El húngaro Béla Tarr es una de las figuras más importantes del cine europeo en los últimos cuarenta años. Para muchos, es el heredero, al menos estilístico, del trascendental Andrei Tarkovsky. Una de las películas más importantes de Tarr se dio en los albores de este siglo y se titula 'Armonías de Werckmeister'. Después de conmocionar al mundo con la catedralicia 'Satantango' (1994), nuevamente le regaló al mundo una auténtica obra maestra, como lo es esta película, en donde codirige por primera vez con Ágnes Hranitzky, su esposa y además editora de la gran mayoría de su obra, desde los inicios. 'Armonías de Werckmeister' nos pone en la perspectiva de János (Lars Rudolph), un entrañable joven que vive en un pueblo cualquiera en las profundidades de Hungría, sumido en la niebla, la melancolía y la aridez. La transformación de los hábitos en este pueblo llega con una maravillosa presencia mágica: una ballena colosal, monstruo antediluviano, se instala en el centro de la plaza, como una atracción circense, encabezada por un enigmático personaje que es llamado “príncipe”. La desconfianza, la incomodidad y el recelo se apodera gradualmente de las emociones de los pobladores, excepto por János, quien se muestra particularmente seducido por la situación absolutamente extraordinaria en este contexto.
Esta película de Tarr tiene unos alcances que al mismo tiempo son cósmicos e introspectivos. Es astronómica hasta lo planetario y biológica hasta lo celular, de forma simultánea. Es una alegoría humana, política y existencial de un solo pincelazo proverbial. La mirada de Tarr (respaldada en este caso por la destreza técnica de Patrick de Ranter en control preciso de la luz y la cámara), resulta ser una de las más impactantes en la historia del cine, reforzada en este caso por la habilidad de Ágnes Hranitzky para la transformación de composiciones, para el montaje sobre el mismo plano, en secuencias sin corte realmente apasionantes en lo que se refiere a la construcción de su propio estilo y lenguaje. Para nosotros como espectadores, la experiencia es poética constantemente y podemos explorar los espacios que nos propone Tarr con tal elegancia y percepción que es como si nos uniéramos pacíficamente a una corriente que fluye de forma armónica, como precisamente lo anuncia el título de este filme. Tarr siempre ha estado especialmente interesado por la condición humana cuando queda expuesta a las transformaciones políticas violentas, desde revoluciones hasta dictaduras. Algo que claramente se dio de forma extendida en Europa Oriental, la región de origen natural de Béla Tarr, a finales de los años ochenta, en la transición hacia al capitalismo tras la decadencia y caída de la Unión Soviética. Estas conmociones internas han sido preciosamente retratadas por grandes cineastas como Tarr, aunque hayan sido constantemente olvidadas por la política real en cada escenario.
La ballena putrefacta está instalada en medio de la plaza histórica, pero la monstruosidad se reproduce a su alrededor. El miedo que deriva en violencia, la miseria latente que explota casi de forma delirante y por supuesto absurda, la supervivencia y el dolor intrínseco, todo esto brota como un virus, como una enfermedad. El animal gigantesco está en la plaza y es inamovible. Todas las disertaciones son estériles frente a esta presencia implacable. Todo puede relacionarse precisamente con los regímenes políticos más autoritarios o incluso con la condición humana misma. Hay una fuerza inexpugnable que siempre está presente. Una atadura de la cual es imposible librarse. Incluso el entusiasta János, con todo el brillo de cada una de sus acciones cotidianas y extraordinarias, es incapaz de aislarse del terror, de la necesidad de sobrevivir por encima de la existencia misma. La tristeza y la belleza en 'Armonías de Werckmeister' provienen de la misma fuente. Surgen de la conmovedora humanidad de un hombre joven, sensible, con capacidad de asombro y muy bueno. Cualidades insuficientes para un mundo hostil.
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