Una de las películas más esperadas del verano, al menos durante el final de la temporada, ha sido ‘It’, de Andy Muschietti. El regreso del recordadísimo Pennywise, el diabólico payaso creado por Stephen King en su universo literario terrorífico, que marcó a toda una generación con la interpretación muy notable del emblemático Tim Curry, en la adaptación televisiva dirigida por Tommy Lee Wallace y que inauguró el horror generacional de los años noventa. La reconstrucción de esta década se le encargó a Andy Muschietti, quien mostró interesantes maneras en el género con su ópera prima ‘Mamá’ (2013), bendecida (o maldecida para estar acordes con el género) por el mismo Guillermo del Toro, de cuya reputación en estos géneros todos sabemos bien. La expectativa que se creó fue en realidad bastante grande, con vistazos constantes de todo el proceso de construcción de la película hasta que finalmente la tenemos abundantemente en las salas de cine de todo el mundo. La historia se da en Derry, un pequeño pueblo en el estado de Maine, presumiblemente al sur de los Estados Unidos. Los hermanos Denbrough trabajan en la construcción de un barco de papel, con cierta sofisticación, en un día de lluvia intensa. Bill está bastante enfermo como para jugar y probar la embarcación, así que la tarea de hacerlo le corresponde al pequeño Georgie, quien no puede evitar que el barquito desemboque accidentalmente en las alcantarillas, donde se encontrará él y todos nosotros con el irresistible Pennywise, un payaso que reside, desde todos los puntos de vista, en las profundidades.
La película de Muschietti vuelve a sacar de la veta de los ochenta, que tanto está engordando las arcas de Hollywood, ya sea en el cine o en la televisión, con remakes, reboots o recreaciones simuladas de aquella estética preadolescente y adolescente que tanto recuerda la generación que hoy paga mayoritariamente las entradas al cine y las suscripciones televisivas. En cuanto a las convenciones del género, también es claro que Muschietti las conoce y, como buen alumno, sabe aplicarlas como si siguiera un manual, con un monstruo potente frente a niños vulnerables y llenos de conflictos en un entorno inasible, difuso, agobiante. Pareciera con estos ingredientes que todo fuera esplendor y estuviéramos ante un clásico del horror para esta generación. Lamentablemente, las cosas no son así porque Muschietti es escaso, es anodino, no tiene pegada, como se le diría a los boxeadores. Podemos avisorar la profundidad de sus planteamientos, pero solo desde la cima del pozo. Con una pésima medida de los tiempos, indispensables en el terror, los sustos son predecibles, las sorpresas no espantan, los dardos vuelvan por los lados del tablero del tiro al blanco. No hay medida, no hay precisión, todo es destiempo. Lo más preocupante es que esta deficiencia, esta enfermedad que carcome a toda la película, como si el mismo payaso se los estuviera devorando, viene desde el mismo guion, está enquistada en los propios huesos de la película. La clave para acabar con Pennywise puede deducirla hasta el pequeño Georgie. Si solo el payaso hubiera sido tan predecible como este guion…
Sin embargo, todo en el cine tiene uso, todo es aprovechable, todo aporta aunque no aporte. En este caso, es un ejemplo casi inmejorable de que no basta con recurrir a las fórmulas preestablecidas, a los cánones que han demostrado funcionar durante décadas y décadas. El dominio de las herramientas teóricas es fundamental, pero ellas no funcionan por arte de magia. Por suerte, el cine sigue siendo un arte y en ese contexto la humanidad, expresada a través de la creatividad y la imaginación, sigue siendo el valor más importante. Esta ‘It’ no nos asusta, así que Pennywise es inofensivo.