La generación de cineastas independientes que surgió en los años ochenta en los Estados Unidos tuvo que sobrevivir en la boca del lobo, en la plena explosión del corporativismo de los blockbuster en la industria del cine de ese país. Jim Jarmusch fue el encargado de entregar manifiesto, con su ‘Stranger Than Paradise’ (1984) y a él se unieron otros cineastas como Spike Lee y el mismo Tarantino, que también se alimentaron de la desilusión juvenil de los años setenta, con una cultura que hervía en los suburbios. Pero probablemente en esa generación quienes continuaron más claramente el legado de ese cine gringo que miraba al fondo de la gran extensión de Estados Unidos fueron los hermanos Ethan y Joel Coen, quienes consolidaron una de las duplas de directores más influyentes de la historia del cine, con guiones impecables y dándoles voz a esas masas incalculables de outsiders que no encajaron en un modelo que más que económico fue un modelo de vida. Una de las películas más importantes de los hermanos Coen, con las que se anotaron uno de sus hitos generacionales, tal vez el más importante de ellos, fue ‘The Big Lebowski’ (1998), en donde construyeron un personaje que representaba de cuerpo entero las nuevas soledades de la modernidad; la de un auténtico proscrito por el avasallante desarrollo económico de Estados Unidos. The Dude (Jeff Bridges) es un hombre de edad mediana que no se sujeta a ningún plan, a ninguna finalidad, que solo tiene como motivación jugar a los bolos con sus dos amigos, también apartados del mundo, Walter (John Goodman), obsesivamente apegado a las reglas y traumado por Vietnam con oleadas de violencia que no puede controlar, y Donny (Steve Buscemi), silencioso y casi imperceptible pero indispensable. The Dude es confundido con ‘El Gran Lebowski’, un millonario discapacitado a quien querían extorsionar por la vía del secuestro de su joven esposa. Su tapete resulta directamente vilipendiado por los criminales y The Dude encuentra un objetivo firme en la dignidad que implica restituirlo, cayendo envuelto en una trama de criminales experimentados de la que tendrá que sobrevivir.
‘The Big Lebowski’ es la síntesis de todas esas identidades que terminan aisladas de cualquier tipo de núcleo institucional en la sociedad, empezando por la familia, hasta el borde de la pérdida total de la identidad. Se trata de todas esas personas que deambulan por Estados Unidos y por el mundo sin poder ser adaptados ni adoptados por ninguna corriente de pensamiento, por ninguna institución. Esa libertad conserva una aura romántica como todas las libertades, pero también implica el abandono social extremo, la pobreza, la soledad más profunda, de tal forma que casi como un mecanismo de defensa es necesario reunirse con otros outsiders, con otros underdogs, con los cuales incluso hay que hacer equipo para encontrar la estima necesaria para sobrevivir emocionalmente. El guion de los Coen se alimenta consistentemente de una comedia furiosa, que se apoya en cada personaje como lo que es: el eje de un vicio social, de un desencuentro, de la incapacidad de hallarse en el mundo. La película está llena de música que recoge esa necesidad de pertenencia incesante, desde el bebop de Duke Ellington hasta el rock proletario de Creedence, señalando a este asunto como uno de los temas enraizados en la cultura estadounidense, aquel que tiene ver con la identidad como un auténtico bien para cada ciudadano. Las fantasías de The Dude, ya tengan origen en sus experiencias alucinógenas, en la violencia de la que es sujeto o en su deseo profundo, expresan la humanidad siempre vigente de quienes en gran medida nunca abandonan su infantilidad, porque a fin de cuentas nunca pudieron cruzar por la vida sin carencias tan diversas como el propio país. A fin de cuentas, lo que queda es reunirse alrededor del fuego, a pesar del acecho constante de la muerte.
Impecable,muy acertado el retrato, gracias.
ResponderBorrarGracias a tu por leer.
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