sábado, 25 de julio de 2020

La rebelión gráfica de ‘V for Vendetta’ y la contrarrevolución corporativa de James McTeigue



En la primera década de este siglo, poco a poco se fueron tomando las pantallas del mundo, a través del mainstream, las películas de superhéroes, incluyendo ya nuevos blockbusters, como la saga de ‘Spiderman’, de Sam Raimi, pero también la adaptación de novelas gráficas de culto en el mundo del cómic, que también se convirtieron en películas de culto generacional en el cine, como sucedió con ‘Watchmen’ (2009), de Zack Snyder y ‘V for Vendetta’ (2005), adaptación del la novela gráfica, entregada en serie, escrita por el legendario Alan Moore y dibujada por David Lloyd, escrita para el cine por las ya históricas hermanas Lilly y Lana Wachowsky. La película se convirtió con el tiempo en toda una referencia de la generación millennial, especialmente para referir su escepticismo y a veces sustentar su apatía con respecto a la sociedad y la política. La historia se enmarca decididamente más en la ciencia ficción que en la fantasía, en una Londres distópica y futurista, que tras la guerra nuclear es gobernada por el totalitarismo en cabeza de Adam Sutler (John Hurt). En las profundidades urbanas y oscuras de una ciudad asolada y desolada, V (Hugo Weaving), un terrorista subversivo, está decidido a derrocar el régimen con base en principios radicales y violentos de justicia. Al inicio de su plan, se encuentra Evey (Natalie Portman), hija de activistas y sometida a las estructuras sociales extensamente opresivas de la sociedad, quien se transforma gradualmente, en un proceso de auténtica purga emocional y espiritual, en la aliada idónea de sus planes. 

McTiegue se apoya con seguridad en el trabajo guionístico de las Wachowsky, que sabe extraer de forma ágil la esencia de una obra mucho más extensa y detallada, haciendo énfasis en esa potencia sublimada y por supuesto sublime que surge del placer que implica la destrucción de todo un aparato totalitario, con un protagonista elegante, por momentos sibarita, que como todos los superhéroes, tiene una herida interna que nunca cierra. McTiegue busca replicar los altos contrastes de David Lloyd es los cómics, por momentos con éxito, pero constantemente necesita darle la iluminación plana y estereotipada que pareciera exigencia del Hollywood más comercial, como para no poder escapar de cierto marco que a fin de cuentas los reafirme desde la perspectiva de la producción. Por supuesto, como es simple y sencillamente necesario para emprender una película como estas, se destaca la fotografía, de Adrian Biddle, y el diseño de producción de Owen Paterson. 

Resulta cuando menos paradójico el traslado al cine hollywoodense de toda una serie de cómics con estas características temáticas, ideadas por todo un creador de universos oscuros y especialmente anarquistas que rayan en la misantropía, como lo es Alan Moore. Por supuesto, el cómic se expandió masivamente con el impulso descomunal de una película que se convirtió en un clásico generacional, haciendo de la máscara de Guy Fawkes el símbolo de las extendidas células de hackers de Anonymous y en general en todo un símbolo de resistencia rebelde. Todo ello, de cualquier forma en el contexto de un mundo corporativo y aplastante que ha sido construido por ese capitalismo salvaje plagado de conservadurismo que crecía como espuma durante los años ochenta, cuando la obra gráfica original era esa sí todo un manifiesto de resistencia que subsistía en la Inglaterra ultraconservadora de Margaret Thatcher, en donde se castigaba con violencia cualquier brote de protesta, ya ni se diga de rebelión. Veinte años después, el cómic de Moore y Lloyd se convirtió en todo un antecedente de la inmensa máquina corporativa de blockbusters de superhéroes que muy pronto se tomarían el mundo. Sin embargo, se trata de un proceso de control que es bien conocido, en el que el modelo de lo que debe ser el mundo y la vida incluye también respuestas para quienes quieren ser rebeldes. 

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