sábado, 18 de mayo de 2019

El misterio austro-húngaro de ‘Atardecer’ y la inmersión pura de László Nemes






















Uno de los satélites más destacados en el panorama de la cinematografía europea ha sido siempre Hungría. István Szabo, Miklós Jancso y, sobre todo, Béla Tarr, han entregado obras fundamentales para la cinematografía de ese país y que sin duda han definido la identidad del cine que nació del otro lado de la Cortina de Hierro. Siempre con preocupaciones sociales intensas y lazos históricos extensos, el cine de Hungría se ha destacado dentro de esa región específica por su esteticismo, por su poesía exquisita y espectacular. Sin duda alguna, el gran heredero de esa notable herencia es László Nemes, quien llamó la atención como nadie en la década con su sobrecogedora ‘El hijo de Saúl’ (2015), con la cual se llevó múltiples premios en Cannes y el Óscar a Mejor Película extranjera. Nemes está de vuelta con una película absolutamente de época, en toda la extensión de esa expresión, titulada ‘Atardecer’ (2018). La película nos sitúa en la Budapest del Imperio Austro-Húngaro, antes de que diera inicio la Primera Guerra Mundial, que a la postre terminaría por disolver esa formación estatal. Seguimos siempre a Írisz Leiter (Juli Jakab), quien ya convertida en adulta regresa a Budapest, después de pasar sus años de infancia y adolescencia en Trieste, Italia, para buscar los orígenes de su familia, especialmente de sus padres, quienes construyeron una inmensa empresa de sombreros. Pero se encuentra con una realidad oscura que poco a poco la envolverá en un misterio en el que está inmiscuida su familia entera y la historia misma del país.

Nemes aquí también, como en ‘El hijo de Saul’, nos invita a seguir al milímetro a un personaje que está en la búsqueda de su familia, de su pasado, de la verdad con respecto a su propia naturaleza, a su propia esencia. Para nosotros como espectadores, se trata de una absoluta experiencia de inmersión en un contexto específico, casi un viaje en el tiempo a aquella Budapest especificada desde el primer momento en la película. La cámara está casi siempre en las manos del camarógrafo, quien avanza junto a Írisz y nos muestra lo que ve y el impacto que le causa. De fondo vemos cruzar los carruajes, vemos los edificios, los lugares, la gente, estamos totalmente en el fondo de la situación. La fotografía de Mátyás Erdély pasa con una naturalidad pasmosa de la oscuridad más profunda a la más luminosa claridad, justo como si fuéramos alguien que estuviera ahí en ese mundo. El diseño de producción de László Rajk nos construye un entorno emocionalmente tangible, en el que podemos ver con precisión los detalles y también disfrutar del panorama extenso de la situación. Otro aporte fundamental en el ensamble es la música, a cargo de László Melis, llena de pasajes clásicos incidentales y también matices modernos para el impulso emocional del drama. Por supuesto, en este ejercicio lleno de planos largos y primeros planos específicos, el trabajo de edición de Matthieu Taponier resulta ser fundamental para que el concepto se perciba con ese objetivo de adentrarse a fondo en ese contexto impactante.

La película además, en el guion, coescrito por Nemes junto a Clara Royer y el mismo editor Matthieu Taponier (que no por casualidad tiene esas dos tareas) mantiene con mucha eficiencia el misterio, la misma incertidumbre que viviríamos precisamente si la experiencia fuera real, porque aquí nunca somos omniscientes como espectadores, siempre tenemos la información que recibe Írisz y ninguna otra más. Por lo tanto, caminamos en las tinieblas de ese desconocimiento, con la abrumadora perspectiva de una ciudad que se nos impone monstruosa por su novedad y agitación, tan fresca para nosotros como para ella en el drama. Los eventos nos atropellan emocionalmente e incluso nos despiertan sensaciones específicas. A Írisz y a nosotros. Lo que se desenvuelve alrededor es la confrontación entre la revolución y la dictadura, la opresión y la liberación, son las fuerzas que se debaten a muerte, y estamos en medio, comprendiendo finalmente que las diferencias entre esos bandos son mínimas aunque sustanciales.

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