miércoles, 25 de mayo de 2022

El azar proletario de ‘Ariel’ y el sueño conmocionado de Aki Kaurismäki


Para finales de los años ochenta, Aki Kaurismäki ya era bien reconocido en el panorama del cine internacional. El director finlandés había lanzado varios hilos para constuir una progresivamente una filmografía de pura resistencia sociocultural, alimentándose de Bresson, Melville y Fassbinder, o retroalimentándose en directo con Jim Jarmusch. Después de pensar su propio romance en ‘Sombras en el paraíso’ (1986), Kaurismäki continuó con su trilogía proletaria un par de años después, con ‘Ariel’ (1988), una película que gradualmente se ha convertido en referencia sintética de su estilo consolidado. ‘Ariel cuenta la historia de Taisto (Turo Pajala), un obrero finlandés, pierde el trabajo cuando cierra la mina en la que trabaja con su padre, quien sufre de depresión y se suicida, no sin antes dejarle a Taisto todos sus ahorros y su viejo Cadillac blanco, con el cual emprende el viaje hacia el sur, en busca de una nueva vida. El azar llevará a Taisto por un proceso de auténtica transición, con la violencia, el trauma y el amor en el camino.

En ‘Ariel’, Kaurismäki aporta con mayor contundencia al gran paisaje del mundo outsider, de los apartados de la construcción social hegemónica. Taisto emprende el recorrido de su viaje redentor a partir de la contundencia brutal de un suicidio sin angustias, decidido con autonomía suprema. En los escenarios rasposos de siempre, de paredes despintadas y calles grises oscuras, Kaurismäki planta un personaje sacudido incluso de los ideales propios de la lucha obrera, en la vía de una redención violenta, abrazada por la anarquía, solamente protegida por el afecto de Irmeli (Susanna Haavisto), la compañera que encuentra para deshacer el mito, para desmitificar las formas y los entretejidos del drama, para reemplazarlos por un azar de auténtica calma, de entrega total al devenir del tiempo, sin angustias. Sin tratarse de un asunto de fe, sino de simple valoración de la existencia, Kaurismäki construye con gran naturalidad poética un cauce de las cosas que puede ser identificado por cualquiera, porque solo basta la condición de lanzarse al camino para someterse a la suerte impulsada en la misma proporción por la violencia o por el amor. La ruptura de la legalidad es apenas la ruptura de preceptos supremos, tan estructurales que podrían incluso estar fuera de nuestra conciencia. La clase obrera que describe Kaurismäki no es una clase obrera idealista, es una más bien impensada, una tan rebelde que no se ajusta ni a los cánones de la rebeldía. Igual que en ‘Sombras en el paraíso’, en ‘Ariel’, los proletarios en la huida de Kaurismäki se encaminan al mar, como los héroes clásicos, pero no se encaminan a los paraísos globales de las grandes potencias, sino a destinos rocosos y silvestres en simultáneo, en este caso a México, tan lejos como pueden pensar llegar, en donde sea más factible poder ser como se les dé la gana, y así se suben a la lancha que brilla en la noche, para subirse al Ariel, el barco que se llama como la sílfide shakespeareana que le sirve a los prisioneros. La particularidad de esta reconstrucción de la forma clásica radica en darle poesía a lo suburbano, a lo que siempre está distante de las luces citadinas, en la oscuridad de los espacios en los que son confinados los obreros, en las cárceles, en los bares, en los cuartos anodinos y, sobre todo, en las calles lavadas en las que el delirio hace que todos caminen en el filo entre la vida y la muerte, embriagados por una carnalidad que reclama experiencias concretas, que se distancia 


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