sábado, 18 de agosto de 2018

La tensión dramática de Ingmar Bergman y el mito espeluznante de ‘El manantial de la doncella’


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Durante los años cincuenta, Ingmar Bergman logró posicionarse como una de las presencias fundamentales en la cinematografía europea. En la segunda mitad de esa década transformadora, entregó obras fundamentales de su filmografía como ‘El séptimo sello’ y ‘Fresas salvajes’, que abrieron toda una nueva perspectiva en el mundo del cine, no solamente por los temas, sino por la mirada innovadora del cineasta sueco, a partir de un drama profundo y punzante en el medio cinematográfico más sensitivo posible. En 1960 su nombre empezó a hacerse realmente popular en Estados Unidos después de ganar el Óscar con ‘El manantial de la doncella’, basada en una leyenda medieval sueca, adaptada por la guionista Ulla Isaksson. Karin (Birgitta Pettersson), la joven hija de Kören (Max Von Sydow), un próspero cristiano, es designada para llevar velas a la virgen en la iglesia, lo cual representaba todo un honor. Es acompañada por Ingeri (Gunnel Lindblom) , la criada de la casa, quien secretamente adora al dios nórdico Odín. La doncella encuentra en el camino los peligros propios del contexto, en medio del bosque y de una época cruda y cruenta.

Uno de los orígenes más sólidos de Bergman es el teatro. Sus primeros ejercicios en la ficción fueron en este medio, en el cual consiguió dominar conceptos fundamentales que definirían gran parte de la especial singularidad de su cine, como la puesta en escena, la dirección de actores y por supuesto la interpretación de la dramaturgia pura. Además, Bergman fue el segundo hijo de una familia luterana donde el padre era pastor, así que los conceptos de pecado y redención, con todos sus matices y derivaciones, fueron siempre cercanos para él, siempre relacionados con su propia visión del mundo y de la existencia humana. En esta película, que marca propiamente la entrada a los años sesenta, una década prodigiosa en su filmografía, estos temas y esas herencias biográficas cobran una relevancia fundamental. Como espectadores, podemos comprender por fin lo que la cristiandad intentó decir durante siglos, con la vinculación que hace Bergman a la propia experiencia humana, al mundo de las relaciones, de los instintos, de las emociones puras, como el miedo, como el deseo, como las ansias en estado puro y violento. Max Von Sydow, quien ya había resultado estelar en las películas más notables de Bergman, vuelve aquí a convertirse en el sujeto de identificación del mismo Bergman con su película, en una interpretación que resulta subestimada con el paso del tiempo. También fue la segunda película con Sven Nykvist, el histórico fotógrafo que se convertiría en parte fundamental del círculo creativo del director. Los planos fijos, que caracterizaron el cine de Bergman por aquel entonces, se convierten aquí en auténticos testigos de la acción cinematográfica en medio del bosque. La destreza de Bergman para cotejar las emociones intensas y las acciones violentas resulta armónica con su propia visión de las pasiones humanas. Por supuesto, resulta también ilustrativo con respecto al origen de las religiones y las naciones, llenos de muerte, sangre y dolor insoportable.

Teniendo en cuenta el origen antiguo de la historia y que la película de Bergman se acerca a los sesenta años desde su lanzamiento, resulta impresionante la vigencia temática en el mundo actual. Resulta sobrecogedor como si Bergman nos hablara desde el pasado para comprender los riesgos que corremos en la actualidad, como si el registro de su perspectiva frente a un cuento tradicional y fundacional se haya convertido a su vez en la voz profética de este futuro. Aún hoy, después de tantos y tantos años, en los que las imágenes se han multiplicado frente a nuestros ojos y pasamos de escasas a cientos en tan poco tiempo, resulta sobrecogedora la tensión dramática que con maestría plasma Bergman en cada escena, con ese designio de la fatalidad que flota sobre todo el ambiente de la película, que por momentos nos acoge y siniestramente nos ronda, hasta que nos convierte en presas de una situación espeluznante, que a fin de cuentas termina siendo el verdadero origen de nuestras civilizaciones.

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