Tras el final de la célebre y crucial Época de Oro del cine mexicano, a finales de los cincuenta, la cinematografía del país debía transitar a una nueva etapa marcada a fuego por las transformaciones sociales y culturales, con la proximidad de los álgidos años sesenta. Películas como ‘Nazarín’ (1959), de Luis Buñuel, y ‘El esqueleto de la señora Morales’ (1959) parecían anunciar el advenimiento de un cine en el cual el autor era el protagonista, sobre las sólidas estructuras de la descomunal época que terminaba y reconvirtiendo los conceptos profundos de aquellas expresiones para empezar a reconsiderarlas e incluso a deconstruirlas. Grandes cineastas como Julio Bracho, con ‘La sombra del caudillo’ (1960); Luis Alcoriza, con ‘Tlayucan’ (1961) y ‘Tiburoneros’ (1962) e Ismael Rodríguez con ‘Los hermanos Del Hierro’ (1961), todos ellos surgidos en la Época de Oro, fueron quienes entregaron la estafeta a una nueva generación de cineastas surgidos de un contexto contracultural en México y el mundo. Probablemente, la película-manifiesto de esa nueva generación fue ‘Los Caifanes’ (1967), de Juan Ibáñez. Para su segunda aventura en los largometrajes, Ibañez reclutó a un puñado de jovenes actores que conoció en su experiencia teatral y los juntó para un viaje nocturno por la Ciudad de México que terminaría por marcar toda una época. Paloma (Julissa) y Jaime (Enrique Álvarez Félix) es una pareja de novios de alta sociedad, comprometidos en matrimonio, que deciden salir a deambular por la calle después de una fiesta. La lluvia los toma por sorpresa y se refugian en un automóvil que encuentran abierto. Ahí los sorprende el dueño del vehículo, el ‘Capitán Gato’ (Sergio Jiménez), líder de un grupo de mecánicos que también están en busca de lo que ofrezca la noche en la ciudad. Los demás son ‘El Azteca’ (Ernesto Gómez Cruz), ‘El Mazacote’ (Eduardo López Rojas) y ‘El Estilos’ (Óscar Chávez).
El guion de ‘Los Caifanes’, coescrito por Ibáñez y Carlos Fuentes, el notable escritor mexicano del Boom Latinoamericano, plantea el encuentro de dos clases sociales que emprenden toda una travesía poética a través de la noche, en donde durante unas horas se realiza todo un sueño colectivista en el que la cultura profunda y popular mexicana representa un espacio cálido en el que se refugian almas inquietas, que necesitan expresarse tan extensamente como sea posible, que irrumpen en un escenario antes intocable, que hacen sagrada su propia identidad. La historia está dividida en cinco capítulos progresivos en orden narrativo y van mostrándonos a un grupo que evoluciona circularmente, que asciende a una comunidad casi extática y desciende hasta el amanecer, en donde todos vuelven a su realidad en donde las diferencias son abismales. La participación de Fuentes en el guion tiene como referentes a poetas definitivos en la historia de la cultura mexicana como Santa Teresa de Jesús y Octavio Paz y ese lenguaje lo ensambla muy armoniosamente con los tropos lingüísticos característicos de la cultura profunda de la mítica Ciudad de México. La atmósfera mágica de una poesía tallada en los rostros es capturada con gran instinto por Ibáñez, quien además vincula canciones populares oscuras y espirituales en la voz profunda de un Óscar Chávez, encarnando al 'Estilos', que se convertiría en una de las figuras más importantes de la canción popular mexicana. Los caifanes tienen intuiciones, poderes, se comunican sin hablarse, se expresan sin marcos moralistas, se solidarizan como manada y rompen los esquemas de la ciudad para convertirla en un territorio extenso y lleno de sorpresa, repleto de resplandor. Las carcajadas de agitación embriagante se alternan tan naturalmente como es posible con una trascendencia posesiva, que inunda el interior de los viajantes hasta llevarlos a otro estado de conciencia que les permite comprender su propia deriva y su propia condena en un mundo en el que la vida es incierta y la noche volverá para permitirles emerger honestamente.
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