jueves, 31 de marzo de 2022
El orden venenoso de ‘The Batman’ y el superthriller antimarvel de Matt Reeves
miércoles, 23 de marzo de 2022
La venganza paciente de ‘Sympathy for Lady Vengeance’ y el plan violento de Park Chan-Wook
Con toda la atención puesta sobre su obra, después del precedente sentado por ‘Sympathy for Mr. Vengeance’ y ‘Oldboy’, Park Chan-Wook se dispuso a cerrar su triada sobre la venganza poniendo al frente a un personaje femenino, lo cual le da un nuevo matiz a la venganza como auténtico sentimiento, más allá de las simples acciones, a lo largo del tiempo y con la versatilidad para introducirse en las emociones de cualquiera. En ‘Sympathy for Lady Vengeance’, el cierre de la trilogía, podemos seguir de cerca las acciones sumamente premeditadas de Lee Geum-ja (Lee Yeong-ae), una hermosa mujer que se hizo célebre al ser acusada del secuestro y asesinato de un niño de seis años, quien se ha esmerado muy especialmente en acortar su sentencia inicial a solo trece años de prisión, tiempo durante el cual ha maquinado una venganza transversal, meticulosa y detallada para arrasar con la existencia misma de quien la ha puesto en ese escenario. Justo de regreso en las calles, Lee Geum-ja le dará inicio a un plan de violencia furiosa y casi letárgica.
En esta tercera película de la ‘Trilogía de la Venganza’, Park Chan-Wook rompe de forma estructural la línea temporal para construir progresivamente las razones de la venganza de esta mujer que poco a poco se va transfigurando primero en una victimaria letal y a punta de revelaciones en una víctima lacerada profundamente por el dolor. La transformación a partir de la memoria consigue que podamos ver más allá de la simple mirada de Geum-ja y poder transitar desde su vulnerabilidad hasta la incesante pasión de su violencia, hasta el punto de sacudirse profundamente en la acción misma del asesinato, con una violencia menos accidentada que la de los filmes predecesores, pero probablemente mucho más escalofriante precisamente por su premeditación, por el deleite culposo de la venganza, el asunto transversal en la trilogía. Esa revelación constante de las profundidades de Geum-ja es la misma revelación de la trama propia del thriller, que emerge portentosamente como una realidad horrorosa, doblando por completo el otro faz de las relaciones de poder, y entonces se comprende que es factible la realización de la víctima asesina, del asesino victimizado, una complejidad que habla a todas luces de la complejidad del ser humano. Ese mismo progreso, en el que los planos de Park Chan-Wook van recogiendo voluntarios a la causa de Geum-ja, también habla de una colectividad revisada a la luz de una justicia impulsada por el sacudimiento de la pena, de una ira compartida por la violencia gratuita e injustificada. Así es como Geum-ja no solamente cruza las propias profundidades de su propia convulsión, detrás de su rostro trascendido de belleza, pero convulsionado por la sangre hirviendo, con las venas a punto de explotar, en el delirio del crimen, del estrangulamiento, de las cuchilladas que derraman todo con sangre, con la violencia propia del atormentado, del herido para toda la vida. La alteración de la paz misma es tal que incluso los sueños parecen envenenados por el odio, por la necesidad de vengarse y poder aliviar una pena, como si se tratara del analgésico urgente. El ensañamiento se presenta como un vínculo directo con la memoria, con la vulneración de la dignidad. Todo es una extensa red que va desde los sentimientos hasta las sensaciones más crudas, hasta explorar algo recóndito pero sumamente opaco, tenebroso, que puede derivar en el deterioro progresivo de la consideración mínima. El escenario poco a poco se va nublando, va perdiendo los colores, como si todo fuera sin freno cayendo por un abismo gigantesco, sin final, que cada vez es más penumbra, más vacío y al mismo tiempo más extenso.
