sábado, 31 de octubre de 2020

La fundación conservadora de “Back to the Future: Part III” y el romance western de Robert Zemeckis
















La década de los noventa empezó para Robert Zemeckis con la última entrega de su trilogía de blockbuster. ‘Back to the Future: Part III” (1990) le daría cierre definitivo a una saga que se ha revaluado con el paso del tiempo. Al terminar la segunda entrega, el Doc Brown (Cristopher Lloyd) está gritando el “eureka” de la ciencia justo después de enviar de vuelta a 1985 al Marty McFly de la primera entrega, cuando de repente el mismo Marty (Michael J. Fox) da vuelta a la esquina desesperado en busca del único hombre que puede ayudarle, tras haberlo visto ser lanzado por un relámpago a 1885, al Salvaje Oeste. Un Marty que había visto el pasado, el futuro y el presente alterno, necesitaba del Doc cincuentero que aún procesaba la abrumadora idea de que en el futuro crearía la máquina del tiempo. Era momento de volver a las raíces fundacionales de Estados Unidos, al espíritu conquistador del western, para corregir de origen las imperfecciones de Hill Valley, el modelo miniatura de Estados Unidos y de toda la sociedad occidental. 

El western existe como género en Hollywood casi desde su propia existencia: desde que existe como industria. Es un género que está fundado en las historias tradicionales de los pioneros de Estados Unidos, de aquellos que, un siglo después del inicio de la Independencia en el país, emprendían los cimientos de un imperio. Pero el western se extiende más allá del espacio físico y también se refiere al ser humano abandonado en un desierto metafísico, en el que la ausencia de ley lo obligará a confrontarse cara a cara con las adversidades concretas y abstractas. El Doc Brown, como por un rayo de Zeus, es lanzado a este contexto en el que estaba naciendo Hill Valley, en el escenario mítico de la creación del mundo. Marty debe hacer un viaje más para rescatar a su maestro de las balas facinerosas que se fortalecían en los territorios sin ley. Nuevamente, Marty es acogido por su propia familia en forma de ancestro y nuevamente aparece su madre, ahora enfática en su condición de casada y en la oscuridad se revela el rostro de una sociedad conservadora sostenida sobre la institución sacra-cristiana de la familia. Marty vuelve a recorrer las calles de su pueblo y es testigo del levantamiento de la torre del reloj institucional que se erige como monolito del tiempo que junto al Doc Brown han transgredido en todas sus variaciones posibles. Marty, envestido de su espíritu ochentero, aparece como agitador de la cultura conservadora, pero ahora el Doc Brown cae en las redes del amor romántico, con la maestra heroína independiente que estaba destinada a darle nombre a un abismo. El devastador ancestro de Biff Tannen, Buford ‘Perro Rabioso’ Tannen, ahora es comprendido como el estúpido salvaje que es coartado por la institucionalidad, mientras que la pareja viajera del tiempo de Marty y el Doc han sido cooptados por esa misma institucionalidad que transmite mensajes que propenden por la idea gringuísima de que cada quien construye sus propios destinos, sin importar el pasado ni el presente, ni el origen ni la condición, con un mundo correcto y corregido que los convoca a formar una familia y abandonar la aventura. Que los empuja a convertirse en otra célula social, integrada a la sociedad, curados de su condición de outsiders, listos a ser padres, esposos y procrear las nuevas generaciones que no solamente poblarán a la Hill Valley de 1985 sino todas las Hill Valley de todos los tiempos y todas las posibilidades. La máquina es destrozada por la locomotora de la forma de vida estadounidense destroza en mil pedazos a la máquina del tiempo, sin despertar mayor pena entre los aventureros ahora por fin sedentarios, instalados definitivamente en el calor de sus hogares, junto a sus esposas, sus hijos y una nueva vida, una nueva forma de vida que a inicios de los años noventa era la que debía ser para todos, con Estados Unidos como vencedor de la Guerra Fría. 


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