sábado, 7 de julio de 2018

La zona tumorosa de ‘Annihilation’ y el existencialismo biológico de Alex Garland

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Una de las películas que más ha llamado la atención en Netflix ha sido ‘Annihilation’, dirigida por Alex Garland, quien llamó especialmente la atención de los seguidores de la ciencia ficción con su impactante ‘Ex Machina’ (2014), película que incluso se llevó el premio Óscar por sus efectos visuales. Netflix respaldó ‘Annihilation’, su segunda película, y solo podemos verla a través de esta plataforma de streaming. La historia nos cuenta la exploración de una zona con actividad anormal y no identificada, por parte de un grupo de mujeres expertas en diversos campos de la ciencia y el entrenamiento militar, encabezadas por la doctora en Biología, simplemente llamada Lena (Natalie Portman), quien viaja recurrentemente en su memoria para conectar los traumas de la desaparición de su esposo Kane (Oscar Isaac) y los misterios de su reaparición. En esta exploración, se encontrarán con un fenómeno biológico tan extraño como siniestro, que invade a la naturaleza como un auténtico tumor expansivo, revelándose en una exuberancia monstruosa que amenazará constantemente al grupo de mujeres.

Por supuesto, es imposible referirse a esta película sin pensar en la trascendental ‘Stalker’ (1979), del legendario Andrei Tarkovsky. La zona, casi como una metáfora del mundo y la vida mismos, poniendo en debate los principios humanos y existenciales de quienes se sumergen en ella. Es como si el espacio generara un efecto secundario que no solamente afecta emocionalmente a los exploradores, sino que también lo hace en su integridad misma. La película de Tarkovsky sostiene mucho más al misterio, inclusive en la imagen sumamente poética, mientras que la de Garland utiliza los efectos visuales para seguir construyendo esa estética muy contemporánea de la ciencia ficción, siempre relativa al vacío, a la desinfección en ciertos espacios, contrastada con la enfermedad misma, a flor de piel, crudamente. Es como si, en los espacios mentales de los personajes, nos sintiéramos secuestrados en una pared llena de una evanescencia que nos ciega, mientras avanza una contaminación florida que nos reduce, que nos fascina y al mismo tiempo nos despedaza, expresada en flora y fauna, en un mundo silvestre alterado por el florecimiento genético de la muerte misma.

Desde el punto de vista de la narración cinematográfica, Garland construye un mapa especialmente subjetivo de Lena, la gran protagonista de la historia, poniéndonos por completo en la perspectiva de su propia mente, con flashbacks, flash-forward, especulación (dentro de la especulación propia de la ciencia ficción) y además la observación particular de su mirada científica. Su vida emocional, sus secretos, sus miedos, sus reflexiones, sus traumas y su personalidad misma se nos revelan de forma particular, desde el más específico detalle microscópico hasta la atmósfera enrarecida y por momentos cautivante de un espacio embriagador y venenoso. La música va desde la remembranza de Crosby, Stills & Nash, hasta el sonido sistemático de cierta electrónica. Siempre estamos viviendo directamente el riesgo de la contaminación y remembrando el espacio oscuro y cálido simultáneamente de ciertas memorias de Lena, aunque sean diversas en el significado que tienen para ella. Poco a poco se va develando el gran misterio a través de su propia narración de los hechos, a través de su reconstrucción particular.

La estética de este tipo de piezas en la ciencia ficción empieza a ser cada vez más usual, integrando formalmente la virtualidad con la realidad, acercándose a generaciones que probablemente requieran del fruto filosófico y social que siempre deja este género antiquísimo del cine. La zona de Tarkovsky ha mutado en esta zona cancerígena, como diferentes fotografías de pensamientos similares. Como si se tomara el tema y se capturara con cuarenta años de diferencia. Garland vuelve a la reflexión acerca de nuestra identidad, de la autenticidad de ella misma. Un tema que cada vez resulta más inquietante.

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