En el panorama extenso, clásico y diverso de la historia del cine francés, existen muy pocas figuras de la particularidad de Jean-Pierre Melville. El director parisino forjó una carrera especialmente influyente para los transformadores cineastas venideros de la Nouvelle Vague y además fue uno de los principales precursores a nivel global del melancólico film noir. Melville se adentró en el mundo oscuro de las mafias, los burdeles, la decadencia y la tribulación profunda, con verdaderos clásico atemporales como ‘Morir Matando’ (1962), ‘El samurái’ (1967) y ‘El ejército de las sombras’ (1969). En pleno ascenso en su filmografía, Melville entregó una película filmada en Nueva York que es considerada clave en el intercambio del Noir. Se trata de ‘Dos hombres en Manhattan’, un ejemplo extenso y diversificado del más intenso cine negro. Moureu (interpretado por el mismo Melville) es un reportero al que le es encargada la investigación sobre la desaparición del delegado francés de las Naciones Unidas. Moreau decide acompañarse por Delmas (Pierre Gasset), un fotógrafo oscuro y turbulento suficientemente conocedor de los submundos neoyorquinos.
Melville nos toma de la mano y nos adentra hacia las profundidades de la noche en busca de ese hombre de mundo que fue tragado por las tinieblas de una ciudad insomne. En el viaje, desfilan todos los personajes típicos del film noir, especialmente una femme fatale aquí en auténticas radiografías sociales que las humanizan en sus tareas propias de un escenario repleto de una embriaguez extensa que no solamente se debe al alcohol, sino también a la agitación misma, alimentada de luces, de riesgo, de emoción constante, de aventura. Esa travesía por los límites morales en un contexto siempre en busca del hedonismo, nos permite apreciar a hombres y mujeres expuestos de forma transparente, como si la noche les permitiera ser quienes son en realidad. Para construir este escenario de aceleración y siempre a la deriva, es relevante la fotografía de Nicolas Hayer, para construir esas luces y sombras expresionistas y características, por las cuales cruzan los personajes contrariados, cada vez más confrontados con su propia naturaleza y a dilemas morales y éticos con respecto a su propia actividad periodística. La extraordinaria música de Christian Chevaliar y Martial Solal, establece un fondo de jazzístico que permite toda una atmósfera en la que los personajes tienen la posibilidad de transitar entre cada escenario y a través de la ciudad con una fluidez que representa de forma muy eficiente esa sensación de aventura en medio de una oscuridad emocionante, tan característica del film noir. Se puede establecer con claridad un paralelo con la contemporánea ‘Sweet Smell of Success’ (1957), de Alexande Mackendrick, otro clásico del cine negro que se refiere también a los intríngulis del periodismo y cruza también los escenarios vivaces y amenazantes de la noche neoyorquina. Melville, como ningún otro, tiene la capacidad de hacer de las profundidades humanas de la noche un escenario atrayente, excitante, a pesar de su connivencia con la auténtica miseria, con una degradación que es simple consecuencia de la artificialidad de las formas a la luz del día, de lo que debe ser según la sociedad. También surge con fuerza el debate ético con respecto al periodismo, a la vida privada, a su lucha constante con la vida pública. El asunto es mucho más actual de lo que podría pensarse, cuando frecuentemente se pone en cuestionamiento una vida profesional altamente exitosa por asuntos fundamentalmente privados, que en muchas ocasiones sí cruzan definitiva y deliberadamente el límite de la ley, pero también con casos en los cuales la difusión pública de asuntos privados podría acabar con una faceta en la vida de una persona que le permite tener una posición digna en la sociedad, que además puede ser considerablemente influyente siempre en pos de un progreso colectivo.
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