Las mujeres se han ido abriendo espacio progresivamente en el cine latinoamericano, y en Colombia también sucede. Por la senda que abrió la histórica Marta Rodríguez, han aparecido mujeres que han aportado sustantivamente a la cinematografía de una país que todavía está en busca de su identidad fílmica. Una de las más importantes figuras del cine hecho por mujeres en Colombia es Libia Estella Gómez, quien en esa búsqueda ha trazado una mirada amplia, que abarca territorio e historia de Colombia. Su más reciente película se llama ‘Un tal Alonso Quijano’ (2020) e involucra su larga experiencia como docente para integrarse con sus alumnos en una producción de la Universidad Nacional de Colombia que se puede ver gratis por estos días a través de internet. ‘Un tal Alonso Quijano’ nos invita a conocer al profesor de literatura Alonso Quijano (Manuel José Sierra), especialista en la célebre obra de Cervantes, quien en sus ratos libres se esfuerza en la representación histriónica de pasajes de la obra junto a Santos (Álvaro Rodríguez), quien hace de Sancho Panza, trabajador de la universidad capturado por el texto de Cervantes en la biblioteca, pero relegado al cuidado de los establos de la facultad de veterinaria. El pasado de Alonso emerge amenazando su cordura y Santos tendrá que escudriñar para encontrar el origen de las penas del Quijote universitario.
Libia Stella Gómez divide el tiempo y el espacio en un presente universitario diverso y ensoñador, un pasado aciago y doloroso en Medellín en las comunas de Medellín, en donde crece la semilla de la tragedia, y otro pasado en Bogotá, en el que se acumulan las penas profundas de Quijano, siempre con la mirada en una niña que parece inconsciente del mundo en toda escala. También está el presente de Lorenza (Brenda Quiñones), la taciturna alumna de Quijano, su propia Dulcinea, que parece encontrarse en los subterráneos del punk capitalino. Para separar todos estos escenarios, Gómez recurre a recursos técnicos simples, como simular la textura fría y pastel del video a finales de los ochenta para aquel Medellín frecuente en las pantallas de los noticieros y el blanco y negro simple para el propio pasado de Quijano, siempre en la perspectiva de la niña. Esas penas están sintonizadas pero no del todo son armónicas, no responden a identidades que permitan percibir una respiración uniforme de toda la película. La película transita con una forma más cercana a la televisión que al cine, de un escenario a otro, precisamente porque no tiene demasiada apuesta en ese sentido, en los cortes y las transiciones. La música representa los contextos culturales de la historia, pero tampoco parece aportar en esa tarea de amalgamar un solo ente de tantos entes que afortunadamente pueden ser cohesionados con un guion de calidad, casi exclusivamente. Las actuaciones protagónicas de Manuel José Sierra y el siempre intenso y preciso Álvaro Rodríguez también construyen una fisionomía fuerte sobre cuyos hombros puede pararse toda una revisión del Quijote. Pero lo más importante de la película es la conexión de sus penas pasadas, presentes y regionales, que hablan de una historia de violencia y dolor con heridas abiertas, que parten de lo más profunda y naturalmente humano de las relaciones hasta lo más propio y lacerante de un país que no deja de sangrar. Esa reflexión profunda y sensible con respecto a la extensión de la sombra de la violencia en el país, esa mirada a las penas irreparables que causa en los individuos, de forma constatable, es lo que definitivamente hace de la película una aportación valiosa. Sus mejores momentos son precisamente aquellos en los que esa constelación trágica se logra percibir, aunque no tengamos los mejores instrumentos para observarla con mayor claridad.
Muy tibia la critica. Hay que hablar también del lenguaje mismo que usa la película, de la solución facilista que se le dan a casi todos los diálogos y a todas las puestas en escena. La superficialidad de todos los personajes, donde, aunque se intenta, no se logra una construcción verosímil de su psiquis, de su pasado. Para mi, es otra película sin alma, cuyo mejor elogio que puedo darle es que es "correcta" pero no se compromete con ninguno de sus aspectos estéticos, poéticos, políticos, etc.
ResponderBorrarTal vez su crítica a la crítica más bien es desacuerdo con lo que expone, pero gracias por el comentario.
Borrar