sábado, 19 de enero de 2019

La constancia espasmódica de ‘Suspiria’ y la elegancia clásica de Luca Guadagnino

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El terror ha sido uno de los géneros cinematográficos que ha pasado por más etapas diversas en la historia del cine. De la misma forma, es el que más subgéneros tiene. Suele ser un género que se alimenta constantemente de las culturas locales y de las tradiciones mismas. Uno de los grandes autores en la historia del terror es Dario Argento. El célebre director romano se ha convertido en un director de culto con películas como ‘Rojo Profundo’, ‘Inferno’, ‘Opera’ y por supuesto ‘Suspiria’, un auténtico clásico del terror. Su compatriota de Palermo, Luca Guadagnino, celebrado recientemente por su obra clasicista ‘Call me by your name’, se embarcó en hacer un remake de ‘Suspiria’, sin duda alguna una tarea especialmente riesgosa. La versión de Guadagnino se centra en el mismo guión de Argento y Daria Nicoladi, asociada por largo tiempo de Argento. La joven y talentosa Susie Bannion (Dakota Johnson) se desplaza a Berlín para ocupar una plaza en el célebre ballet de la renombrada coreógrafa Madame Blanc (Tilda Swinton). Simultáneamente, el Dr. Joseph Klemperer (también Tilda Swinton) investiga el caso de una joven paciente, Patricia (Chloë Grace Moretz), quien presenta síntomas que parecen esquizofrénicos pero especialmente coherentes. Las historias se encontrarán de forma intensa en el transcurso de la integración de Susie en el ballet y el avance de Klemperer en su investigación.

Guadagnino ya había dado muestras de su habilidad para generar emociones con su cine, en sus anteriores películas, con temáticas y géneros muy diferentes. En ‘Suspiria’ se mete a fondo en el escenario que magistralmente planteó Argento. Esta exploración se da de la mano de un trabajo específico en la edición, con cortes constantes que están en función de cortar el aire lo más posible, de recrear esa inquietud constante de la angustia, del miedo vivo. Walter Fasano es el editor encargado de esta tarea que sostiene todo el concepto de la película. El diseño de producción de Inbal Weinberg y la fotografía de Sayombhu Mukdeeprom funcionan muy bien para fusionar de forma armónica el estilo clasista de Guadagnino y el espíritu esteticista de la obra de Argento. Todo esto se alimenta de la crudeza del embrujo, de lo descarnado de un terror violento pero sumamente elegante. Por supuesto, la música de Thom Yorke, líder de Radiohead, fortalece de forma aguda la estridencia esperpéntica que se requiere, en sincronía con un sonido siempre inquietante. La película avanza con este ritmo espasmódico y va golpeando de forma contundente al espectador con entregas programadas de horror físico, vinculado especialmente con la disciplina férrea del ballet.

La maquinaria que ha creado Gudagnino, soportada en el legado de Argento, funciona bien, emociona, pero gradualmente va a extendiéndose hasta perder interés. Es como si después de llegar al punto idóneo se hubiera cocido de más para terminarse quemando en el horno terrorífico de su final. Es como si los espasmos se hubieran convertido en estertores mortuorios. La sofisticación del concepto termina con una fuga que hace que se escape el sentido general de la película y entonces solo queda la experiencia espasmódica del horror, que sin bien es eficiente, resulta a fin de cuentas intrascendente con el tiempo. La saturación termina por desdibujar igual que si se despintará algo. El trasfondo histórico de la película, en la segunda posguerra alemana, no resulta suficiente para darle trascendencia. Tampoco alcanza con los afortunados avistamientos cómicos del grupo femenino de brujas que se reúne felizmente, recordando por momentos aquel ‘Distant Voices Still Lives’, de Terence Davies. La remembranza del ‘Black Swan’ de Arronofsky también es inevitable por el tema, pero todo resulta marchitarse como en el otoño, después de la sobreexplotación de los frutos que llegan a conseguirse de forma clara. El clímax lleno de color, ritmo, fuerza y musicalidad, termina diluyéndose. Tal vez la lección consiste en comprender que en el cine el ritmo, el timing, también tiene que ver con saber dónde terminar. Tiene que ver con marcar el final tanto como con marcar el inicio.

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