sábado, 26 de junio de 2021

El amor viejo de 'Before Midnight' y la madurez romántica de Richard Linklater
















La extensión de las historias a través del tiempo nos hablan de asuntos que parte de la cotidianidad y se graban en la trascendencia espiritual misma. La trilogía ‘Before’, de Richard Linklater, no solamente se convirtió en un clásico del romance, sino en la narración de una generación que se hizo mayor en medio de la convulsión característica de la transición de los siglos. Celine y Jesse recorrieron las calles y callejuelas de Europa mientras desenredaban la madeja de su propia historia, de sus tiempos, de la vida y del amor. La tercera entrega de la trilogía, ‘Before Midnight’ (2013), nos vuelve a poner en el camino de Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy), que nueve años después de su segundo encuentro en París, viven juntos, tienen dos hijas gemelas y pasan el verano en el Peloponeso griego, con otros amigos diversos también emparejados. Jesse sufre la distancia con su hijo preadolescente allende el mar en Chicago, mientras Celine se hace consciente de la progresiva restricción a la que la empuja su condición de mujer en una sociedad machista y patriarcal. Los dos fundadores mitológicos del amor en la generación X van al sol a cambiar otra vez de piel o tal vez a la playa a morir como las ballenas. 

Con la vista puesta en el mar griego, Linklater envuelve la nueva ‘Before’ en una atmósfera de antigüedad mitológica, en la que sus personajes se extienden ajados como la arquitectura que los acoge. Los jóvenes que emprendían el viaje en tren, dieciocho años atrás, han llegado al límite del territorio europeo para mirar al horizonte marino, mientras se oculta el sol, y afrontar la noche con la marea alta, en la tormenta que suele traer consigo la conciencia de la vida que se vive y la que se ha vivido. Linklater retoma el vehículo conceptual del diálogo, ya bien identificado y presenciamos la vida de casados de la pareja, con sus dos hijas gemelas dormidas cabeza a cabeza en el asiento trasero (“parecen siamesas”, dice Celine), en los avatares propios de ser padres.  Después se plantan en el alto de la casa a la que están invitados, en las alturas que extienden infinitamente el mar, y dialogan sobre la vida y las relaciones con sus réplicas de otros mundos, de otros tiempos, en disertación filosófica de parnaso, como si el mismo Linklater regresara al origen de la filosofía y el drama que marcan su obra, para presentar a su pareja fundacional y cotejarla con los amantes que fundaron y fundarán nuevos pueblos trascendentes. Y desde ahí, bajan la montaña hasta adentrarse en el pueblo y la ciudad, otra vez recorriendo las calles y recogiendo sus pasos en la vida. Así descienden a su propio averno y se encierran para amarse reconociendo de nuevo los cuerpos que se han visitado por casi dos décadas en lapsos irregulares, pero se encuentran con la complejidad de sus propias emociones, con el dolor que es capaz de crecer al lado del amor, mientras la conciencia emerge con velocidad en medio de las palabras y nuevamente esa depuración les hace mudar la piel para enfrentarse a otro cambio del tiempo, al cenit de la luna en la medianoche. Linklater sabe encontrar y desencontrar a sus personajes para representar la formación de un nuevo suelo en el que van a plantarse para avanzar a una nueva etapa en la que volverá en amanecer, el atardecer y otra vez la medianoche. Linklater representa una generación de cineastas que transitó su juventud en el tránsito de los siglos, que nació en un mundo estacionario y de largas distancias para instalarse en la cabeza de un mundo en el que la aldea global también trae consigo la cruda realidad de que las distancias siguen siendo enormes, tras derribarse el velo de la cultura hegemónica. 


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