Cuando se trata de hablar de cine hecho por mujeres, una de las figuras de obligada referencia es la parisina Claire Denis, quien con una nutrida producción, que abarca documentales e incluso televisión, ha logrado situarse en un pedestal muy alto, especialmente por la potencia de su obra, en la que destaca sin duda alguna la conmovedora y potente ‘Beau Travail’, todo un clásico del cine europeo en los últimos treinta años. Denis no ha parado nunca de hacer cine durante los últimos treinta años y su más reciente película se titula en Latinoamérica ‘Una bella luz interior’ (‘Un beau soleil intérieur’ 2017), está protagonizada por la inextinguible Juliette Binoche y se basa en el libro ‘Fragmentos de un discurso amoroso’, del celebérrimo pensador Roland Barthes, en donde recolecta lo que podría considerarse literariamente como fotografías instantáneas en la vida de un amante. Claire Denis traslada esta idea a su propia visión femenina sobre una artista plástica francesa madura, Isabelle, encarnada de forma especialmente aguda por la Binoche. Así pues, sin quedarnos para observar el desarrollo de una historia formal, estamos invitados a presenciar un segmento diciente en la vida de esta mujer particular y también común, de forma muy especial.
Claire Denis tiene una elegancia estilística que sin duda la ha impulsado como a nadie, con una percepción aguda para el montaje sobre el plano, para la reconstrucción de la composición sobre la misma imagen, sin duda con un instinto pictórico que pocos pueden ostentar. Es una cineasta que sabe transmitir con ese estilo muy fino unas emociones contundentes, que tiene la capacidad de ponernos en un ámbito que nos emociona, que nos toca, que nos involucra en toda una aventura emotiva. ‘Una bella luz interior’ no es la excepción. En esta película, Claire Denis nos introduce plácidamente en los espacios que habita esta mujer encantadora que persigue el amor como si de burbujas de jabón se tratara, con una honestidad que resulta incluso enternecedora, mientras frente a ella van pasando modelos de la masculinidad defectuosos, con diversos matices de culpabilidad, que simplemente tocan su vida y pasan de largo. La película parece decirnos que la soledad no es un asunto exclusivo de estos tiempos que se viven en la superficie, en las pieles, sino que es un asunto que es inherente a la humanidad, especialmente cuando se trata del afecto, cuando está además vinculado el azar y la dificultad implícita de las relaciones mismas. Hay una desconfianza que no requiere de demasiada provocación para salir a la superficie y la imposibilidad de contener la gran capacidad de herir al otro termina definiéndolo todo en la vida de una inmensa cantidad de personas en el mundo.
Denis tiene la habilidad de tomar la obra de Barthes y ponernos frente al asunto filosófico de fondo, haciendo uso de un lenguaje cinematográfico especialmente versátil, como es la característica usual de su estilo. Los significados resultan ser fundamentales en el proceso, algo que resulta lógico para alguien especialmente dedicado a la semiótica como Barthes. Denis sabe interpretar esto con maestría y puede constatarse en la habilidad de sus diálogos, que funcionan como un complemento atmosférico para la construcción de un escenario especialmente tangible para quienes somos espectadores. Lo que finalmente expresa la verdad y el inmenso dolor que está detrás de estos asuntos son los silencios, las miradas, los gestos y la intensidad que está ejemplarmente transmitida por actores muy diestros en su tarea, con un desempeño especialmente intenso y lleno de matices de Juliette Binoche, quien funciona perfectamente como el vehículo femenino que utiliza la directora parisina para expresar su interpretación de la obra de Barthes. Esto evita que la película se quede en el melodrama, que lo transite con sutileza, que cruce por la comedia con agilidad y que establezca esta especie de tragicomedia emocional de la modernidad que no es pretenciosa pero sí exquisita y acogedora.
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