miércoles, 16 de marzo de 2022
La venganza cerebral de ‘Oldboy’ y la pena cruenta de Park Chan-Wook
miércoles, 9 de marzo de 2022
La violencia sorda de ‘Sympathy for Mr. Vengeance’ y la estética cruda de Park Chan-wook
El cine coreano se ha hecho especialmente visible en los más recientes años, lo cual no representa de forma alguna la relevancia que ha tenido durante al menos cuarenta años, coincidiendo con el auge mismo a nivel global de uno de los Tigres Asiáticos como país. En ese panorama repleto de auténticos artistas trascendentes, el nombre de Park Chan-wook se ha distinguido muy especialmente por su estética de la violencia, por la poesía callejera de su horror, destacándose muy especialmente su crucial ‘Trilogía de la Venganza’, apenas en el despertar del siglo, en donde es capaz de trazar los alcances devastadores de la venganza más tangible, cruenta, retorcida y devastadora que puede alcanzar el tan romantizado espíritu humano. La primera entrega de las trilogías fue ‘Sympathy for Mr. Vengeance’ (2002), basada en un cómic de Myeong-chan Park, en donde se cuenta la historia de Ryu (Shin Ha-kyun), un joven sordo y aspirante a artista plástico que debe dejar sus estudios por un trabajo pesado en la metalurgia, para conseguir dinero suficiente que le permita atender a su hermana convaleciente, quien necesita con urgencia un trasplante de riñón. Las barreras que cruza Ryu, de la mano de su amiga Yeong-mi (Bae Doona), quien hace parte de un movimiento radical de anarquistas.
La perspectiva auténticamente sensorial de Ryu es el núcleo de la inmensa célula biológica que Park Chan-wook progresivamente va conformando, echando mano de carne y sangre, con el agregado de la escucha subjetiva del sordo, con el embotamiento del oído, mientras las imágenes se multiplican violentamente frente a su realidad pragmática. Los títulos aparecen para representar los pensamientos de Ryu, aquí sí en el cine mudo, haciendo referencia al silente. Se construye poco a poco un encierro a punta de cemento y plástico en un mundo urbano, polvoso, que empieza salpicándose por gotas de sangre y termina lavado en hemorragias, sesos y vísceras. Esa progresión es la misma que construye una trama hecha con cables tensados que decapitan a los personajes sin decapitarlos, que les hace perder la violencia a punta de supervivencia y de venganza incontenible. La confrontación de Ryu frente al mundo recuerda a los mártires de Bresson en un mundo ultramoderno, sometido a una aceleración causada por una sordera propia de la violencia ciega, que no atiende razones, que no quiere saber de causas, que está atravesada no de lado a lado sino de la cabeza a los pies. El escalamiento violento es entramado con gran destreza por un autor lógicamente diestro en la escritura, en el plan cerebral de la aniquilación del otro. La revelación abrumadora es la de la comprobación de que la emoción más punzante es capaz de convivir con el plan más cerebral, impulsándose mutuamente, en un mundo descarnado y horroroso. Es el mismo matrimonio monstruoso que impulsó los exterminios y Park Chan-wook es capaz de sintetizarlo en la percepción de un joven que, en su encierro sensorial, mata para no morir y muere por no matar. En los hilos y ríos de sangre que atraviesan la carne, el mugre y el cemento, hay una estética que invita a la contemplación, con una melancolía llena de escepticismo sobre la condición humana. Resulta sin duda devastador partir del amor filial más sincero y avanzar aceleradamente a la guerra misma, a un escenario en el cual se hace imposible detener ese tren. El dolor profundo, en las entrañas mismas, no descritas como un concepto, sino como una realidad que se puede tocar, es la causa y la consecuencia al mismo tiempo y ese espiral aquí es elaborado con lujo de detalles, como si se tratara de una disección de autopsia. Dolor en las vías circulatorias y en las vías respiratorias, obstruyendo los sentidos y las consideraciones