sábado, 8 de agosto de 2020

La entraña revolucionaria de ‘Reed, México Insurgente' y el espíritu histórico de Paul Leduc

Restauran Reed, México insurgente, de Paul Leduc - Plumas Libres



La historia de México está repleta de acontecimientos colmados de drama, en los que el espíritu humano se ha expresado de forma extensa, con personajes pasionales que han protagonizado épocas enteras para mover al país usualmente a través de auténticas convulsiones que se han dado por el choque de sus propias contradicciones humanas. Uno de los procesos más transformadores, profundos, arraigados en la mexicanidad plena y especialmente convulsos ha sido sin duda la Revolución Mexicana. Por supuesto, el cine independiente mexicano, en su auge en los años setenta y ochenta, con autores emblemáticos, también abordaría esa revolución trascendente y profundamente cultural, que el Cine de Oro ya había tocado marcando la propia historia del cine mexicano, con películas tan importantes como ‘Vámonos con Pancho Villa’ (1936) y ‘El compadre Mendoza’ (1934), de Fernando de Fuentes. ‘Reed, México Insurgente’ se circunscribe al muy fértil cine independiente que brilló por tres décadas en México, bajo la dirección de Paul Leduc, uno de los directores más destacados de lo que fue toda una vanguardia en el país. La película es una adaptación del libro ‘México Insurgente’, de John Reed, periodista corresponsal estadounidense que pudo acompañar a Pancho Villa y conocer a Venustiano Carranza, con una convivencia incluso íntima junto a los soldados revolucionarios. La película explora a fondo las entrañas de las filas revolucionarias, como experiencia, de la mano de Reed (Claudio Obregón) y figuras conocidas de la legendaria División del Norte, como el General Tomás Urbina (Eduardo López Rojas) y Pablo Seañez (Ernesto Gómez Cruz), además de los líderes militares Francisco Villa (Heraclio Zepeda) y Felipe Ángeles (Carlos Fernández del Real).

 

Se trata de la ópera prima de Leduc, y con ella se posiciona de inmediato como un autor de referencia en el cine mexicano, adaptando una crónica periodística con una ficción tratada como documental, con la cámara constantemente en movimiento, en la mano, sobre automóviles, siguiendo las acciones bélicas y también útil para darle una textura mucho más realista a los encuentros naturales entre soldados. También el sonido se caracteriza por largas secuencias de grabación directa y la ausencia de música en todo el metraje. Reed se encuentra constantemente fascinado y virtualmente embriagado no solamente por el espíritu revolucionario, lleno de auténtica esperanza, pero también de furia. Por supuesto, resulta fundamental en esa tarea de auténtica inmersión, que sin duda es fiel a la descripción extensa de los textos de Reed, la fotografía especialmente realista, en blanco y negro, de Alexis Grivas. En el guion, la evolución del personaje se da siempre en esos terrenos de un realismo documental casi periodístico, con un trabajo preciso en ese sentido por parte del histórico Emilio Carballido y el respaldo del mismo Leduc y otras figuras destacadas de la escritura como Carlos Castañón y Juan Tovar.

 

‘Reed, México Insurgente’ es el punto de encuentro más importante y constatable de la vanguardia cinematográfica del cine mexicano de los años setenta con la fundacional Revolución Mexicana, con una observación que no se refiere a simple información histórica, ni a acontecimientos enmarcados en años, meses y días específicos. Aquí se trata de la comprensión profunda del espíritu revolucionario, de un México que se fundaba de una vez por todas bajo la intuición de su propia identidad, de su propio mestizaje, con un movimiento regional pero también auténticamente nacional. Paul Leduc reconstruye, con la base valiosísima de un relato presencial y verídico, toda una emoción, un sentimiento, un espíritu histórico, que está cruzado en proporciones iguales de una ilusión encendida y de una violencia devastadora, siempre con la gran sensibilidad que implica comprender los encuentros entre seres humanos en medio de toda esa agitación, con la identificación visible de ese poder creciente que fundaba un país, pero también una política repleta de ambiciones y delirios. Leduc nos entrega a John Reed como vehículo para visitar ese pasado, para asumirnos más fielmente desde nuestra distancia en el tiempo, para que, también como John Reed, podamos seguir el camino del reconocimiento de todo un contexto efervescente y de gran influencia.

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