Greta Gerwig es una actriz no especialmente reconocida pero sí con una carrera bien determinada. Por supuesto, uno de los rasgos más importantes es su importante colaboración con Noah Baumbach, como guionista y actriz, llegando a consolidarse como uno de los rostros más importantes del panorama independiente en el cine estadounidense. Su carrera en la dirección aún es corta pero no por eso despreciable, especialmente con ‘Lady Bird’, su segunda y más reciente película, que le ha valido para obtener cinco nominaciones de la Academia para los Oscar de este año. ‘Lady Bird’ nos describe la rápida e intensa transición de la adolescencia a la adultez de Christine ‘Lady Bird’ McPherson (Saoirse Ronan), una joven de Sacramento con inclinaciones artísticas, en una comunidad católica, con una familia llena de matices y al mismo tiempo convencional, en una cultura típica de las profundidades californianas, en Sacramento, el mismo lugar de origen de Gerwig, lo cual nos habla claramente de la relación directa de esta autora con su personaje.
‘Lady Bird’ es más descripción que narración, el paisaje de un proceso que todos pasamos de formas diferentes. Las circunstancias particulares de Lady Bird, la protagonista de esta película, nos habla de características reconocibles por cualquiera y simultáneamente de una especificidad muy propia de Estados Unidos, donde los hijos parten de la casa mucho más pronto y se enfrentan progresiva pero también intensa y rápidamente con su despertar sexual, la necesidad de resolver su economía, los vínculos familiares con todos sus avatares, las relaciones de amistad, la posición frente a la institucionalidad y mucho más. El retrato de Gerwig, con tal cantidad de detalle y entramado, es difícil de construir sin una relación autobiográfica. Una de las características más destacadas consiste en la gran calidez con la cual está trazado este proceso que sin duda parte de una mirada intensa de Gerwig sobre su propia humanidad. Esto es lo que consigue que un proceso prácticamente universal se haga particular. Todo esto se cuece en un fondo especialmente cálido, construido por el cinefotógrafo Sam Levy, que casi representa un amanecer, desde esa calidez propia de alba hasta la frescura de la mañana. Toda una metáfora del vuelo que emprende la mismísima Lady Bird.
El corazón de la historia está en la relación entre Lady Bird y su madre, Marion McPherson (Laurie Metcalf), llena de codependencias, obstáculos emocionales, heridas abiertas, contenciones infranqueables y todo un conjunto de sensibilidades que hace que esta transición sea atrabancada para ambas, llena de tropezones, atropellada, casi traumática. Lady Bird encuentra en su madre a la síntesis misma de sus incomodidades, pero al mismo tiempo al brazo del cual puede sostenerse mientras transita una sola vía hacia su independencia, un camino lleno de espinas, que no se puede evitar de forma alguna. La sexualidad, el futuro, la amistad, la familia, las drogas, la ética, la moral, el mundo, la sociedad, el arte, todo se presenta pronto, contundentemente, y Lady Bird debe superar este fenómeno natural, como si atravesara el campo en medio de una tormenta. Lamentablemente, no es especialmente memorable este proceso y no es el mejor retrato que se ha hecho de esta etapa, aunque sin duda esta película será un espacio siembre acogedor para visitar, por sus rostros, sus situaciones, sus diálogos y esa cierta nostalgia que apenas se sugiere pero que se siente claramente.
‘Lady Bird’ retrata el proceso de maduración en un contexto sociocultural específico, pero otras películas han trazado líneas similares con una disertación especialmente compleja, como puede mencionarse en ese sentido a ‘Los 400 golpes’, de Truffaut, varios ejemplos en la obra de Mizoguchi y, por supuesto, o incluso la misma ‘Frances Ha’, que podría considerarse desde cierto punto de vista como la secuela de esta historia. El asunto es el doloroso proceso que implica levantar el vuelo.