jueves, 13 de abril de 2023

La muerte a la deriva de ‘Gerry’ y el experimento expansivo de Gus Van Sant


Gus Van Sant es una de las figuras más particulares en la segunda generación de cineastas independientes de Estados Unidos. El director nacido en Kentucky ha conseguido construir un estilo que es capaz de abarcar la experimentación, la reivindicación política y la contemplación. Desde su mirada a la marginación estadounidense, como es característico de la contracultura cinematográfica gringa, Van Sant ha logrado construir un rasgo identificable como cineasta. Tras atravesar la aceleración masiva de los años ochenta, con verdadera contracultura fílmica en el cráter del volcán que hizo erupción en los noventa, expresada en clásicos generacionales como ‘Drugstore cowboy’ (1989) y ‘My own private Idaho’ (1991), para consecutivamente encumbrarse con obras aclamadas como ‘Good Will Hunting’ (1997) y ‘Finding Forrester’ (2000), Van Sant aprovechó la aprobación diversa que consiguió para emprender toda una trilogía sobre una muerte de muchas caras, presente en la juventud estadounidense el momento, con licencias de experimentación y la libertad de expresar inquietudes humanas y artísticas propias. La primera película su “trilogía de la muerte” fue ‘Gerry’ (2002), que cuenta la aventura a la deriva de dos jóvenes entusiastas, los dos llamados Gerry (Matt Damon y Casey Affleck), quienes poco a poco aceptan su extravío en las extensiones indefinidas de la geografía que los rodea. 

En ‘Gerry’, Gus Van Sant se decide a romper todos los modelos y las fórmulas consideradas del debiera ser en el mainstream gringo. Los planos se extienden hasta transformarse gradualmente en la percepción, hasta empezar a develar una profundidad con cierto misterio. Los dos Gerrys emprenden el camino por el escenario interminable con la jovialidad de la amistad expresa, en medio de las bromas, las risas, la conciencia de la situación que al comienzo es divertida y poco a poco se va haciendo aterradora. Van Sant también se desprende de la necesidad de llevar a sus personajes a un lugar fijo, de ponerles encima un destino claro. Apenas los junta al lado del fuego o en el filo de un desbarrancadero para que deliren o para decidir hacia dónde se quieren mover, mientras que el entorno desinteresado los trata como a un elemento más en ese mundo desierto. Los planos de ‘Gerry’ se pueden estirar hasta donde sea posible, instalando a los personajes en los extremos, de tal forma que parecen confrontados en un duelo que no es más que el de la supervivencia. En otros casos, pueden vagar sin rumbo y podemos tenerlos en un close up compartido que se extiende mientras que sus rostros empiezan a perder la capacidad de expresar algo que no sea el agotamiento. En ‘Gerry’, no hay objetivos específicos, no hay trama y tampoco hay desesperación. Todo consiste en la entrega, en la corriente natural de la muerte, de una inanición imparable, que todo se lo va tomando, hasta que la muerte se hace casi necesaria, una alternativa que se puede considerar con tranquilidad, en el vacío. No parecieran existir siquiera jerarquías entre la vida y la muerte, entre la renuncia y la aceptación con respecto a la lucha instintiva por salir vivo. Ese espacio que queda vacío, le abre las puertas a la contemplación profunda, al paso de tiempo que está por encima de la existencia de un par de seres humanos en el desierto. El experimento expansivo de Gus Van Sant no se expande así solamente en el terreno natural, sino que también se expande en una percepción que probablemente no podamos controlar del todo, sobre todo si está de por medio la necesidad creada del cine hegemónico por contarlo todo, por decirlo todo, por explicarlo todo a cada instante. 

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