Dentro del grupo de quienes suelen ser considerados los más grandes cineastas de la historia, Alfred Hitchcock es uno de los que tiene una filmografía más extensa, dejando clásicos desde el mismo contexto de las vanguardias en el cine silente de los veinte hasta los pasionales años setenta. Durante los años cuarenta, fue uno de los autores fundamentales de la edad de oro en Hollywood y entregó películas emblemáticas como ‘Rebecca’ (1940), ‘Notorious’ (1946) y ‘Rope’ (1948). Una de sus mejores películas en esta etapa fue ‘Shadow of a doubt’, protagonizada por Teresa Wright y Joseph Cotten. La película nos cuenta la visita de Charlie (Joseph Cotten) a la casa de su hermana Emma (Patricia Collinge). El hombre resulta ser prácticamente un héroe para la familia, especialmente para su hija Charlotte (Teresa Wright), quien siempre decepcionada de la vida monótona de su pequeño pueblo se alegra particularmente con la visita de su tío, quien incluso inspiró su propio nombre. Durante la película, a los dos se les llamará siempre Charlie. El escenario familiar especialmente acogedor, es complementado por Joseph (Henry Travers), el cuñado del visitante, y Herbie (Hume Cronyn), su mejor amigo, quienes se entretienen pensando en cómo se asesinarían uno al otro, además de los dos niños pequeños de la casa, Anna y Roger, inquietos intelectualmente y especialmente agudos. La situación se torna sorpresivamente tenebrosa cuando reciben la visita de dos hombres que se presentan como encuestadores, pero Jack, uno de ellos, confiesa a la joven Charlie que están en busca de un asesino serial de viudas y su tío tocayo es uno de los principales sospechosos.
La película va siendo inundada por una atmósfera inquietante, por una sensación que asfixia al espectador. Nos ponemos gradualmente en la perspectiva de una joven y vivaz mujer que descubre la oscuridad del mundo de un momento a otro, y empieza a ser acorralada, a perder tiempo y espacio, mientras un hombre maduro la reduce, la arrincona, la amenaza con tanta sutileza que simultáneamente parece construir un juego de seducción fundamentado en un complejo de Electra tan elocuente como elegante. El padre de la casa es un hombre mayor, entrañable, pero que nunca llegó presentarse como una figura de gran autoridad masculina. Algo que la esposa poco valora, mientras que la hija admira casi con ternura. El peligro cada vez se percibe más en acciones claras por parte de Joseph, un demente escondido en el disfraz de un galán. Un asesino despiadado que caza a su presa. Hitchcock nos inquieta con escenas brillantes, en donde el crimen está en el aire, con un dominio fundamental del suspenso, reforzado por un sarcasmo delicioso que se presenta en los momentos más álgidos de la trama. El secreto es latente y solamente la postura social parece impedir que este hombre físicamente fuerte y potente destroce con sus manos a una joven y frágil mujer. La tensión sexual resulta especialmente inquietante para quienes observan. Los niños y los adultos infantilizados caminan por la situación como si estuvieran sobre un campo minado. La aterrada y ligera Charlie casi corre por las calles al borde de sufrir un accidente mientras la persigue con determinación, desde la oscuridad, un asesino serial poderoso, eficiente y sumamente encantador. Escapa del acecho sujetando a quienes se encuentra, tratando de tomarse del brazo de cualquiera que la salve. Incluso en su propia casa, con la inmensa desventaja de contar con infinitamente menor credibilidad que él, debe protegerse de las dentelladas de todo un depredador. La sombra de la duda parece disiparse, pero para hacer visible a la muerte misma. Es una silueta que se define a medida que se acerca, pero es la de alguien que quiere romperle el cuello con las manos. La atracción sexual y la muerte, dos de los temas frecuentes en el cine de Hitchcock, habitan el misterio y el suspenso que venía afilando con maestría en las décadas anteriores y aquí empezaban a rendirle los mejores frutos de su obra, para deleite de quienes disfrutamos de la incorrección de su perversidad, contemplando los sinuosos caminos de su alma.
La película va siendo inundada por una atmósfera inquietante, por una sensación que asfixia al espectador. Nos ponemos gradualmente en la perspectiva de una joven y vivaz mujer que descubre la oscuridad del mundo de un momento a otro, y empieza a ser acorralada, a perder tiempo y espacio, mientras un hombre maduro la reduce, la arrincona, la amenaza con tanta sutileza que simultáneamente parece construir un juego de seducción fundamentado en un complejo de Electra tan elocuente como elegante. El padre de la casa es un hombre mayor, entrañable, pero que nunca llegó presentarse como una figura de gran autoridad masculina. Algo que la esposa poco valora, mientras que la hija admira casi con ternura. El peligro cada vez se percibe más en acciones claras por parte de Joseph, un demente escondido en el disfraz de un galán. Un asesino despiadado que caza a su presa. Hitchcock nos inquieta con escenas brillantes, en donde el crimen está en el aire, con un dominio fundamental del suspenso, reforzado por un sarcasmo delicioso que se presenta en los momentos más álgidos de la trama. El secreto es latente y solamente la postura social parece impedir que este hombre físicamente fuerte y potente destroce con sus manos a una joven y frágil mujer. La tensión sexual resulta especialmente inquietante para quienes observan. Los niños y los adultos infantilizados caminan por la situación como si estuvieran sobre un campo minado. La aterrada y ligera Charlie casi corre por las calles al borde de sufrir un accidente mientras la persigue con determinación, desde la oscuridad, un asesino serial poderoso, eficiente y sumamente encantador. Escapa del acecho sujetando a quienes se encuentra, tratando de tomarse del brazo de cualquiera que la salve. Incluso en su propia casa, con la inmensa desventaja de contar con infinitamente menor credibilidad que él, debe protegerse de las dentelladas de todo un depredador. La sombra de la duda parece disiparse, pero para hacer visible a la muerte misma. Es una silueta que se define a medida que se acerca, pero es la de alguien que quiere romperle el cuello con las manos. La atracción sexual y la muerte, dos de los temas frecuentes en el cine de Hitchcock, habitan el misterio y el suspenso que venía afilando con maestría en las décadas anteriores y aquí empezaban a rendirle los mejores frutos de su obra, para deleite de quienes disfrutamos de la incorrección de su perversidad, contemplando los sinuosos caminos de su alma.
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