudida como si fuera envuelta en un tornado por el control que todos tienen sobre su vida, sobre su propia humanidad, en la realidad íntima de su pertenencia cultural y también fuera de ella, en el mundo mestizo y hegemónico que determina las limitaciones tanto para ella como para sus propios padres y familiares. La atmósfera y los personajes traen a la mente, desde otro extremo geográfico pero no otro extremo cultural, al gran cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul, uno de los más importantes cineastas de nuestros tiempos, quien en sus películas más inmersas en la profundidad del territorio tailandés también ha sabido explorar ese corazón mítico de las culturas milenarias que sobreviven en medio del azote de la hegemonía colonial. Bustamante también entrega con ‘Ixcanul’ una obra rica en silencios, en pausas, en contemplaciones necesarias para expresar la agitación que se proyecta en ese espacio vital. Una película dotada de conciencia social y política, con las virtudes propias de quien transmite lo político, entendido como lo estructuralmente ideológico, en asociación con lo humano, no como un estamento separado, sino que afecta directamente el destino de quienes arbitrariamente han sido condenados a una desventura que es sorda ante sus inmensa expresión cultural.
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