miércoles, 27 de abril de 2022

El cowboy predicador de ‘El Dorado’ y el modelo western de Howard Hawks






















Después de entregar con ‘Río Bravo’ una de sus mejores películas y uno de los westerns más importantes en la historia del género, Howard Hawks encaró el final de su carrera fílmica entregando títulos diversos. Después de una serie de películas en la que se destacó especialmente ‘Hatari!’ (1962), el safari colonialista inédito en su lista, pero lo más interesante fue la continuación de la trilogía que coronó el extenso legado de su obra. En ‘El Dorado’, Hawks retomó el modelo de ‘Río Bravo’ para confirmar la perspectiva colectiva de un género usualmente de outsiders solitarios para crear auténticas comuniones diversas entre vaqueros intergeneracionales. Hawks volvió a contar con el emblemático John Wayne, ya notoriamente veterano, para liderar el nuevo combo, ahora compuesto por el próximamente célebre James Caan y el histórico caradura Robert Mitchum. Cole Thornton (John Wayne), pistolero reputado, se reúne con el comisario J.P. Harrah (Robert Mitchum), el cuchillero Mississippi (James Caan) y Bull (Arthur Hunnicutt), el lugarteniente y carcelero del comisario, con el objetivo de detener el saqueo del agua por parte de la familia MacDonald. En ese esfuerzo, tendrán que pasar por encima del peligroso pistolero tuerto Nelse McLeod (Cristopher George).

El entramado comunitario de soledades que plantea Hawks al reunir cowboys particulares, se suma la dependencia creciente del líder encarnado por Wayne, en este caso Cole Thornton, quien es herido y sufre los estragos de una bala alojada en las inmediaciones de la columna y que le paraliza el brazo que le ha dado respeto como pistolero. Esa fragilidad cruel que por momentos nos entrega al ícono western tirado en el piso, reducido por la parálisis, necesitando expresamente del respaldo de otros cowboys reconstruidos, también vulnerables, entre el que no sabe disparar, el viejo debilitado y el borracho inconsciente en el camastro de la celda en la comisaría. El supremo ícono ha sido herido de gravedad y a largo plazo por una mujer salvaje, que bien podría ser la representación del diablo, o más claramente la mujer que se resiste a las tareas que les son asignadas arbitrariamente. Hawks no busca una mirada preciosista, sino que prefiere las acciones realistas, crudas, desprovistas de espectacularidad, casi accidentales, incluso torpes. Esas limitaciones que revelan auténticos seres humanos no se limitan solo a los héroes, sino también a los villanos, quienes a pesar de sus poderes sociales están llenos de cobardías anodinas, de temores que no pueden ocultar con facilidad en medio de su violencia atropellada. Las circunstancias de dificultad fangosa que plantea Hawks hacen aún más indispensable el cooperativismo de los vaqueros adoloridos, que deben unir las soledades para sobrevivir, sin saber a ciencia cierta si esa comunidad continuará en el tiempo o si los solitarios deberán nuevamente emprender el camino por el desierto de cara a los atardeceres extensos, en busca de otro mundo en el que apenas pernocten. Los grupos humanos de Hawks, ya históricos en ese punto, que habían atravesado todo su panorama cinematográfico, con ejemplos en todos los géneros, coincidencialmente o no, resonaba con el espíritu colectivista de la época, sustentado en las juventudes que se hacían preguntas inéditas en la sociedad. No es entonces gratuito que la obra de Hawks revelara un orden social que podría considerarse inédito, pero que puede revelarse en las referencias antiquísimas del western, que a fin de cuentas recaba en la formación de los pueblos estadounidenses, que describe el origen mismo de las sociedades. Esa es una mirada pertinente más de cincuenta años después, cuando la individualidad está erosionada por el individualismo. Sumando ‘Río Bravo’ y ‘El Dorado’, Hawks había hecho del western un manifiesto comunitario, con padres e hijos como en todos sus westerns, pero en la transición a las relaciones horizontales de auténtica solidaridad. 

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