sábado, 19 de diciembre de 2020

El flashback reivindicativo de David Fincher y el guionista tortuoso de ‘Mank’















David Fincher se alimentó abundantemente de las mieles ochenteras de la multimillonaria industria de la música pop, que erigía ídolos brillantes que alimentaban el consumo desmedido e inédito de un país que se encumbraba en el último tramo de la Guerra Fría y en el primero del neoliberalismo. En ese contexto histórico, con acceso al amplio y acelerado desarrollo de una tecnología audiovisual de punta, Fincher se formó ampliamente como director de videos musicales, consiguiendo un prestigio que lo llevó a trabajar incluso para grandes celebridades como Michael Jackson, Madonna, Sting, Rick Springfield y Paula Abdul. Después de ocho vertiginosos años en aquel oficio, lanzó su ópera prima al ser elegido como director para la tercera entrega de la saga de Alien, con su ‘Alien 3’ (1992), trece años después del ‘Alien’ (1979), el clásico simultáneo de la ciencia ficción y el horror que inauguró Riddley Scott. En las décadas de los noventa y dos mil, con una formación extensa, conceptual y técnicamente, Fincher se convirtió en la punta de lanza de un cine profundamente autoral que dejó clásicos generacionales como ‘Se7en’ (1995), ‘Fight Club’ (1999) y ‘Zodiac’ (2007), sumergiéndose siempre en las profundidades violentas de una sociedad que ha observado tan clásicamente que ha sido filosófico y con tanta modernidad que ha sido vanguardista. La más reciente película de David Fincher también está en sintonía con los tiempos que vivimos y se lanza a través del streaming, en Netflix, sumándose a la línea de proyectos con grandes cineastas que ha impulsado desde hace unos años la plataforma. Se titula ‘Mank’ y se refiere a la historia del guionista Herman J. Mankiewicz (Gary Oldman), un hombre ácido, crítico y alcohólico, reconocido en el Hollywood de los treinta, específicamente alrededor del proceso de escritura del guion de ‘Citizen Kane’, la obra maestra del legendario Orson Welles.

Fincher nos transporta al Hollywood de la post-crisis del 29 en el vehículo de un flasback lleno de capas, siempre girando en torno de aquel presente de un Mankiewcz postrado que soportaba el peso de la fecha entrega de su trabajo con la confianza de su experiencia y el desdén de su personalidad incierta, de fondo en el alcoholismo, mientras rememora su propia historia en la cima, invitándonos para que tejamos nosotros mismos los cruces del destino que lo pusieron allí en una tarea que lo llevaría a la historia. Gary Oldman, siempre diestro en la expresión física y con una voz versátil, elabora meticulosamente a un guionista tortuoso, que deambula casi a tumbos por un mundo de ensueño que también destila grandes intereses relacionados con el poder económico y político, en el abrebocas de la la larga extensión temporal de la Guerra Fría. La película es presentada simultáneamente como la entraña y el eco del mismo ‘Citizen Kane’, el origen y la resonancia de aquel hombre postrado y desposeído por la naturaleza en su lecho de muerte, evocando la felicidad sencilla de su lejanísima infancia. Mank también explora su memoria, mientras se derrite poco a poco entre el alcohol, y reconstruye un entramado excitante, furioso y también truculento en el que se cocía el emporio hollywoodense. Fincher, como ‘Mank’ con ‘Citizen Kane’, se para sobre los hombros de un guion de su propio padre ya fallecido, Jack Fincher, repleto de diálogos exquisitos con el poder de construir ambientes, en la intimidad oscura de las pequeñas habitaciones o en el esplendor embriagante de las noches de gala. En ese esfuerzo, la fotografía en blanco y negro de Erik Messerschmidt, su primera para un largometraje cinematográfico, responde al estilo bien identificable de Fincher y al mismo tiempo pone frente a nuestros ojos aquel cuadro vivo y expresionista noir del clásico de Welles. Fincher entrega un retrato que se convierte en panorama. Un close up que se abre gradualmente hasta exhibir todo un paisaje histórico y cultural, pero también humano, que tiene que ver con el mundo construido en ya casi cien años y con la reivindicación para quienes, con su personalidad compleja y llena de relieves, transformaron ese mundo con su observación crítica del mismo.


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