Se podría decir fácilmente que, a lo largo de los años setenta, nadie registró con mayor detalle, intuición y profundidad los acontecimientos cruciales de Chile, que impactaban al resto de Latinoamérica, como lo hizo Patricio Guzmán con su equipo de realización de ‘La batalla de Chile’. Hay que considerar toda la década necesariamente porque las circunstancias atípicas hicieron que las entregas de toda esta saga cinematográfica dependieran en buena medida de las posibilidades para poder terminar la filmación y la edición del proyecto y, más adelante, las no pocas trabas que se daban para la exhibición. Se trata de obstáculos atípicamente inmensos, pues no solo ponían en riesgo la realización de una obra fílmica trascendente, sino que arriesgaban la integridad misma de los cineastas. Una buena prueba de estas circunstancias es el que ‘El poder popular’ (1979), la tercera película de la trilogía, apenas se pudo ver por primera vez en Cuba hacia finales de la década, cuando ya habían transcurrido varios años desde el golpe de Estado a Salvador Allende y la dictadura de Augusto Pinochet ya sumaba más de un lustro.
En ‘El poder popular’, Patricio Guzmán se distancia de los avatares propios de la política desde el gobierno y de las reacciones de la oposición más espontáneas, más considerablemente reaccionarias, para construir un camino paralelo, el que se daba simultáneamente en un poder alternativo, en la construcción de un sistema paralelo de la clase obrera, con una organización que proponía un modelo mucho más cooperativo y colectivista, que de forma dejaba ver toda una nueva forma de observar el mundo. Esta organización comunitaria, es la base fundamental del concepto para esta tercera película, y se proyecta como toda una propuesta para pensar el mundo, para pensar un sistema auténticamente latinoamericano. Esta propuesta consistía en tres estamentos fundamentales: los almacenes comunitarios, los cordones industriales y los comités rurales. Cada uno de estos métodos eran la respuesta a las presiones de la oposición por desestabilizar y finalmente terminar con el gobierno de Allende y propendían, más allá de eso, por la búsqueda del llamado “poder popular”. Guzmán extiende la mirada más allá de las circunstancias específicas en torno al golpe de Estado y muestran la trascendencia histórica del gobierno de Allende en términos históricos. Recorre con gran detalle la trama de toda una organización que proponía toda una nueva forma de vida, que, aunque contenía buena parte ideológica del socialismo, representaba una perspectiva plenamente chilena, latinoamericana, auténtica en sus vínculos con una sociedad obrera, campesina, en la que se entrelazan pequeñas células que respondían a las necesidades funcionales del inmenso aparato estatal. Las circunstancias ciertamente dramáticas relacionadas con los asuntos políticos y militares, aquí quedan como el telón de fondo de un movimiento extenso, comprometido, que implicaba mucho más que las personalidades propias de los actores políticos, que terminarían en otro terreno por hacerse inmensas desde diferentes perspectivas. Aquí los líderes comunales, los sectoriales, los obreros con cascos y overoles, los trabajadores agolpados en los camiones para resistir los intentos de sabotaje en las fábricas que movían la economía. Todo es vigilancia constante, un hábitat que se crea a partir del respaldo en el otro. Así es como la voz en off deja buena parte del protagonismo narrativo o descriptivo y deja que sean los mismos hombres y mujeres, quienes no solo con sus voz, sino que incluso con sus propios énfasis emocionales, dejan el mejor registro de la verdadera importancia histórica de este movimiento auténticamente de masas, que se planteaba como toda una forma de organización justa y equitativa de la sociedad, como lo pinta ampliamente el plano general que al final muestra todo un mundo por construir.