viernes, 5 de enero de 2018

La mirada sardónica de Álex de la Iglesia y el desenfreno de ‘Perfectos Desconocidos’


Crítica de Perfectos Desconocidos: pierde la gracia antes del final

Álex de la Iglesia es una figura particular en la historia moderna de la cinematografía española. Siempre con gran acogida en Latinoamérica, con más de veinticinco años de trayectoria, el cineasta vasco ha logrado posicionarse como todo un referente generacional para millones de personas. Su cine siempre se ha caracterizado por un exquisito humor negro, con guiones supremamente elegantes y una combinación especialmente creativa de géneros tan específicos y característicos como el terror y la fantasía con la comedia enraizada en la farsa teatral más clásica. En todos estos años, ha logrado construir auténticos clásicos del cine iberoamericano, si así se puede considerar, como ‘El día de la bestia’ (1995), ‘La Comunidad’ (2000) y ‘Balada triste de trompeta’ (2010), entre otros. Su más reciente película se titula ‘Perfectos Desconocidos’ (2017) y es una pieza cómica aderezada con fantasía mitológica, desarrollada casi en su totalidad en un piso madrileño durante la reunión para cenar de un grupo heterogéneo de siete amigos, incluyendo tres parejas de diversas edades situaciones afectivas y un hombre más que pareciera sacado de otro contexto. La noche está marcada por una “luna de sangre”, un eclipse total de luna que cubre de rojo la noche y pega directamente en el balcón de este grupo. Tocados por el aura particular de la situación, deciden organizar un juego colectivo: poner en la mesa los celulares, leer cada mensaje en voz alta y contestar cada llamada con el altavoz. La situación escalará a escenarios impensados y frenéticos.

La pareja anfitriona está conformada por Eva (Belén Rueda) y Alfonso (Eduard Fernández), una pareja bien madura con una hija adolescente en plena efervescencia. Los primeros en acudir a la cita son Antonio (Ernesto Alterio) y Ana (Juana Acosta), quienes pasan una grave crisis matrimonial que ya ni siquiera recurre a la simulación en las humillaciones. La pareja más activa y entusiasta es la de Eduardo (Eduardo Noriega) y Blanca (Dafne Fernández), quienes están en busca constante de diversión, de una u otra forma, y el outsider Pepe (Pepón Nieto). Con este ramillete humano, Álex de la Iglesia empieza a tejer una trama que crecerá progresivamente por diversos flancos, en un espacio que de cierta forma parece una caverna en medio del espectáculo astronómico que sucede en el exterior. La cámara de De la Iglesia es ágil, insistente, emotiva, como si también estuviera alterada por el eclipse, por supuesto con una edición correspondiente, que rápidamente sirve como medio para que las pasiones se escalen de forma frenética, con momentos de calma tensa y cierto letargo, bien determinados desde el mismo guion.

El planteamiento minimalista desde la perspectiva de la producción, permite que ‘Perfectos Desconocidos’ sea un ejercicio dramático especialmente atractivo, soportándose como es de esperarse en el guion y las actuaciones, sin dejar de lado una puesta en cámara y en escena que resulta sin duda muy importante para darle dinamismo a ese mismo planteamiento. Es como trazar un tejido con siete puntos que sirven de eje para intercalarlos. Por supuesto, la exigencia actoral es alta y aunque las pretensiones muy seguramente consistían en no tener un protagónico claro y repartir esa responsabilidad entre los diversos personajes, las respuestas actorales hacen que unos sobresalgan frente a otros. Esto permite de cierta forma que algunos temas relacionados con la modernidad, como la privacidad, la vida en sociedad, las relaciones humanas centradas en el afecto e incluso el enfrentamiento muy actual entre la corrección y la incorrección política, sean temas que le terminen dando un fondo especial a la película. A pesar del delirante desenfreno que va envolviendo toda la situación, siempre existen resquicios fundamentales para que ciertas frases, miradas y situaciones abran espacio a una reflexión que incluso inconscientemente todos en algún momento hemos tenido con respecto a los tiempos que vivimos. Lo mejor es que la fantasía le da un espectro milenario a la actualidad, como una sensación apocalíptica pero embriagante y seductora de forma simultánea.

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