sábado, 15 de agosto de 2020

El mar abierto de ‘Retrato de una mujer en llamas’ y la intimidad estética de Céline Sciamma

Portrait of a Lady on Fire Parents Guide


El romance y las mujeres son temas sempiternos del cine francés. Toda esa emocionalidad alrededor del amor romántico con esa gran presencia femenina se ha convertido prácticamente en una de las huellas dactilares del cine francés. Son interminables las referencias incluyendo por supuesto el realismo poético francés y la nueva ola francesa. En los años recientes, no solamente en Francia, sino en todo el cine occidental, seguramente con el impulso de las reivindicaciones sociales, el romance entre las mujeres se ha convertido en todo un territorio por explorar en el cine, que antes se había visto profundamente desde la perspectiva de una sororidad extensa. En la década pasada, se destacó muy especialmente ‘La vida de Adèle’ (2013), del tunecino Abdellatif Kechiche, que se convirtió casi instantáneamente en un clásico de estos tiempos. En el panorama más reciente del cine europeo, una de las películas más destacadas es ‘Retrato de una mujer en llamas’ (2019), de Céline Sciamma, que se llevó el premio al mejor guion en la última edición de Cannes en la década que acaba de pasar. En el contexto histórico del siglo XVII, Marianne (Noémie Merlant), una joven pintora, es llevada a una isla distante y aislada, para hacer un retrato de bodas de Héloise (Adèle Haenel), una joven aristócrata, sin que esta última se dé por enterada.

 

Sciamma le apuesta al silencio y a una observación pictórica que parece la expansión temática de la pintura, del dibujo, del retrato, siempre presentes en la situación, como un canal extraordinario y mágico para las emociones, con el complemento siempre intenso de la música incidental. La mirada es aprovechada al máximo, usufructuada todo lo que es posible, para extraer de ella la emoción amorosa más asfixiante, con las pulsaciones más altas. Los hombres están siempre en los márgenes, se perciben apenas pero está claro que determinan una verdad en la que la vida colectiva de las mujeres se convierte en un auténtico refugio. Por supuesto, para construir este esquema de intimidad estética, resulta fundamental la fotografía de Claire Mathon y, como es de esperarse para una película en algún lugar del siglo XVII, un diseño de producción preciso y elegante que no cae en la tentación de la extravagancia. Con respecto al guion, escrito por la misma Céline Sciamma, la película parte de un presente lacerante para Marianne, quien lanza el recuerdo hacia el pasado, partiendo de su propio arte, para sumergirse en sus propias heridas abiertas, en la conmoción de su propio amor inacabado pero terminado para siempre. Héloise se presenta en la relación como el personaje que es sujeto a ser moldeado, a ser construido, pero que determina la deconstrucción definitiva de la artista que la contempla en toda la extensión de su humanidad. Pero es la observación la que desemboca en la transformación, la que conmociona, mientras que Helóise, quien es observada, parece tener la potencia para determinar incluso el destino, aunque lamentablemente ella misma es sometida por una pena que la consume desde adentro, incluyendo su pasado y su presente.

 

Sin embargo, la armonía estéticamente embriagante que crece de forma tan natural, no abunda precisamente de instantes de conmoción en la experiencia. No se trata de una construcción que se dé con base en instantes determinantes, sino que está construida sobre una atmósfera que aunque intensa es ligera. Pero quedan las imágenes de cada quien observándose, contemplándose, deseándose, con una ansiedad que supera por momentos la pasión sexual y que más bien está enraizada en la necesidad de liberarse de un mundo sustancialmente opresivo, tan opresivo que ni siquiera necesita de la presencia de un solo hombre para obstruir dolorosamente la realización de la dicha del encuentro de dos almas gemelas. De esos encuentros que bien se sabe que deberían ser para no separarse nunca más.

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