Carlos Reygadas es uno de los cineastas mexicanos más importantes en lo que va de este siglo. Desde su ópera prima ‘Japón’ (2002), pasando por ‘Luz Silenciosa’ (2007) y ‘Post Tenebras Lux’, entre otras, se ha convertido en una figura emblemática del panorama cinematográfico mexicano, latinoamericano y mundial. Su más reciente película se titula ‘Nuestro tiempo’ y estuvo presente en la competencia de la más reciente edición del Festival Internacional de Cine de Venecia. ‘Nuestro tiempo’ es seguramente la película más autobiográfica que ha realizado el cineasta mexicano hasta la fecha. Cuenta la historia de Juan, un hombre de mediana edad, criador de toros y poeta (caracterizado por el propio Reygadas), quien simultáneamente vive una vida familiar junto a Esther (Natalia López, la esposa del director), un hijo adolescente y dos hijos pequeños (los propios hijos del director). La familia lleva una vida de ensueño en un entorno paradisiaco rodeado por una naturaleza ensoñadora y con una relación abierta entre la pareja de padres. Todo empieza a dificultarse cuando esa relación abierta se ve permeada por sentimientos más profundos que sacan a la luz gradualmente la infelicidad.
Reygadas nos plantea una mirada característica que ha ido develándose cada vez más en su filmografía, en la que se puede apreciar al mundo y a los seres humanos como un paisaje por igual, con emplazamientos de cámara particulares y la posibilidad para el espectador de adentrarse a fondo en la naturaleza misma de todas las cosas. En su anterior largometraje, ‘Pos Tenebras Lux’, había ya tenido exploraciones de este tipo que resultaron especialmente exitosas desde el punto de vista creativo. Aquí la experiencia se extiende en el tiempo, y podemos ver mucho más a los seres humanos habitando los espacios, de una forma particularmente natural, lo cual trae a la mente al Terrence Malick de esta década. Para conseguir la naturalidad precisa, Reygadas apela a los actores naturales, en escenas naturales, apenas coordinadas, no exactamente pensadas desde la perspectiva de una puesta en escena. El resultado por supuesto es conmovedor y está repleto de poética audiovisual. Lamentablemente, toda esta plástica seductora pasa a segundo plano cuando se empieza a desarrollar el asunto dramático de la película.
De la fluidez poética del inicio de la película, transitamos hacia espacios más cerrados que resultan necesarios para captar la intimidad de una pareja en crisis. Es entonces cuando, al ver en el fondo de quienes habitan esos lugares, descubrimos sus profundos vicios de carácter, especialmente de Juan, seguramente el mismo Carlos Reygadas. Las oleadas de clasismo y machismo, que raya en misoginia, se hacen tan insoportables que la preciosa observación y escucha cinematográfica se cubre, se vuelve intrascendente, con un asunto que poco a poco tiene un grave diagnóstico: deja de importarle al espectador. La película dura casi tres horas, pero el desinterés de monotonía que genera en el espectador no se debe a ello. Se debe a que Reygadas se dedica particularmente a construir un monumento de sí mismo, hasta niveles insoportables y preocupantes desde cierto punto de vista, si es cierto que el personaje que interpreta en la película es él mismo en la realidad, de alguna manera. La desarticulación es tan grave que resulta insuficiente para evitar que la contemplación de su bella perspectiva cinematográfica resulte insuficiente para disfrutar de la película. Resulta verdaderamente agotador someterse a los delirios personalistas de alguien a tal grado. Los animales, los lugares, la luz, la sombra, los sonidos, las voces, los ambientes y las texturas se perciben por momentos como una trampa en la cual caímos para darnos cuenta de que se trataba solamente de una elegía ególatra. Por supuesto, el ejercicio es válido, pero el distanciamiento con el espectador sin duda termina pasando factura para las pretensiones del autor con el público, si es que existen en este caso.
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