viernes, 24 de agosto de 2018

La descompostura gradual de ‘Bad Samaritan’ y el control extraviado de Dean Devlin

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Los thrillers nunca pasan de moda y son sumamente eficientes cuando están bien diseñados, como un mecanismo especialmente filoso para cortar las emociones. Cabe destacar los acertados y disfrutables ejercicios que ha llevado a cabo Denis Villeneuve antes de abocarse con inmenso éxito a la combinación con la ciencia ficción, como ‘Incendies’ (2010), 'Prisoners' (2013), 'Enemy' (2013) y Sicario (2015).  Por supuesto, no hay que olvidar la deliciosa ‘Blue Ruin’ (2013), de Jeremy Saulnier. Sin embargo, cuando los thrillers no funcionan, el efecto es inverso, todo se transforma en una pesadilla muy diferente a lo que la ficción procura. Este es el caso de ‘Bad Samaritan’, la más reciente película de Dean Devlin, quien ha hecho el paso del guion a la dirección y resulta por lo tanto insólito el gran déficit dramático de esta película que fracasa como thriller, estrepitosamente. ‘Bad Samaritan’ cuenta la historia de Sean (Robert Sheehan), extranjero británico, quien junto a su amigo Derek (Carlito Olivero) de origen mexicano, roban aquí y allá para solventarse una vida lejos de un sistema que aborrecen sin mayor profundidad. En uno de los robos, trabajando en un valet parking, se encuentran con una sorpresa que pone en debate sus principios éticos y morales en el mundo del crímen, al menos inicialmente.

La película tiene un planteamiento más que interesante: el pequeño criminal que se encuentra de cara con el gran crimen y debe resolver casi por una necesidad urgente el debate ético y moral que lo sacude violentamente. Lastimosamente, todo se va diluyendo poco a poco en un mar de intrascendencia y efectismo que resulta aborrecible minuto a minuto. Se destaca la confrontación entre generaciones geek, entre el desquiciado Cale Erendreich (David Tennant, con un desempeño actoral espantoso) y el compungido Sean Falco, millennial de habilidades ya aprendidas cuyo celular es casi una extensión de sí mismo.  El planteamiento especialmente atractivo, con muchas posibilidades para construir un thriller especial, con aristas hasta filosóficas, resulta en una retahíla de carencias, de amagos, de torpezas dramáticas, de gratuidades, que caen como una plaga que termina haciendo pedazos cualquier intento por salir con decencia de la situación, opacando cualquier brillo. El mérito de ser entretenida no resulta suficiente para pagar la entrada. Los aciertos en la edición no resultan suficientes para rescatar de las aguas lo que se hunda en un mar de vergüenzas que terminan despertando carcajadas en lugar de nerviosismos. La fotografía resulta esmerada, incluso acogedora dentro del ambiente sombrío, pero parece solamente la antesala de un consultorio dental donde van a sacar las muelas, donde destruirán todas tus pretensiones de conseguir una sonrisa, al menos de satisfacción.

Devlin no puede articular la situación con fluidez, no puede conectar las piezas, tal vez porque inexplicablemente, con una extensa experiencia como guionista, no tuvo participación en el que apenas es su segundo largometraje como director. ¿Qué hubiera pasado si lo hubiera hecho? Al menos escribió el guion de la gringada generacional ‘Independe Day’ (1996). Tal vez para él fue una tortura tener que filmar este pésimo guion, culpa de Brandon Boyce, quien escribió ‘Venom’, de 2005 (con razón). Tal vez hubiéramos podido disfrutar de un desenlace que no terminara convirtiéndose en una parodia de la película misma. Resulta al mismo tiempo ejemplar para comprender por qué los guiones son fundamentales en la construcción de un thriller, en la elaboración de un crimen que debe ser desglosado, en la atadura armónica de los cabos, para que ninguno quede suelto. No se trata de perder la alegría por hacer una película, de no crear y recrear pretendiendo risas nerviosas. Se trata de mantener la alegría, pero en conjunto con el espectador. La idea es que se rían contigo, no de ti. La idea es que todos compartamos el placer de vivir las emociones. Devlin debería darle un vistazo a la exquisita ‘You were never really here’, de Lynne Ramsay, de este mismo año. Aún está a tiempo si no lo ha hecho. Es solo su segundo largometraje como director.

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