sábado, 11 de agosto de 2018

La observación social en ‘De mendigo a millonario’ y la visión neoyorquina de John Landis

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Durante los años ochenta, la comedia estadounidense tenía su centro en Nueva York, y desde el cine y la televisión aparecieron figuras que marcaron la década, con un humor inteligente y que simultáneamente tenía la capacidad de conectar con enormes masas de público. ‘Saturday Night Live’, el popular espacio televisivo de los sábados por la noche, surgido en los años setenta fue la escuela de muchos de ellos, quienes tuvieron su máximo esplendor en los ochenta. El stand up y los sketches del show televisivo formaron una serie de actores, presentadores, guionistas y comediantes de stand up que transformaron el negocio y el género hasta nuestros días. Dos de las grandes estrellas surgidas de ese show fueron Dan Aykroyd y Eddie Murphy, quienes brillaron en el cine. Se encontraron en el año 83 en la película ‘Trading Places’ (‘De mendigo a millonario’), dirigida por John Landis, otro formador de la memoria generacional de occidente por ese entonces, con cintas como ‘The Blues Brothers’, ‘An American Werewolf in London’ y el celebérrimo video de ‘Thriller’, de Michael Jackson, entre otras. Para Aykroyd, Murphy y Landis, una de las cimas de calidad en su carrera llegó cuando se encontraron en ‘Trading Places’, en 1983, película traducida como ‘De mendigo a millonario’, en Latinoamérica. La historia nos cuenta lo sucedido con Louis Winthorpe III (Dan Aykroyd) y Billy Ray Valentine, el primero es el acaudalado heredero de una millonaria empresa familiar y el segundo un pordiosero y vicioso hombre negro. Los hermanos Duke (Ralph Bellamy y Don Ameche), dueños de una firma multimillonaria, deciden apostar para demostrar si solamente es casualidad que alguien tenga éxito en la vida, así que, con varias artimañas, deciden intercambiar de escenario a los dos personajes. El resultado es una comedia desenfrenada que pone en relieve mucho del espíritu humano.

Landis utiliza un precioso collage de la Nueva York de aquel entonces, con las Bodas de Fígaro, para adentrarnos en la particularidad de estos dos personajes situados en los extremos de la brecha social. Tan solo esa apertura ya se convierte en todo un documento. Posteriormente, nos muestra con una visión mordaz los entornos llenos de defectos y vicios de cada una de estas clases, hasta que la historia empieza a desenvolverse con la apuesta de los dos hermanos y cada uno de estos personajes es llevado por el azar de una acción arrolladora, hasta que se encuentran en el escenario del otro, con la necesidad urgente de enfrentarse a la vida que se pone enfrente de ellos. Landis logra momentos de auténtica hilaridad con una perspectiva amplia y serena que nos permite disfrutar con tiempo y espacio de todo lo que vemos, del encuentro de dos realidades sociales. El trabajo en el guion, a cargo de unos jóvenes Timothy Harris y Herschel Weingrod (quienes se convertirían en una dupla especialmente exitosa para este género en el cine) resulta encajar perfectamente con la interpretación de Aykroyd y Murphy, siempre física y con una intención impecable en los parlamentos. Además, el casting se completa de forma extraordinaria, como pocas veces puede verse, con nombres como Jamie Lee Curtis, Denholm Elliot, Paul Gleason, en incluso apariciones de los históricos Frank Oz y Bo Diddley. Con la perspectiva del tiempo, la película resulta cada vez más sobresaliente, por convertirse en un testimonio útil en diferentes niveles. Es el testimonio audiovisual de una ciudad en una década específica de los años veinte, es una de las primeras películas especialmente destacadas que se dieron como consecuencia de una comedia en ebullición, surgida de la televisión. Es la perspectiva particular de una comedia aún conectada con la vieja tradición de la comedia norteamericana en el cine, como la de Frank Capra, Ernst Lubitsch y en algunos casos el mismo Howard Hawks. Este desenfreno situado en el interés por observar la sociedad neoyorquina termina siendo por su propia cuenta un buen estudio con respecto a lo que históricamente determinaba a una ciudad donde muchas de las grandes corporaciones de la actualidad estaban aún jóvenes o incluso recién nacidas. ‘Trading places’ sirve para ejemplificar la utilidad del cine.

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