Wim Wenders es una de las figuras emblemáticas del cine europeo durante la segunda mitad del siglo XX. Como parte del intenso y conmovedor Nuevo Cine Alemán, junto a otras figuras de ese país como Werner Herzog y Rainer Werner Fassbinder, entre otros, Wenders logró construir, especialmente en las tres últimas décadas del siglo, todo un imaginario para el cine independiente, siendo siempre de suma influencia para realizadores posteriores en todo el mundo, con películas como ‘Alicia en las ciudades’, ‘El miedo del portero ante el penalti’, ‘El amigo americano’, ‘Historias de Lisboa’, ‘Las alas del deseo’ y, por supuesto, la inolvidable ‘París Texas’. La década actual ha servido para volver a poner su nombre en las mejores consideraciones de la crítica, especialmente en el documental, con títulos como ‘Pina’, en 3D sobre la legendaria coreógrafa alemana Pina Baucsh y ‘La sal de la tierra’, sobre el fotógrafo brasilero Sebastião Salgado. Su filmografía documental siempre ha sido especialmente interesante, pero nunca ha abandonado la ficción, aunque el éxito no ha sido el mismo, pero siempre abordando los temas derivados del paso del ser humano por la vida, de los encuentros con otros seres humanos, de las huellas propias de ese tránsito. Su más reciente película de ficción, se titula ‘Submergence’ y es una adaptación de la novela homónima del británico J.M. Ledgard. Cuenta la historia de James More (James McAvoy), un ingeniero hidráulico que es secuestrado por terroristas yihadistas en Somalia, y Danielle Flinders (Alicia Vikander), quien trabaja como biomatemática en un proyecto de inmersión en lo más profundo del océano. Un año antes tuvieron un encuentro amoroso que los flechó de por vida y los mantiene unidos, a pesar de que ninguno sabe nada del otro.
Wenders nos introduce en un asunto que evidentemente está en el fondo de las inquietudes que siempre ha tenido como artista, relacionados con el azar, con la existencia, con los encuentros que terminan transformándonos, y algo más reciente que tiene que ver con el paso del tiempo y con un interés casi biológico en la vida, con especial asombro, como lo retrató en ‘La sal de la tierra’, donde los mismos temas de esta película son tratados como documental y como mucho más acierto desde el punto de vista dramático. El guionista Eric Dingham no logra cohesionar con solidez el desarrollo del thriller geopolítico y ambiental con las disertaciones visuales de los personajes dentro de estos espacios cerrados y abiertos que sin duda los ponen en un debate existencial intenso. Wenders parece dedicarse de forma exclusiva a explorar sus inquietudes artísticas con respecto a estos temas y entonces podemos apreciar imágenes sin duda repletas de poesía, pero desvinculadas de una ficción sólida que las sostenga. Probablemente, si las intenciones originales de la película no fueran en la dirección del thriller romántico y político, tan convencionalmente, en la línea del cine estadounidense más comercial, hubiéramos tenido una película memorable donde Wenders hubiera tenido plena libertad para expresar la situación sin duda profunda que plantea la historia original. Tal vez algo similar a lo que desarrolla actualmente Malick y que llegó a su punto más alto con la emblemática ‘The tree of life’, tal vez la mejor película de la década. Las referencias de Malick, desde ‘Badlands’ hasta ‘The thin red line’, resultarían también ilustrativas de lo que se puede conseguir cuando se encuentran armónicamente la ficción y la poesía, como se pretendió en este película de Wenders.
Sin embargo, la película es aprovechable justamente para apreciar los intereses estéticos de Wenders, siempre en torno a temas que se expanden cada vez más desde la propia experiencia humana, sin perder ese centro, y ahora llegando a asuntos cada vez más globales e incluso existenciales, biológicos a gran escala. En ese contexto del análisis, cabe destacar el cuidadoso y sensible trabajo del cinefotógrafo Benoit Debie, de cabecera para Gaspar Noé, el trabajo del español Fernando Velázquez en la música. Lastimosamente, la película no estuvo abocada a la expresión, sino a un drama anticlimático.
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