La animación de Walt Disney ha marcado de forma profunda los imaginarios de Occidente, para bien y para mal, durante casi un siglo. La poderosamente emotiva obra de Disney empezó a definirse con impresionantes cortometrajes que revolucionaron y casi definieron la animación y se consolidó con sus primeros largometrajes, que con el tiempo han logrado una posición de renombre en la historia del cine. Después de la impresionante Blancanieves y los Siete Enanos (1937), se embarcaron en el proyecto de Pinocho (1940), adaptando el clásico universal de la literatura infantil escrito por Carlo Collodi. Tras la experiencia de su primer largometraje, Walt, el conductor de este emporio, poco a poco fue reclutando a los más importantes animadores e ilustradores del mundo, entrenados con horas y horas de metraje hasta ese punto, auténticos genios de lo artesanal que caracterizaba a la animación en esos tiempos. ‘Pinocho’ cuenta la historia del pequeño muñeco de madera creado por el carpintero provinciano Geppetto, genio de las formas, los arabescos, los adornos, en relojes, cajas de música, instrumentos musicales y, por supuesto, marionetas. Con la necesidad de tener el hijo que nunca consiguió, centra todos sus deseos en una marioneta, y la providencia de la Estrella Azul, en forma de hada, hará realidad sus sueños.
La película cuenta con una amplia variedad de directores de diversos perfiles que indican cómo fue el proceso de producción. Se les encargaron diferentes secuencias que fueron unificadas por el criterio del mismísimo Walt, quien continuó con la línea especialmente melancólica y bucólica de Blancanieves. Sin embargo, aquí existe un misterio remanente que hace que la película sea toda una joya con el paso del tiempo. La oscuridad propia de los cuentos infantiles originales toma aún más espacio, no solamente en el aspecto visual, sino en el tema de fondo, en la situación por sí misma. Al mismo tiempo, la nostalgia de lo que ya casi ninguno vivimos resulta inevitable y documenta una época particular de la provincia europea vista por el lente de una industria cinematográfica estadounidense aún en ciernes para ese momento. Pinocho surge de la soledad de un anciano provinciano melancólico, apasionado casi hasta la locura por su trabajo, acompañado solo por sus mascotas. El destino se ensaña con este anciano y nos revela una situación eminentemente trágica, con trata de menores de fondo, con la desesperación propia de un hijo desaparecido. Por supuesto, la asunción de estos temas sirve también para ver nuestra propia época. La crueldad que avasalla al ingenuo y frágil Pinocho resulta incluso estremecedora para un espectador adulto en esta época. La luz juega un papel importante desde lo visual, retratando estas calles solitarias del pequeño poblado donde se dan los acontecimientos, iluminadas por faroles que pasan fácilmente de lo romántico a lo siniestro, en muchas ocasiones trayendo a la memoria los albores del Expresionismo Alemán.
Por supuesto, la dinámica es encantadora, con secuencias que cuentan historias pequeñas en cada acción, haciendo de cada acción un espectáculo, desde el pequeño gato Fígaro abriendo la ventana hasta la gigantesca ballena Monstruo, siempre con atención al detalle, con la tradicional música que reforzaba los incidentales y un sonido precisamente musical, como si el conjunto fuera en sí mismo uno de los relojes cucú de Geppetto. La fantasía tiene una función luminosa en todo el contexto del concepto mismo para la película y surge de forma extraordinaria en la oscuridad que pesa como nube negra sobre los personajes. Sumando todos los elementos, ‘Pinocho’ termina siendo un documento excepcional dentro y fuera del cine. Resulta ser el retrato de una época, el testimonio de una obra de arte conmovedora por su destreza, con la solidez que tiene la columna que sostiene todo un emporio. El tiempo le irá sumando interés y cualidades, irá revalidando su inmensa calidad.
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