sábado, 3 de julio de 2021

La fuga episódica de Hong Sang-soo y la deliberación femenina de ‘La mujer que escapó’












Hong Sang-soo es sin duda alguna uno de los cineastas cruciales en la historia del cine surcoreano. Durante los últimos veinticinco años, se ha caracterizado por exponer a fondo las relaciones humanas en la sociedad de su país, a fondo en la vida misma de seres que usualmente se van revelando en la exploración de sus dolores y placeres. Películas como ‘Un cuento de cine’ (2005) ‘Noche y día’ (2008) y ‘Hahaha’ (2010), han construido una narrativa consistente y sin matices culturales, siempre con las virtudes de la universalidad, que simultáneamente han expresado como pocos la cultura coreana contemporánea. La más reciente película de Hong Sang-soo se titula ‘La mujer que escapó’ (2020) y por ella el ya histórico realizador surcoreano se llevó el Oso de Plata en el Festival de Cine de Berlín. En ‘La mujer que escapó’, Hong nos lleva de la mano con Gam-hee (Kim Min-hee), una joven mujer que visita a sus tres amigas más cercanas, con quienes había perdido contacto, aprovechando un viaje de negocios de su esposo. La primera mujer que visita es Young-Soon (Seo Young-hwa), una mujer divorciada que disfruta de cuidar su jardín y alimentar a los gatos. La segunda es Su-young (Song Seong-mi), profesora de pilates que se debate en su vida social y la tercera es Woo-jin (Kim Sae-byuk), propetaria de un pequeño cine. Gam-hee redescubre de forma cada vez más consciente el placer de sus relaciones de amistad.

Hong utiliza una estructura sólida y consolidada, muy a lo Kim Ki-duk, de road movie sin enlaces, siempre episódica, con mujeres que se sientan frente a frente, se someten a sí mismas para repararse, para verse a los ojos y sonreírse. Hong Sang-soo se resiste al corte y permite apreciar la conversación, con pequeños acercamientos para ver los rostros, como si nos invitara a la placidísima sala, al muy acogedor café, al precioso comedor con la ventana enmarcando un paisaje nublado. Se habla de todo y de nada, se disfruta el placer embriagante del diálogo, con bebidas y comidas, sillas y sillones mullidos y poco a poco en medio de los temas azarosos se asoma el alma de alguien buscando el abrazo de otra alma. Gam-hee está soportada en el cojín mullido de una relación sin tormentas, resignándose a las niñerías de su esposo, así que navega libre en su travesía de la amistad y se encuentra con islas diferentes, en las que a veces tiene que salvar a los náufragos y otras veces tiene que salvarlos ella.  En los diálogos estamos parados atrás de los dialogantes, viendo cómo uno de ellos reacciona a la intensidad de su propia vida y a de vez en cuando podemos ver al interlocutor en alguna cámara de seguridad, como en otro planeta de siluetas difusas. También se escapa a través de las pantallas, de la misma pantalla del cine dentro de este cine, en donde ya hemos escapado como lo hizo la heroína que emprendió el rescate de sus amistades olvidadas que aún le abren los brazos de par en par. Hong Sang-soo no solo nos permite estar presentes en el deleite sereno de la conversación fraternal, sino que nos deja ahí cuando los personajes abandonan el cuadro, para que veamos el cielo, las sillas, los gatos, los caminos. La misma Gam-hee, al despertar en el sofá o en cualquiera sea el espacio que le han asignado para descansar, abre la ventana para respirar el aire mañanero y Hong nos permite también respirar ese aire mientras vemos la tonalidad azulosa del sol que apenas despunta. El placer es tan simple que se hace trascendente y hace vibrar esa necesidad de volver a reunirnos alrededor del fuego, de algún fuego como el de la amistad o la camaradería, para envolvernos en la calidad curativa de nuestras voces compartidas. 


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