jueves, 16 de noviembre de 2023

La identidad extraviada de ‘Crónica de una desaparición’ y el retorno revelador de Elia Suleiman

Uno de los asuntos fundamentales del proceso humano de la migración es el de la identidad. Es una reflexión a la que probablemente es difícil enfrentarse mientras no se toma distancia de esa cultura que nos abraza especialmente durante aquellos años cataclísmicos e indelebles de la infancia y la juventud. Algunos pueblos, como el palestino, han tenido que enfrentarse a una adversidad estructural, que incluso ha puesto en cuestionamiento su territorio, hasta el valor profundo de su herencia ancestral. Elia Suleiman, realizador palestino nacido en Nazaret, escapó desde la adolescencia de la asfixia cultural que sufría su pueblo para internarse muy pronto en el mundo occidental y conectarse de forma particular con un cine intenso y expresivo, desde Cassavetes a Ozu pasando por Bresson. Siempre con la perspectiva indeleble de su origen, Suleiman se convirtió en una de las voces más destacadas del pueblo palestino desde la cultura hacia el mundo. La firmeza de sus lazos hereditarios quedan bien expresados en el hecho de que su ópera prima, su primer largometraje, ‘Crónica de una desaparición’, es una introspección personalísima en la que incluso retorna a su casa para él mismo, con su familia, ponerse al frente de una observación íntegra de su propio proceso identitario, en compañía de su familia representada por sí misma, y por si fuera poco, se convirtió en la primera obra de toda una trilogía sobre la identidad palestina. 

Suleiman fragmenta la película en episodios casi literarios, en los cuales no tiene la intención de desarrollar una ficción convencional, sino más bien una narrativa es observante, plantada en un lugar desde el cual aparecen cuadros que sintetizan de forma muy especial la circunstancia misma de los palestinos en el momento preciso en el cual el cambio de gobierno en Israel, de la moderación conciliadora de Rabin al fundamentalismo fascista de Netanyahu, con una incertidumbre que deriva en una angustia silenciosa que pasa fácilmente de la melancolía casi inerte a una violencia auténticamente depresiva. Resulta toda una lección sobre el emplazamiento de la cámara, con la destreza particular de captar el paso de un tiempo pesado, de una perspectiva sombría hacia el futuro incluso más inmediato. En la segunda parte, Suleiman se inclina más decididamente a desglosar su posición ideológica, pero lo hace sobre la base de la primera parte, construyendo ejemplarmente las incidencias de las decisiones desde el poder hacia la vida cotidiana de cada palestino. Todo esto se potencia de forma muy especial con la consideración de que quienes participan en esta auténtica exposición cinematográfica son nada más y nada menos que el mismo Suleiman, sus familiares y amigos. De esta forma, la exposición de Suleiman se comprende también como una inmensa catarsis con respecto a una migración estructuralmente cercana al exilio, aquella que se da por nacer en un escenario que hostiga, que estrangula la libertad, que pretende ahogar la identidad, no como una imposición arbitraria, sino como toda una exclamación libre, como una expresión tan natural como lo puede ser lo geográfico. 

En ‘Crónica de una desaparición’, Suleiman nos enseña las vicisitudes de todo un pueblo desde la perspectiva irrepetible de su propia experiencia, desde una subjetividad colectiva, conformada por todos sus más cercanos, no solo por él. En ese ejercicio, es capaz de pasar de la representación abstracta a un realismo plenamente crudo. De la comedia hasta las puertas de la tragedia. Desde la música que mantuvo fresca en Occidente su memoria cultural hasta los espacios habitados por sus padres en la inercia melancólica de un destino que se percibe asumido con resignación. Este es un mundo extenso, colectivo, y al mismo tiempo tan personal y extraordinario como lo sería la red irrepetible de una araña que teje la red de su propia identidad. 


No hay comentarios.:

Publicar un comentario