Bien entrada la década de los años noventa, la última del siglo XX, aparecía una nueva generación de cineastas estadounidenses que tomaba la estafeta del nuevo Hollywood y de la contracultura ochentera. Cineastas como Paul Thomas Anderson, Wes Anderson, Gus Van Sant y Richard Linklater también exploraban las profundidades de los Estados Unidos, como sus antecesores generacionales, y describían la perspectiva de quienes ahora tenían el mundo al alcance de la mano, mientras que la sociedad estadounidense se reconvertía por enésima vez. Linklater, con una notable vena filosófica que excava en la trascendencia misma de las relaciones, alcanzó gran visibilidad con ‘Before Sunrise’ (1995), un romance que definía todo un nuevo mundo globalizado, que simultáneamente demostró cómo se multiplicaban los encuentros significativos y vislumbró las penas del distanciamiento frente a las dimensiones inmutables del mundo. Céline (Julie Delpy) es una estudiante francesa que viaja en tren desde Budapest hacia París tras haber visitado a su abuela. Se encuentra en el viaje con Jesse (Ethan Hawke), un joven estadounidense que viaja por Europa y ha sido abandonado por su novia en España. Jesse le propone a Céline que se baje con él en Viena, para continuar la conversación y prolongar el encuentro durante un día, para retomar su destino al día siguiente. Céline acepta la proposición y emprende un recorrido sin rumbo fijo por las calles de la capital austriaca.
Linklater planta a sus personajes en una trama minimalista, apenas impulsada por el acuerdo de los personajes de compartir un día entero, atravesando toda la noche. Los diálogos son sustantivos para expresar el carácter de los personajes y las emociones que provoca la proximidad, el encuentro, la atracción inevitable en un encuentro que a fin de cuentas es un refugio en medio de la soledad, en medio de muchas trayectorias que se cruzan, que atraviesan el escenario. La lúdica constante en el trasfondo del coqueteo implica la recreación de pequeños escenarios en los que se escenifican los deseos y los temores más profundos del hombre y la mujer que poco a poco se hacen conscientes de la soledad de su propia vida, lo cual le da una relevancia incontenible al otro. El guion de Linklater y Kim Krizan está lleno de momentos que podrían funcionar como pequeñas cápsulas, como episodios que al unirse trazan el recorrido de una auténtica aventura espiritual sustentada en un afecto que crece sin freno. Linklater expresa el romance de atmósfera trágica de los autores de la Nueva Ola y al mismo tiempo traslada a Europa la mirada a la cultura profunda de Estados Unidos, como el fondo espectacular de la historia que enmarca el encuentro de dos identidades que se asemejan, con características formales que crecían en un mundo cada vez más global. La emoción propia del descubrimiento surge por los pasos que la pareja da en compañía y por las palabras que entregan para develar su propia naturaleza, recorriendo el mundo como visitantes invisibles, como si flotaran por el mundo o como si visitaran el pasado y el futuro, con la distancia que les da la mirada distante, encontrándose con la naturaleza de su propia humanidad y la necesidad de continuar interminablemente con el juego, planteando otro reto, otro día en el futuro, un nuevo mástil al cual amarrar otra cuerda a la cual se pueden asir con fuerza mientras continúan con su propia vida. El encuentro se hace trascendente sin abandonar la fugacidad temporal y los lugares que habitaron en Viena quedan marcados para siempre en su propia memoria, transformados para siempre por su presencia en cada uno de ellos. Linklater conseguía expandir un universo usualmente condensado y con la filosofía constante de su cine, en el modelo del romance, hace de Europa y de todo el mundo el nuevo terreno western, el desierto espiritual en el que van a crecer silvestres los sentimientos.
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